Atlético: nunca dejes de creer…y hoy más que nunca

Lamine fue el Romario de los 90 y Julián se encarnó en el espiritu de Futre

El Atlético visitó el cielo, cayó en el infierno y acabó quedándose en el purgatorio

Lástima que quede más de un mes para disfrutar la segunda parte de este majestuoso espectáculo

Atlético
Lamine ante Galán, en un momento del partido.
Tomeu Maura

Nunca dejes de creer…y hoy más que nunca. El Atlético se transmutó en Dante y visitó en 90 minutos primero el cielo y luego el infierno para acabar quedándose en el purgatorio. Del 0-2, al 4-2 para dejarlo todo en un increíble 4-4 que traspasa la eliminatoria al Metropolitano. La fiesta mayor del fútbol en su máxima expresión, una delicia para el paladar más exquisito que trasladó a los más veteranos a duelos que llegaron a ser habituales en los 90. Lamine se encarnó en Romario, Julián en Futre y de la nostalgia surgió un marcador de otro siglo. Valió la pena. Del primer al último minuto valieron la pena. Lástima que no durara un poquito más porque…¿quién sabe?

En cinco minutos el Atlético tocó el cielo. Se le apareció ahí, transmutado en las sandalias aladas de Hermes, el mensajero de Zeus, en quien se encarnó Julián para marcar primero y asistir después. Dos golpetazos con el partido aún enlegañado que le situaban en el mejor escenario posible. Un sueño hecho realidad que ni el más fanático de sus seguidores hubiera sido capaz de imaginar.

Atendiendo a las estadísticas el 0-2 debería haber sido definitivo. Sólo en una ocasión le habían marcado al equipo más de un gol fuera de casa esta temporada en la Liga, y fue el Villarreal en la primera jornada. Sus argumentos defensivos parecían ser lo suficientemente sólidos como para pensar que la renta sería suficiente, pero no hay cálculo matemático que se sostenga bajo la tiranía del talento de Lamine, y si encima a eso lo acompañas con la titularidad de Javi Galán, que ya ante Bayer Leverkusen y Real Madrid había dado muestras de que no está para partidos grandes, resulta fácil entender que el 0-2 no iba a ser ni mucho menos un marcador que sostuviera demasiado en el tiempo.

«Pues toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Hace siglos que atinó el maestro Calderón y la cita le viene al pelo al Atlético, que tuvo un amargo despertar. Un descenso empinado hacia los círculos infernales como el que emprendió Dante en compañía de Virgilio. La primera parte, que había comenzado como una fantasía, acabó convertida en una pesadilla. El Barça le arrolló de tal modo que al final lo mejor que pudo pasar fue que Hernández Hernández le pusiera fin al tormento cuando el marcador no estaba aún totalmente decantado. Como le sucedió a Tántalo, al equipo le pusieron delante un manjar que le resultó inalcanzable. Y, por supuesto, acabó desesperado.

Simeone dejó a todos con la boca abierta manteniendo a Galán en el campo al regreso del descanso. Pero fue sólo un ratito. Pronto empezó el carrusel de cambios y con él la metamorfosis de un Atlético mucho más consistente que se negó a someterse a la dictadura de Lamine. Sin embargo su codicia quedó hecha trizas cuando el niño prodigio se burló de Reinildo y le entregó el cuarto gol en bandeja a Lewandowski. 4-2 y un jugador imparable enfrente: una combinación que parecía llevar a los rojiblancos al matadero.

Pero justo entonces, tal y como le sucedió a los argonautas cuando se enfrentaron en una parte del desfiladero a Escila y en la otra a Caribdis, el equipo supo encontrar el único camino sin obstáculos y, ante la atónita mirada de Flick, que no daba crédito, primero redujo diferencias y luego acabó empatando de la mano, como no, del noruego Sorloth, que repitió la hazaña de la Liga casi casi en el mismo minuto. 4-4 para cerrar un majestuoso partido, pero no la eliminatoria, que se traslada ahora al Metropolitano. Lástima que quede más de un mes para disfrutar de la segunda parte de este festival.

 

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