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Historia

Imperio Inca: qué fue, características y qué zona ocupó

El Imperio Inca fue la cultura más importante y extensa de la América precolombina. Este imperio dejó gran impronta en las zonas en las que habitó hasta la llegada y el contacto con los colonizadores europeos. La capital se estableció en la ciudad de Cuzco, en Perú, y desde allí, el gran imperio se fue expandiendo con una longitud superior a las del propio Imperio Romano, con extensión desde Colombia hasta Chile, pasando por zonas de Argentina, Bolivia y Ecuador.

Según las fuentes, fue Manco Capac, el Inca que supremo que llevó al imperio a su gran expansión entre los territorios vecinos. Con la llegada de los europeos, estos pueblos más lejanos acabaron por unirse a la colonización.

Organización

El Imperio Inca estaba compuesto por las conocidas como ‘suyos’ o ciudades. Cuzco era la capital y de ahí se extendía todo el territorio por una infinidad de caminos creados por el propio imperio.

El Inca era el ser supremo, se creía que era el enviado del Dios Sol en la Tierra, por eso todo el mundo obedecía sus dictámenes. El Estado fue organizado por el primer Inca, Pachacútec, que reunificó todo el imperio para comenzar una gran expansión sin precedentes.

La ciudad se dividía en varios estamentos sociales. El Inca vivía junto a su familia, en el principio de la cadena, después su corte y los nobles, y luego el pueblo llano, que se dedicaba a trabajar para los nobles y el Inca. A pesar de todo, no existía el dinero, el comercio ni el desempleo. La eficiente organización social y económica del Imperio Inca sirvió para que se expendieran a lo largo de América del Sur con gran eficiencia.

La religión

Además de la economía y la gran organización que tenían, el Imperio Inca se basaba en importancia que otorgaba a la religión. Eran un pueblo que creía en varios tipos de dioses como Pachamama, la diosa de la madre tierra; Illapu, el dios del rayo; o Quilla, la diosa del agua.

Pero al que veneraban, y el propio Inca así lo hacía, era al rey Sol, Inti. A este eran comunes los sacrificios humanos en su honor, ya que se creía que la muerte era un pasaje sagrado hasta otra vida.

Los sacrificios se realizaban en la montaña y no se hacían de manera habitual, solo cuando el pueblo era castigado con desastres naturales, terremotos y otros fenómenos que ponían a prueba la voluntad del pueblo.