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Fórmula 1: GP de Australia

Imparable Hamilton, sorprendente Sainz y decepcionantes Alonso y McLaren

Los primeros rayos de sol se rasgaban entre el grisáceo cielo de Melbourne, encapotado desde primera hora. Era una alegoría paisajística de la realidad más cambiante para Fernando Alonso y McLaren: de la tormenta Honda, a la esperanza de Renault. Tres años de sonrisas forzadas dan paso a la naturalidad, todavía no acorde a los resultados: fuera de la Q3.

El golpe fue un temblor frío por los apéndices de cada aficionado. El optimismo más reciente con la integración de Renault se esfumó en un mal primer sector de Fernando Alonso: vuelta al traste, como la posibilidad de arrancar la temporada en la zona de los elegidos. Undécimo, por delante de Vandoorne: «Está bien», cantaba en radio con un tono sincero, optimista.

Habrá que agarrarse al tópico de Harvey Dent en medio de la tempestad de Gotham: la noche es más oscura justo antes del amanecer. Las mejoras aerodinámicas que se preparan en Woking y la implementación de la unidad de potencia Renault en las entrañas del MCL33 deberían provocar una ganancia de décimas más o menos fáciles en las siguientes carreras.

Por su parte, no difirió el inicio en Melbourne al de otros años: el cochecito plateado sigue siendo una flecha imparable. Lewis Hamilton marcó el mejor registro: 73 poles… y a seis décimas al segundo. Ferrari intenta, a contracorriente, teñir de rojo una Fórmula 1 que, sigue siendo ese deporte donde siempre gana el alemán. Raikkonen, segundo, sorprendió a Vettel, algo más lejos de su némesis Lewis. En carrera, más hostilidades.

Carlos Sainz se desmontó del RS18 con gesto torcido, con aparente desasosiego en su interior. En cuanto pisó el corralito de prensa escupió su malestar… consigo mismo. Había perdido cinco décimas respecto a su mejor crono en Q2 y no había podido superar a Hukenberg, octavo, en Q3. Saldrá noveno, con la rabia de una última sesión ardiendo en sus venas. Se viene Matador Jr. con el estoque bien afilado. Qué tiemblen Nico… y los Haas.