Roubaix por dentro
A los americanos del US Postal de Lance Armstrong sólo les interesaban dos carreras: el Tour de Francia y la Paris-Roubaix. La luminosidad de Paris y el esfuerzo que trascendía de los reportajes de una carrera con ciclistas irreconocibles, embarrados hasta las cejas, eran las pruebas escogidas para su mejor puesta en escena en Europa.
Este significativo dato nos ilustra de la dimensión de la clásica por antonomasia. ¿Quién no conoce o ha oído hablar de la Paris- Roubaix, sea o no aficionado al ciclismo? El tercer monumento de la temporada anuncia la Pascua, de ahí el sobrenombre popular de la Pasquale. Ciclismo híbrido. Maridaje del ciclo Cross y la ruta en tramos adoquinados, construidos para transportar los pesados cañones de las guerras napoleónicas.
Quienes han sufrido los adoquines comentan que no son imaginables desde la distancia. Para hacerse una idea, es lo más parecido a las losas de la Via Apia que construyeron los romanos para sus carros y legiones. En un lugar así compiten ciclistas a altas velocidades, estirados y peleando la posición para no desengancharse a fin de sobrevivir a la carrera.
Terminar es un sueño y un éxito. La carrera es en puridad una superación constante y progresiva de obstáculos. De toda condición; mecánicos, climatológicos, físicos y competitivos. Es materialmente imposible librarse de un percance o una caída. No hay cálculo ni estrategia certera. De ahí la importancia de ir bien escoltado con un buen número de coches de equipo, listos para el auxilio inmediato, y algún compañero de equipo, dispuesto al socorro súbito.
El triunfo comienza desde un principio; perder el menor tiempo posible. Un contratiempo puede dar al traste todo el trabajo previo. La carrera se contabiliza por minutos, en el sentido, de que no hay ni uno que sea de regalo. La victoria se conquista en todos y cada uno de ellos.
La carrera más infernal
Hace dos años se vivió la Roubaix más infernal de la última década. Se corrió en octubre por razones temporales derivadas de la pandemia. Recurro a la cita poque el italiano Gianni Moscon se las prometía felices después de superar el clásico Carreforur de l´Arbre. A falta de apenas quince kilómetros para llegar al famoso velódromo, un fallo mecánico frenó definitivamente su victoria. La alcanzó otro italiano, Sonny Collbrely, después de gestionar con máxima prudencia todos sus esfuerzos para hacerse con el sprint final.
Un ejemplo que relata la importancia del instante en la carrera más precaria de todas. Por mucho que uno quiera tener bajo control lo que es controlable, aquello que no lo es, siempre supera todas las previsiones. Así es la Paris- Roubaix. El infierno del Norte, aquella «mierda» que vociferó Hinault cuando la ganó en su única participación. Una carrera que atrapa a espectadores por su vistosidad y espectáculo. Una joya que rezuma leyenda, vigor y adrenalina. Una mezcla explosiva que hace las delicias de ciclistas con los paladares más genuinos.
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