Miriam Escofet: «Cuando retraté a Isabel II percibí a una persona cálida y simpática, pero siempre Reina»
Miriam Escofet (Barcelona, 1967) ha sido la última artista en pintar un retrato oficial de la Reina Isabel II de Inglaterra. El único, por cierto, hecho por una española. La barcelonesa se enteró de la muerte de la soberana al salir de una reunión de artistas en la que –curiosamente– estaba Anthony Williams, pintor que también retrató a la madre del ya Rey Carlos III y que fue muy criticado porque sus manos “parecían salchichas”. “Puse la radio, escuché la noticia y el ambiente se volvió raro, sentí que era punto final de algo. Para mí, al haberla conocido, su muerte ha tomado una dimensión diferente”, explica al otro lado del teléfono.
Es miembro de la Royal Society of Portrait Painters, lleva 40 años viviendo en Londres y ha tenido el honor de tener dos encuentros con la soberana, uno en el Castillo de Windsor y otro en el Palacio de Buckingham, para tomar apuntes detallados de su rostro, las manos o la propia estancia. “Una de las cosas que más me sorprendió cuando entró por la puerta fue que es pequeñísima, irradiaba mucha luz y tenía mucho sentido del humor, es simpática”, comenta.
Mientras Escofet le explicaba el cuadro, ella reparó en el detalle de que la taza de té estaba vacía y así se lo hizo saber: “Todos nos reímos, no fue nada incómodo. Ella quería con su comentario crear un ambiente relajado y más familiar”.
Si no me equivoco, has sido la última artista en hacer un retrato oficial de la Reina Isabel II de Inglaterra, ¿no?
Bueno, creo que sí, según me han dicho ciertas personas, pero no podría afirmarlo de manera oficial. Hasta donde tengo conocimiento, la Reina no ha vuelto a posar para más retratos pintados, aunque sí para fotografías. Es normal, además, tras el confinamiento ella ha estado muy cuidada, ha salido en pocas ocasiones, también ha coincidido con la muerte de su marido y en los últimos meses se le ha visto más débil. Quizá todo ello ha influido.
A todos nos conmociona conocer la muerte de alguien con el que hemos compartido tiempo, no quiero ni pensar la impresión que tuviste al conocer la muerte de Isabel II y saber que has estado con uno de los grandes personajes del S. XX.
Ayer estuve todo el día en una reunión con más artistas, sabíamos que pasaba algo grave porque alguien dijo al entrar que toda la familia de la Reina se había trasladado a Balmoral. Todo pasó muy rápido, tras la reunión me fui a casa, puse la radio y a la media hora anunciaron su muerte. Fue un instante en el que percibes como que el ambiente cambia porque es un momento histórico con gran significado para la nación. Pero, claro, para mí, al haberla conocido su muerte ha tomado una dimensión diferente. De alguna forma, con este acontecimiento sientes como que ha habido un punto final.
¿Te sientes privilegiada por haber podido retratar a Isabel II de Inglaterra, haber tenido la opción de conocerla y tratar con ella? Sobre todo, teniendo en cuenta que ha sido una figura muy interesante para el mundo del arte.
Sí, sí, sí. ¡Por supuesto! Fue algo extraordinario lo que me pasó, nunca me lo hubiera esperado. Cuando lo vives, si te soy sincera, piensas que todo es surrealista, casi que no lo puedes creer. Tuve la oportunidad de retratarla y sí, eso es algo que pocos artistas pueden decir.
¿Cómo fue aquel primer encuentro para hacer el retrato? ¿Cómo te sentiste?
Primero me dijeron que sería sólo una sesión y que duraba una hora. Pero también me detallaron que, si la Reina se cansaba a los 20 minutos podíamos acabar. Me lo comentaron para advertirme que podría pasar, así también podía estar preparada para tener en ese tiempo, que para un artista es poquísimo, los apuntes necesarios para hacer algo con valor.
Por tanto, tuve que pensar muy seriamente cómo usar ese tiempo con ella. De todos modos, es cierto que el personal te deja entrar en la estancia donde se hizo la sesión todas las veces que lo necesites, es muy amable y colaboró mucho conmigo, pero el tiempo clave es el que tenía con la Reina y ese tiempo… ¡era tan limitado!
Así que le hice muy buenas fotos, estoy acostumbrada a hacerlas, y concentrarme mucho en los minutos que estaba con ella en persona, de tener una sensación y una impresión para poder después pintarla. Es importante que cuando pintas un retrato, éste debe parecerse a la persona, pero también como artista tienes que poder –o al menos intentar– captar su alma. Esto es lo más difícil porque, en realidad, no conoces a la persona que está delante, es como algo que percibes.
Pero, por suerte, te dieron otra sesión con la monarca de al menos otra hora.
Así es. Tuve que esperar muchísimo tiempo porque estábamos pasando momentos políticos complicados como el Brexit, las elecciones, etc. De modo que tuve que esperar muchos meses para tener la segunda sesión de posado que ya fue en el Palacio de Buckingham.
¿La primera dónde fue?
En el Castillo de Windsor. Era todo muy secreto cuando me llegó el encargo de la Oficina de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth, me reuní con ellos para intercambiar ideas y decidimos que queríamos un cuadro más íntimo de la Reina. Por tanto, la primera sesión fue en este castillo que es la propiedad que Isabel II consideraba su hogar, el sitio donde se relajaba; mientras que Buckingham lo tomaba como su despacho, un espacio al que iba a trabajar. La segunda sesión fue más relajada, ya nos habíamos visto, y ese día lo aproveché para captar sus facciones y su expresión. No necesitaba que tuviera ninguna pose, sólo los detalles de su rostro.
De ella dicen dos cosas cuando se la veía en persona: que tenía luz y que era una señora simpática, con sentido del humor.
Sí, sí, sí, así es. Lo primero que noté es que era pequeñísima, muy bajita, y es que yo soy muy alta, entonces me hizo mucha gracia la escena. Es que, además, con la edad tiendes a encoger un poco más, así que me sorprendió su estatura. Tras ello, que es la primera impresión, te das cuenta de que brilla mucho, tenía como energía. Creo que la comenzó a perder cuando murió su marido el Duque de Edimburgo, aunque aún así estaba estupenda.
En cuanto hablabas con ella te dabas cuenta de que era muy viva, muy sabia y con los pies tocando la tierra. Pronto, además, salía su sentido del humor, muy divertido y muy británico, claro. Fue una persona que me cayó muy bien, era simpática, teniendo en cuenta las reservas de que era la Reina y ella nunca se olvidaba que lo era. Pero debajo de eso, la veía que era una persona muy cálida y normal.
Ella reparó en un detalle del cuadro y es que la taza de té estaba vacía, no había nada, y te lo hizo saber.
Sí. Es que yo quería introducir un elemento un poco surrealista en el cuadro y pensé en una taza, estuve meses pensando qué poner y así se lo expliqué, tan orgullosa y haciéndome la lista (risas), y entonces me dijo lo de la taza de té vacía. ¡Yo que me creía tan lista con mi ocurrencia y no puse en la taza algo tan elemental!
Me imagino que en ese momento no sabes bien qué hacer, si contestar o callar…
Bueno, es que todos nos echamos a reír. No fue nada incómodo, lo dijo con mucho cariño. Creo que esas cosas humanizan a estas personas.
Todo este encargo se desencadena tras ganar el premio BP Portrait con un cuadro de tu madre sentada en una mesa. Impresionante, por cierto, por el nivel de detalle. El retrato de tu madre te lleva a pintar a la madre de la nación, ¿importante no para una artista?
Sí, claro. Era consciente de que mi madre no tiene nada que ver con la Reina, pero sí que fue un punto de partida porque las dos son mujeres, de edad similar, y las dos son madres, abuelas y dos personas para mí muy cálidas y con los pies en la tierra, eso también lo comparten. Ganar aquel premio me trajo el retrato de Isabel II, un sueño.
¿Quién te llamó para hacerte el encargo?
Me llamó sir Simon McDonald, subsecretario de la Oficina de Asuntos Exteriores y de la Commonwealth. Había visto el retrato de mi madre y le había encantado, por eso decidió que yo tenía que ser la artista que pintara a la Reina. Al fin y al cabo, era un retrato de una mujer de edad similar a ella pintado con dignidad y amor, eso creo que le dio la seguridad de que no iba a hacer nada raro.
Bueno, ha habido retratos de la soberana que han sido bastante criticados. No sé, se me ocurre Anthony Williams que decían que le había pintado unas manos como salchichas.
Sí, lo recuerdo. Y es que a mí, Antony Williams me encanta, me parece muy buen pintor y siempre tiene ese toque que envejece a la gente, forma parte de su técnica pictórica porque usa témperas. Me une a él una buena relación, de hecho en la reunión de pintores donde estábamos el jueves también estaba, ambos hablamos sobre la experiencia de retratar a Isabel II. Nos vemos apenas dos veces al año y justo fue este día tan señalado.
Tanto la obra de tu madre como la de la Reina transmiten mucha dignidad, pero también mucha ternura.
Gracias. Quería captar su fragilidad, todos tenemos una fragilidad que intentamos esconder, siempre salimos con esa coraza de ser fuertes, aunque en el fondo todos tenemos muchos miedos y fragilidades. Esto, además, en una persona mayor se nota más y las manos de la gente revelan muchas cosas. A mí me encanta pintar las manos, son muy expresivas. Con la cara, aún puedes esconder algo, pero con las manos… Creo que es un punto vulnerable de la fisionomía del ser humano.
Revelan demasiadas cosas, es verdad. Entre ellas, no sé, la edad, si se ha trabajado o no en ciertos trabajos manuales, etc.
Exactamente y. Por eso me gusta que me hayas sido capaz de sentir esa ternura, y es que de verdad la encontré una mujer tierna. Además, ella ya estaba siendo retratada en un momento en el que era consciente de que estábamos ante el final de una época, de su reinado. De ahí que del jarrón de flores de la mesa, haya hojas que se están cayendo.
Una alegoría del paso del tiempo.
Eso es.
Además, supongo que debe llegar un momento que para que te retraten tienes que dejar de lado la vanidad. Te van a retratar como eres, no de otro modo.
Claro, porque si no es un insulto. Y esto es algo que he discutido con otras personas, hay retratos de la Reina Isabel II que intentan retratarla como si tuviera 20 años menos de la edad que tenía. Para mí, de alguna manera, eso es un insulto porque parece que lo que ves no sirve, que lo tienes que mejorar. El rol del artista no es mejorar a nadie, sino sacar lo que ves.
Tu padre también es pintor, Jose Escofet, imagino que cuando te llega el encargo para él sería lo máximo.
Mi padre estuvo muy orgulloso por mí. Pero, claro, cuando te dan un encargo así tienes que tenerlo muy en secreto, sólo lo sabían las personas más íntimas, entre ellas mis padres. Ellos vivieron todo el proceso de creación porque estábamos confinados y todos los días les enseñaba por FaceTime cómo iban los avances. ¡Es lo primero que quería ver!
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