El Rutómetro

Lo ha vuelto a hacer

Pogacar
Pogacar celebra uno de sus triunfos. (AFP)

Era el gran favorito. Las apuestas tenían marcada la carta ganadora. El guion de la Flecha Valona no invitaba a otra situación. Históricamente, la carrera se disputa en el último kilómetro, en los escasos cuatrocientos metros finales, en donde el numeroso grupo de ciclistas se dispone a enfrentarse con el famoso Muro de Huy.

Así ha sucedido y un mismo ciclista lo ha vuelto a hacer por tercera vez en el último mes. Después de ganar el Tour de Flandes y la Amstel, con su triunfo en la Flecha Valona, Pogacar se encamina con firmeza al pleno del Tríptico de las Ardenas. Cierto es que en la Clásica por excelencia, la Lieja- Bastogne-Lieja, tendrá rivales de mayor entidad. Sin embargo, lo que en estos meses está demostrando el esloveno solo encuentra parangón en ciclistas antológicos como Merckx e Hinault.

La carrera transcurrió según el guion previsto. Fuga mañanera sin trascendencia, escarceos voluntariosos, como el de Louis Vervaeke, (Soudal-Quick-Step), y reagrupamiento previo para lanzar el ataque decisivo y fundamental a las puertas de la recta infernal.

El agolpamiento de corredores se hace inevitable al llegar a Huy. Verdadero milagro es que, ante tanta densidad, no se vaya ningún ciclista al suelo. El pequeño y combativo Romain Bardet lo intentó en dos ocasiones, sin éxito. La primera se topó con una pared de bicicletas y el calor del público detrás de una valla, que no le dejaba otra solución que echar mano al freno.

Fue un instante que se repitió, sin resultado,  segundos después, aunque en mejores circunstancias. Hasta que apareció Pogacar en la conocida zona Valverde. Nada que hacer. Como declararía Landa al finalizar la carrera; el esloveno es de otro planeta y el resto, mortales. El vasco finalizaba en un destacado tercer puesto, repitiendo podio como hiciera en el último Giro de Lombardía.

La Flecha Valona vive de la colina de las siete capillas, de su famoso muro y de la tradición que tiene la carrera. El resto es un prosa anodina, sin trascendencia, a la espera del enclave mítico. Quizá sea una clásica sobrevalorada, sin embargo, de lo que no cabe duda es que sirvió para que el mejor ciclista del momento siguiera engordando su palmarés, lo que le permitirá presentarse en la Decana de las clásicas con su vigente corona de rey del ciclismo, limpia y reluciente.

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