Copa Mundial de Baloncesto 2019: Australia-España

Una España de cojones

Una España de cojones

Sí, de cojones. Con perdón. Que la explosión de felicidad me sirva de atenuante del taco. Es el desahogo. Lo de las pulsaciones y tal. Pero me ratifico: una España de cojones. Porque sólo a fuerza de coraje y de redaños se puede remontar un partido que estaba más perdido que Pablo Iglesias negociando con Pedro Sánchez. Australia nos ganaba de cinco a falta de un minuto y había que tenerlos como balones de baloncesto –o como balones de playa– para llevar el partido a la prórroga. Los tuvimos.

Pero no se alcanza una final del Mundial de baloncesto sólo con cojones. Ni de coña. Para llegar a tanto lo primero es, valga la tautología, jugar al baloncesto. Y a eso jugamos de cojones. España es un equipo coral en el que, a falta de Pau, todos los jugadores son Pau durante un rato. La España de Scariolo –que ya es más malagueño que italiano, véase su color de piel puro marbellí– gana porque defiende. ¿Y cómo? Pues defiende de cojones.

Conmueve ver a tipos que nunca han sido los más guapos del barrio como Pau Ribas, Oriola o Claver apretar el culo atrás y meter manos a diestro y siniestro, agarrar cada rebote como un náufrago se agarra a un salvavidas y sacar codos como una maruja en las rebajas. El éxito de España no sólo es el de Marc y Ricky, que se llevarán las portadas y los MVPs, también es el de esa clase media trabajadora, que juega lo que les toca con obediencia y sacrificio.

Por eso España es un equipo de cojones. No porque sean valientes y más peleones que el vino de cartón, sino porque son un equipo cojonudo. Ahora nos queda el último paso, una final a la que llegamos tocados en lo físico pero con el ánimo en la estratosfera. Pase lo que pase, España ya ha ganado. Y nos ha ganado a todos, a los irreductibles y a los escépticos. Con tipos como estos uno se siente orgulloso de decir yo soy ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL.

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