El comentario editorial que no te puedes perder de Vicente Gil en LA ANTORCHA

Un refugiado sirio de 31 años ha intentado hoy asesinar a varios niños en un parque de Annecy, en los Alpes franceses. Ha herido a cuatro gravemente y a dos adultos que se le han interpuesto. Las imágenes son crudas, pero son la realidad. El individuo esquiva a los adultos que le persiguen y va directamente a por los niños. Tiene un objetivo claro. Al tipo no se le ve especialmente delgado o malnutrido. Se le ve de buena complexión, fornido, incluso bien vestido y con gafas de sol.
El alcalde socialista de Annecy, Francoise Astorg, presumió hace 15 días -el 23 de mayo- que Annecy era un «refugio para refugiados» y que «en Annecy no había cabida a la ideología de Le Pen». «¡Un lugar de solidaridad en Francia -dijo el alcalde- refugio para quienes huyen de la guerra, la pobreza y la miseria en el mundo!». Todo un visionario este alcalde socialista.
Fíjense en la historia del atacante. El refugiado sirio llegó a Francia desde Suecia hace seis meses, a finales de 2022. En Suecia le habían dado el estatuto de refugiado, con lo que podía moverse libremente por toda Europa. Llevaba 10 años en Suecia. Se casó con una sueca con la que tuvo un hijo. Llevaba una semana instalado en ese parque de Annecy.
Suecia es ese país idílico de la socialdemocracia europea que practicó de forma «super guay» el «Welcome Refugees» y que, ahora, de golpe, como le ha pasado a Dinamarca, o mucho antes a Bélgica o Francia con el terrorismo islamista, ha descubierto el grave problema de convivencia, delincuencia, robos, violaciones, seguridad y supervivencia como nación que supone la política de puertas abiertas a la inmigración practicada durante años. En su caso, pero aún, política de inmigración controlada. No descontrolada. Aunque buenista, por supuesto.
Una política absurda de puertas abiertas, además, a determinada inmigración -particularmente de países musulmanes- que llega a Europa sin la más mínima voluntad de integrarse. Más bien al contrario. Con la intención de crear guettos donde imponer sus valores contrarios a Occidente y, en particular, contra las mujeres. Aunque esto, a nuestros progresistas de izquierda les parece bien y se acercan a celebrar con ellos el Ramadán.
Aunque la Fiscalía francesa no considera lo de hoy un atentado terrorista de corte yihadista, lo de hoy es un atentado en toda regla. Y lo es, sobre todo, contra el papanatismo y la ceguera de Europa. Los medios tratan de buscarle al atentado de Annecy, eufemísticamente, otras definiciones o motivaciones como en el caso del asesinato en enero del párroco de Algeciras. Del sirio de hoy se dice en los medios que se había declarado cristiano ante las autoridades francesas como del marroquí de Algeciras -con una orden de expulsión sin ejecutar y campando por España- se dijo que estaba loco. Y, con eso, todos contentos, aunque fuera cierto.
El problema es más profundo y lo de hoy, o lo de Algeciras, o lo que, a diario, se vive en robos, droga, violaciones y peleas en muchos pueblos y ciudades de España, no es más que el síntoma, la expresión, de una amenaza que nos va a estallar en la cara… Si no lo ha hecho ya… En esta Europa donde nosotros no tenemos hijos y ellos tienen muchos gracias a que desprecian a las mujeres y viven de subvenciones públicas que pagamos nosotros, los que cotizamos, incluidos los inmigrantes legales que trabajan y cotizan honradamente.
Todos hemos visto estos días en España enormes edificios okupados durante años con cientos de personas viviendo del cuento, desalojados finalmente por la Policía, convertidos en narcopisos y plantaciones de marihuana, donde mujeres musulmanas estaban al cargo -confesaban- de 6, 7 u 8 hijos viviendo -decían- de todo tipo de pagas públicas y del Ingreso Mínimo Vital. ¿Es esto política social? ¿Para esto sirve el Ingreso Mínimo Vital y el resto de ayudas sociales que financiamos los demás -inmigrantes o no- trabajando honradamente?
Europa tiene un grave problema con su política boba de inmigración. En el caso de España, con la riada de inmigrantes ilegales que han convertido nuestras fronteras en un coladero promocionado por el propio Sánchez y sus ministros (como antes Zapatero y aquel infame Jesús Caldera) o por alcaldesas como Carmena o Ada Colau.
Y todo ello, frente al esfuerzo de miles de inmigrantes, de todos los lugares, también de países africanos y musulmanes, que, cumpliendo las normas y las leyes, vienen a España a integrarse honradamente y a construirse legítimamente una vida mejor para sus familias.
Europa es tan estúpida que incluso se flagela y se castiga a sí misma diciéndose que es que no hacemos lo suficiente por integrarlos. Pobrecitos. Mensaje del que participa, aquí en Madrid, la presidenta Ayuso sin atreverse a romper la baraja con el problema de las pandillas juveniles, de chavales, claro que sí españoles, pero no integrados en España.
En 20 años a esta Europa no la va a conocer ni la madre que la parió. Es la Europa papanata, debilitada, sin valores, relativista, donde todo da igual, y con «líderes» de la gran talla de Pedro Sánchez, desnuda energética y productivamente ante China o Rusia y al servicio de élites que gobiernan Bruselas para su propio beneficio con el clima y la propia inmigración como negocio.
Porque sus enemigos, además, bien pagados por supuesto por personajes siniestros como George Soros, amiguete de Pedro Sánchez, copan el debate público en los medios de comunicación y las redes para atontarnos y que no nos salgamos del redil.
Las cosas que hoy hemos escuchado en algunas televisiones sobre el atentado de Annecy dan vergüenza, casi justificando al pobre atacante o preocupados por si el ataque da votos a la ultraderecha de Le Pen.
Cualquiera que intente salirse del marco del discurso políticamente correcto sobre inmigración, ideología de género o clima es tachado de fascista, racista o xenófobo.
Fíjense. Verían las imágenes. Hace pocos días, un marroquí con una orden de expulsión sin ejecutar, se lanzó en plan kamikaze contra la cristalera de un bar en El Raal, en Beniel, Murcia. Se había tumbado a dormir la siesta en la terraza del bar ocupando varias sillas, había intentado robar sus medicamentos a una señora mayor que estaba sentada allí, fue recriminado, el tipo se fue y volvió lanzándose contra la cristalera. Agredió a dos policías que trataron de reducirlo. Ese mismo día ya había sido detenido por otro incidente violento similar en un supermercado, pero andaba suelto por la calle.
El incidente fue tratado por todas las televisiones nacionales. Pero, no se lo pierdan, en algunas se planteó con titulares como: «Un cliente descontento con el precio de un café arremete contra la cristalera de un bar en Beniel, Murcia». Tal cual.
El Raal, un lugar casi desconocido en España como Annecy en Francia, ha vivido bastantes incidentes similares protagonizados por magrebíes. Pongan El Raal en Google y verán. Encontrarán robos, palizas, tráfico de drogas… Pero no encontrarán en las crónicas periodísticas, salvo en alguna, de tapadillo y en las líneas finales, que los delincuentes eran marroquíes o argelinos y, en su caso, con orden de expulsión en vigor pero no ejecutada.
El ministerio del Interior reconoce que el año pasado sólo se ejecutó el 5% de las órdenes de expulsión de extranjeros porque Marruecos y Argelia no colaboran en frontera. A ello se añade, el coro de la izquierda -enemiga interna de este país- que convierte a ladrones, a violadores o a peligrosos imanes de mezquitas en Cataluña, en pobrecitos represaliados del sistema.
¿Cuándo va a haber valentía para afrontar sin complejos este grave problema? ¿Quién se va a atrever a romper la baraja en los medios y en la política? ¿Qué hará el PP si gobierna? ¿Afrontarlo o ponerse una venda en los ojos, como termina haciendo siempre con los asuntos que marca la agenda de la izquierda? La gente tiene derecho a saber qué va a votar el 23-J y más si Feijóo, como en el 28M, se dedica en campaña a sacar a pasear el fantasma de Rajoy.