Impudicia sistémica
“La sumisión y tolerancia no es el camino moral, pero sí con frecuencia el más cómodo” Martin Luther King.
¿Qué nos está pasando? La pandemia nos ha legado de una vulnerabilidad tal, que me ha llevado a reflexionar sobre la profunda y necesaria recapacitación que imperiosamente necesita el ser humano, tanto para con sus principios, como para con sus valores. Hoy observo atónita la actualidad de nuestro mundo y las noticias que de ello se derivan mientras veo denostadamente que la lección de vida de la pandemia ha sido un expolio total de la moralidad.
Ya no importa cuán vulnerables somos, ni qué acciones debemos acometer para recuperar la normalidad racional y/o moral de nuestra ética social. Al parecer, la pandemia ha acrecentado todavía más la Ley del mínimo esfuerzo, probablemente acusada por la reivindicación social conspiranoide y la simplicidad que el paupérrimo intervencionismo político ha causado. No es posible el camino a la reflexión sin sufrimiento previo. Exagerada en mis conclusiones dirán, ¡probablemente!
Pero la historia nos ha enseñado que la prueba y el error forman parte indivisible de la prosperidad, y que el sacrificio y la perseverancia son sin duda, o al menos eran, una virtud indiscutible del ser humano y de su capacidad de pensar. El mundo que dejamos post pandemia es un mundo absurdo, plagado de populismos, alarmismos, corrupción, calles de París en llamas y un nivel de alerta nuclear que jamás pudimos imaginar que llegaríamos a vivir. ¿Y qué? Dirán algunos.
Pues ahí es, ahí está el principal argumento que me hace considerar que esta generación necesita un severo aviso para reconocer y valorar lo que las cosas cuestan. Al fin y al cabo, sin haber conocido la miseria, es imposible valorar el lujo. El problema de valorar los medios por encima de los fines es que destruye la libertad del hombre y el poder para elegir los fines que realmente nos atraen.
La ley del mínimo esfuerzo y del ¡aquí y ahora! Han expoliado absolutamente cualquier condición largoplacista. No importa lo que te ha llevado hasta aquí, lo único que importa es que la despreocupación siga dominando un mundo que carece de sentido común. Así lo hemos vivido en el seno de los inconexos mensajes provenientes de las diferentes autoridades globales, que siguen sin comprender que el gran corralito bancario global es una crisis de confianza, y que únicamente lograrán contener con un mensaje unificado, claro y conciso que otorgue garantías reales sobre los depositantes.
En caso contrario, el sistema bancario global se irá desmoronando, engordando así la factura fiscal de lo que podemos denominar como la era de los rescates. Son ya 5, y recemos para que no sean casi 6 los bancos que ha dilapidado esta crisis, mientras los dirigentes de la FED y cómo no, la señora Janet Yellen, siguen diciendo que el sistema bancario americano es sólido y resiliente. Ácido el sentido del humor de nuestros protagonistas.
Como les decía, el mundo parece haber perdido el sentido de la responsabilidad, y es tan notorio el cortoplacismo de esta sociedad que lo único que importa es evitar el sufrimiento presente, sin medir las consecuencias del futuro; ¡el que llegue ya se lo encontrará! ¿No?
Y es que me parece a mí que la escenificación de las autoridades monetarias globales es ya dantesca. Los bancos centrales están ejerciendo el aquí y ahora mientras suben los tipos y con ello desatan el pánico, el cual llama a los corralitos bancarios. El peligro de esta vorágine intervencionista no es sólo moral o especulativa, como muchos insisten.
Los rescates han llevado a una mala asignación del capital y a un aumento en el número de empresas zombis que contribuyen en gran medida a debilitar el dinamismo y la productividad empresarial general. En los EEUU, el crecimiento de la productividad total cayó a sólo el 0,5% después de 2008, frente al 2% entre 1870 y principios de la década de 1970, dejando claro que la cultura del rescate, en lugar de revitalizar la economía, está inflando y desestabilizando el sistema financiero global.
Ningún regulador reconoce que estamos en el extremo opuesto del gran crash de 1929, en el que la intensidad del dolor fue directamente proporcional a un notorio incremento de la productividad; ahora los rescates constantes socavan el capitalismo. La intervención del gobierno ciertamente alivia el dolor de las crisis, pero con el tiempo reduce la productividad, el crecimiento económico y la prosperidad de los diferentes agentes económicos. Todo en esta vida, tiene consecuencias.
Y aquí es donde siempre me viene a la mente mi querida dama de hierro; – ¡haremos lo que se tenga que hacer! En realidad, la propia dinámica de Mr. Market es la que debería hacer entender a la banca que si quieren frenar esta sangría depositaría deberían de competir libremente en el mercado, remunerando a sus depositantes y combatir así con las letras del tesoro, reduciendo así sus márgenes.
¡Vaya, es una opinión! Y con posterioridad, hacer un ejercicio en común y admitir que el sistema bancario mundial ha fracasado y que únicamente es viable si retrocedemos en el tiempo y creamos mecanismos para que el sistema de reserva fraccionaria se limite. ¡El que asuma riesgos, que los pague! Esta es la Ley del capitalismo y cualquier decisión que se proponga en contra de esta norma implica un chantaje establecido por el miedo de los grupos de presión a los que se corresponda.
La quiebra de un sistema es el fin de algo que no funciona y el comienzo de algo nuevo, y eso no es más que la definición de la prosperidad. El miedo nos impide avanzar, y no pueden negarme que el excesivo poder atribuido a los bancos centrales ha creado una burbuja financiera que únicamente podemos resolver con inflación, austeridad e impuestos. Algo que es mucho más preocupante que la transparente y lógica conclusión que ha llevado a Francia a arder en llamas, literalmente. Y es que deben saber mis queridos lectores, que el sistema de pensiones, así como el sistema bancario mundial, ¡no son solventes! Y la pregunta es: ¿y quién es capaz de convencer al mundo de lo contrario sin levantar la crispación social? ¡Nadie!
Irremediablemente, nuestro mundo ha entrado en una crisis de moralidad tal, que cuando estalle apuesto que acabaremos pagando todos, para variar. Hoy voy a pedirles dos cosas; mucho sentido común para comprender que es fundamental acometer algunos sacrificios para cubrirnos de los problemas venideros, y que no suelten mi mano. Para mí rendirse no es una opción. Puede que no sepa a dónde voy, pero tengan claro que sé quién me acompaña. ¿Vienes?