Deportes
El rutómetro

Sa Calobra, musa de ciclistas

Llegar al acueducto que es una encrucijada de caminos tiene su mérito. Situada en el corazón del municipio más grande y despoblado de la Serra de Tramuntana, el enclave merece la catalogación de santuario ciclista. Miles de ruteros, llegados de cualquier recóndito lugar del mundo, acuden religiosamente a cumplir con la hazaña, que será transformada en una hipérbole cuando sea contada de generación en generación.

La orografía parece trasladar al visitante a uno de aquellos paisajes exóticos de islas perdidas, que antiguos piratas convertían en refugios después de sus trapacerías bandidas. Sus doce curvas de herradura envuelven al ciclista en la atmósfera de un imaginario que, inevitablemente, bebe de las fuentes de míticos ascensos de ídolos en acción. En apenas diez kilómetros, la bicicleta acaba por familiarizarse con los nudos de corbata y recodos de ciento ochenta grados que, a golpe de riñón, escalan el puerto que, previamente, ha tenido que ser descendido, salvo la opción marítima que en adelante comentaré.

El sol siempre acompaña y castiga sea la hora que sea. Es difícil programar una hora señora para acometer el ascenso señalado, por lo que la compañía de nuestro astro vital suele ser más tormento que gozo, lo cual engrandece la gesta. Un hecho que no impidió que hace unos años, el que fuera podio en el Tour de Francia Franck Schkeck y el corredor de montaña Tofol Castanyer, rodaran un anuncio con profundo sabor mediterráneo, en donde ambos se retaban para ver quien era capaz de ascender más rápido; el primero en bicicleta, el segundo a pie, trepando por los riscos, desde Cala Tuent ― base de Sa Calobra ― hasta el Puig Major, la cima más alta de Mallorca.

Me sirve esta anécdota para acercar al lector la inmensidad de la Serra, patrimonio mundial,  que abriga lugares como la protagonista del artículo. Además de inspiración de ciclistas, han sido muchos los artistas que han escogido el paisaje solemne del Torrent de Pareis, desembocadura de acantilados, cañón mediterráneo, como musa de su obra. Un escenario único que reproduce el final abrupto de la madre tierra con el inicio del inmenso mar azul.

Volvamos a las dos ruedas sin perder de vista al mar. La idea de Schleck y Castanyer no por descabellada deja de reflejar el hito que supone para todo peregrino “ciclable” lanzarse a la aventura del “calobrazo”. La isla está perfectamente adaptada para recibir a miles de aficionados al cicloturismo. Y el ingenio del hotelero mallorquín no escatima ofertas que puedan brindar una experiencia única al visitante o al residente. Durante siglos, a la isla solo se accedía por mar. Con salida del puerto de Sóller ― localidad pionera en la historia de la bicicleta en Mallorca y España, gracias al influjo que vino de Francia por las rutas marítimas que unían Port- Vendres, Collioure o Banyuls con el Port de Sóller ― existe  un barco que facilita la posibilidad de disfrutar de la subida protagonista, sin llevar una sobrecarga de kilómetros en la piernas.

Desde hace años, este barco permite acceder a los ciclistas con sus bicicletas y disfrutar de una bella travesía por el norte de la isla hasta recalar en las cristalinas aguas turquesas del puerto natural de Sa Calobra. Una oferta que cambia la sensación y la experiencia  de descender diez kilómetros de rigor para luego volverlos a subir, antes de reemprender el regreso al que fue principio de una ruta, probablemente, madrugadora.

Mallorca es un paraíso ciclista. De todos los rincones del mundo vienen personas a disfrutar de él, y una inmensa mayoría escogen un día para descubrir a golpe de pedal Sa Calobra. No la desdeñen, pero tampoco la teman. Simplemente, respétenla y si se deciden, déjense llevar por su inmensidad, disfruten cada recodo y, los más ilusos, háganse niños por una hora e imaginen que cientos de aficionados vociferan su ascenso con vítores de ánimo, mientras se agolpan en los laterales perdidos entre la escultura monumental, esculpida por el viento y el mar desde su creación.