Economía
Opinión

Estalla la burbuja ESG

La pandemia, aparte de acelerar cinco años la digitalización y de acentuar un proceso de ‘des-globalización’ que ya se venía gestando con Trump, ha sido el motor para la fase final de una triple burbuja: las criptodivisas, las acciones tecnológicas y la inversión ESG.

Desde 2017, Consilio Asesores es signataria de UNPRI (United Nations Principles For Responsible Investment). Como cofundador de la firma, no creo necesario justificar que no soy un negacionista del cambio climático o de demostrar que no adolezco de sensibilidad hacia las cuestiones sociales y de gobernanza en las empresas. Y continuamos considerando esencial que la industria de la inversión, como toda la sociedad, se sensibilice sobre las cuestiones que trascienden al interés propio e inmediato.

El mercado no lo arregla todo y, a pesar de que, en general, la “mano invisible” de Adam Smith propicia la más eficiente asignación de recursos y el mejor funcionamiento de la economía, basándose en los “intereses individuales” de todos los agentes, hay cuestiones como los bienes públicos que precisan de una conciencia colectiva y de políticas con visión de largo plazo. La calidad del aire que respiramos, el calentamiento global o la explotación infantil son cuestiones que el mercado se ha mostrado incapaz de solventar.

La inversión ESG (Environmental, Social and Governance, medio ambiente, aspectos sociales y de gobierno corporativo) ha tratado de dar respuesta, desde la perspectiva de la inversión financiera, a la aplicación de estos criterios, además de los financieros, a la hora de seleccionar dónde invertir.

La liquidez abundante propiciada por los bancos centrales tras la Crisis Financiera Global alentó una inflación en el precio de los activos (no en el precio de los bienes y servicios, que es la que estamos sufriendo fieramente ahora). Los activos, especialmente los financieros, llegaron a cotas de valoración difícilmente digeribles para un inversor racional. La nueva megainyección de liquidez en la pandemia implicó que algunas partes del mercado, pasaran de precios elevados a entorno de burbuja: criptomonedas de imposible valoración, extraordinarias compañías tecnológicas pero a las que se atribuían valoraciones disparatadas y, también, la inversión ESG.

Actualmente, con la inflación (de precios de bienes y servicios) desbocada y el entorno de subida de tipos y de drenaje de liquidez por parte de los bancos centrales para atajarla, el contexto ha cambiado radicalmente. Empezando por las criptomonedas, el Bitcoin cotiza por debajo de 30.000 dólares, acumulando una caída casi del 60% desde sus máximos de noviembre de 2021, cuando llegó a rozar los 70.000 dólares. Por su parte, el Nasdaq 100 (el índice en que cotizan las principales acciones tecnológicas americanas) cae cerca de un 30% desde sus máximos históricos de diciembre de 2021 y sigue purgando los excesos, y no parece que la cosa vaya a quedarse ahí.

La defensa y la energía no eran tan malas

En ESG, la guerra de Ucrania ha confrontado la realidad y mostrado como, por mucho que se desee su sustitución, los combustibles fósiles son hoy todavía imprescindibles y que la inversión en defensa es importante, por lo que calificar de “malas” a las empresas de tecnología militar o petroleras es algo bastante hipócrita. El mercado se ha encargado ya de corregir estas anomalías, haciendo que las acciones de energía y de defensa hayan registrado una notable revalorización. Y que las renovables, que estaban caras, hayan purgado parte de los excesos.

Un mal negocio para los inversores que hayan invertido pendientes de las ‘etiquetas’. Los criterios excluyentes se han mostrado muy burdos. Valorar el impacto de una empresa a través de la gobernanza, la responsabilidad corporativa y el respeto al medio ambiente va mucho más allá del sector al que pertenece. Es mucho más complejo que ‘excluir’ por sectores.

El ESG también ha sido la excusa perfecta para que la industria financiera haya lanzado un aluvión de productos ‘sostenibles’, haciendo a los inversores comprar por el color del recipiente sin conocer su verdadero contenido. El denominado “greenwashing” (lavado verde) es una práctica que ha servido para vender todo tipo de productos financieros, en especial fondos de inversión, que bajo la etiqueta de la sostenibilidad, no tenían nada sostenible.

Acabar con el greenwashing

La SEC (Securities and Exchange Commission), la CNMV de EEUU, acaba de imponer una multa de 1,5 millones de dólares a la división de asesoramiento financiero de BNY Mellon, una de las mayores gestoras de fondos y uno de los bancos depositarios más grandes del mundo. Le acusa de proporcionar a los inversores información inexacta y omisiones sobre el pretendido carácter ESG de los fondos que recomendaba, cuyas carteras supuestamente cumplían estos criterios y como tal se recomendaban, pero que en la práctica adolecían de ellos.

La inversión ESG ha alcanzado globalmente los 3 billones de dólares cuando en 2019 ‘sólo’ suponía 1 billón. Pero ni mucho menos son todos los que están. Muchos productos han sido ‘reetiquetados’ en una burda maniobra de puro marketing. Ahora habrá que filtrar y seleccionar qué gestores, de verdad, aplican criterios ESG en sus procesos de selección y si los criterios que aplican son robustos.

No creo, sin embargo, que toda la culpa del greenwashing sea de los agentes del mercado: ahora la SEC está regulando qué productos pueden calificarse como eco-friendly (amigable al ecosistema) y hasta el mes de julio no se espera que se apruebe una “lista de actividades” denominadas eco-friendly, dentro de la “taxonomía sobre finanzas sostenibles de la UE”, a pesar de la amplia regulación existente.

Además, existen otros problemas para que la inversión ESG sea realmente útil a sus objetivos y a los inversores: la existencia y la disponibilidad de datos fiables por parte de las empresas, unos criterios homogéneos para calificar el grado de sostenibilidad de una empresa y su impacto, y, por último, una regulación que huya del dogmatismo y de las ideologías, y que permita que el inversor pueda realmente saber en qué invierte y cuál es su impacto.