Fórmula 1: Gran Premio de Austria

McLaren, de EGB con Alonso, de podio con Button, en el festival de Hamilton

Lewis Hamilton logró la pole en Austria (Twitter)
Lewis Hamilton logró la pole en Austria (Twitter)
Ignacio L. Albero

El tiempo estival despierta las feromonas a base de tintos de verano, cervecita, piscina, días de playa o festivales musicales que resuenan en todo el mundo durante los dos meses más especiales del año. La Fórmula 1 nos regala su particular Glastonbury en este mes de julio a base de la mejor música del planeta: la de un monoplaza rugiendo en un asfalto.

Quizá la melodía haya empeorado con la cadencia angustiosa de los V6 Turbo, pero pensar en Austria, Silverstone, Hungaroring o Hockenheim profesan una devoción hacia los devaluados cochecitos que ríete tú de la Virgen del Rocío. Cuatro clásicos para un mes non-stop con un claro cabeza de cartel: Lewis Hamilton. El inglés volvió a marcarse un solo de guitarra que ni Jimmy Page en Stairway to Heaven: pole.

Antes, las nubes se dispersaron como un garito a las 6 de la mañana: su presencia ya había sido demasiado molesta el viernes. En la siempre enigmática y peligrosa Q1, no hubo exceso de sorpresas: los teloneros se marchaban ni pena ni gloria a sus boxes. Nasr, Ericsson, Haryanto, Magnussen, Palmer y Kvyat.

La nota disonante la puso Daniil Kvyat y su Toro Rosso que, a falta de 1:44 para finalizar la Q1, hizo volar su monoplaza que rompió la suspensión trasera derecha. Sigue el tétrico camino de las suspensiones rotas que marcaron Checo y Rosberg en la jornada del viernes. Esos pianos amarillos -reductores, dicen- que están provocando más problemas que soluciones. El drama para Toro Rosso lo completó el nuevo motor de Sainz: fumata blanca antes de acabar la interminable Q1.

En el corralito la mirada de Sainz evidenciaba una frustración fruto de un fin de semana en el que su monoplaza se comportó como Lady Gaga en un cortijo. Acostumbrado a remontar en los últimos escenarios, volverá a tocar vestirse con capa y antifaz. Que la suerte le acompañe.

McLaren, a lo Harvey Dent

Ferrari metía miedo a su contemporánea némesis de Mercedes. La distancia en 2016 se había agravado para desdicha de los tifosi que viven siempre en el amor-odio hacia una marca que nunca acaba de encontrarse en esta nueva era híbrida. Estaban ahí, aquí, en Austria, gracias a las poderosas rectas que hacen lucir su parte más poderosa del monoplaza: el motor.

La Q2 comenzaba fuera de tiempo con una leve amenaza de lluvia. Las radios echaban humo y todos salían a marcar una vuelta cuanto antes. ¿Todos? No, Fernando Alonso no. Una extraña decisión del equipo que hablaba de lluvia cuando no llovía y que, cuando llovía, ya era tarde. Errores de EGB, que diría el mismo Fernando. Sin ritmo, sin coche, sin motor, y encima, sin perspicacia. Y la Q3 con el asfalto mojado… Una oportunidad única pisada por la mala gestión de un equipo que se devalúa más que la libra con el Brexit.

Para tapar sus vergüenzas, buscaban una estrategia arriesgada con un Button que sí consiguió colarse en la Q3. Lewis Hamilton volaba con el intermedio… y Button. El 22 de McLaren era segundo a falta de 4 minutos para el final de la Q3. Cómo tendría que estar Fernando en el box… La locura se apoderó de la calle de boxes con casi todos jugándosela montando el neumático de seco.

Hulkenberg, el más listo de la clase, se colocaba primero con el ultrablando. Se secaba la pista a velocidad de vértigo con todos mejorando sus registros. Pasaban todos por línea de meta… y Hulkenberg mejoraba sus registros en la segunda vuelta. En el segundo intento, Lewis Hamilton certificó que no hay coche como el Mercedes, ni en condiciones cambiantes, y que no hay piloto como él. Rosberg, segundo, con el Force India de Hulkenberg tercero.

Jenson Button pescó en la locura y acabó quinto: la mejor posición de McLaren en una clasificación desde hace años. Es más, saldrá tercero por las penalizaciones de Vettel y Rosberg. Esta es la imagen de McLaren, un equipo bipolar, que quiere y, la mayoría de veces, no puede por su aliado japonés. Hoy la pifiaron con uno… y el otro lo arregló. Button, ese piloto retirado por todos, certifica que todavía sabe jugar a los coches. Este muerto, cuando hay más igualdad de condiciones, está muy vivo.

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