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Karina Sainz Borgo: “Vivimos en una época de una ñoñería espantosa”

Periodista y escritora. Karina Sainz Borgo (Caracas, Venezuela, 1982) ha publicado recientemente ‘El Tercer País’ (Lumen), una novela donde la vida se entrelaza de manera permanente con la muerte, ese espacio inesquivable donde poco o nada importa el poder terrenal.

Las protagonistas, Angustias y Visitación, son dos mujeres revoltosas que se saltan las reglas con consciencia para hacer aquello que consideran justo y trascendente. “Tienden a gustarme los personajes díscolos y las mujeres con las que no se sabe muy bien qué hacer. Fui criada por mujeres desobedientes, eso fue una impronta para mí desde niña”, explica.

Abandonó Venezuela hace 15 años y, de momento, ha elegido no volver. Un hecho que, según comenta, le hace vivir “la patria casi como una amputación”. “Decidí irme cuando el país no me reconocía y yo no reconocía al país, creo que me enterrarán en Madrid, el lugar donde me he hecho adulta”, detalla.

En la novela la muerte es un recurso permanente y vertebrador. ¿Cómo te relacionas tú con la muerte?

Es una relación muy contradictoria porque, la verdad, por un lado, la temo; pero, por el otro, estoy acostumbrada a su presencia como parte de lo cotidiano, uno termina por acostumbrarse a esa idea de la irrupción de la violencia en la vida cotidiana. Para mí, la muerte como paisaje es bastante familiar, aunque eso no quiere decir que no me genere conflicto. Además, en ‘El Tercer País’ la muerte está planteada en mayúsculas porque el número de fallecimientos entre la población inmigrante es muy alta.

Llevas 15 años fuera de Venezuela. ¿Cómo sientes tú la patria desde la lejanía? Yo, si un día muero, algo que ocurrirá irremediablemente, quiero descansar en el sitio que me vio nacer. ¿Eso a ti te pasa?

(Ríe con ironía)

Yo tengo la sospecha de que a mí me van a enterrar en Madrid porque es el sitio del que me siento parte. Es el lugar donde me convertí en una persona adulta, donde aprendí a leer libros importantes, donde he hecho amigos que, además, mantengo. Y, aunque nada me gustaría más que volver a mi lugar de origen, también siento que vivo la patria casi como una amputación. Es que, mira, aunque yo elegí marcharme, la realidad es que también he elegido no volver y creo que esto es un signo de algo más elocuente de lo que yo quisiera.

¿Por qué decides irte de Venezuela?

Decidí irme cuando el país no me reconocía y yo no reconocía al país, cuando me sentí absolutamente extraña. Éramos dos personas extrañas, dos seres distintos que no tenían ningún interés el uno por el otro. Ya no tenía ningún interés saludable por mi entorno, sino más bien todo lo contrario.

Yo no conozco Venezuela, pero aquí en España se habla muchísimo de ella, ya sabes…

¡Hombre! Sí, claro. ¡Todo lo que sea bolivariano y peyorativo nos cae como una teja en la cabeza!

Cuando se habla desde aquí, desde España, de que la verdadera democracia está en Venezuela. ¿Qué sensación se te mueve por dentro?

Pues que son ensoñaciones interesadas. Ya sabes que hay factores de la vida política española que, bueno, consideran que el régimen bolivariano es la verdadera democracia. Supongo que será porque su experiencia con el régimen es muy cercana. Me imagino, claro.

Ya. Supongo que esto te produce cierto pasmo, ¿no?

¡Bueno, imagínate! Cuba también les parece una democracia, piénsalo bien. Me refiero a determinados factores cercanos al Gobierno de coalición.

¿Podemos?

Cercanos al Gobierno actual, sí.

En el libro, las protagonistas –Visitación y Angustias– son dos mujeres fuertes alrededor de una tragedia que se está relacionando con la ‘Antígona’ de Sófocles. Sin embargo, y por traerlo para casa, a mí también me trae el aroma de la tragedia lorquiana.

Entiendo, la prominencia que tiene lo propio, ¿no? Pero creo que el mito de Antígona es muy claro y retumba en el interior de estas dos mujeres. También demuestra que para nosotros, como sociedad contemporánea, la tragedia no es algo que hayamos descubierto, sino que seguimos lidiando con el mismo mito y con la misma herida de la que Sófocles escribió en la Antigüedad. Un mito que, además, motivó otras versiones porque la Antígona que yo trabajé fue la de Sófocles, pero también trabajé, entre otras, la de María Zambrano o la de José Bergamín, para mí una de las más bellas. Pero, bueno, al fin y al cabo, lo que trabajé fue la construcción de una mujer que viola la ley para hacer lo que ella considera justo.

Y tú, ¿qué tipo de mujer eres?

Ummmm… Vamos a ver… (Se lo piensa)

¡Es complicado definirse a uno mismo, eh!

Bueno, sí, pero te diré que antes que mujer soy ser humano, me gusta concebirme como un todo. Ahora bien, evidentemente soy mujer y eso condiciona mi posición, pero tienden a gustarme los personajes díscolos, los que se saltan las reglas, los revoltosos y las mujeres que nadie sabe qué hacer con ellas. Fui criada por mujeres desobedientes y eso creo que fue una impronta para mí desde pequeña.

Y como mujer, ¿qué tipo de mujeres no te gustan?

No me gustan ni los hombres ni las mujeres victimistas. No me gusta la gente que se queja, me genera un profundo rechazo y, además, no entiendo la reafirmación de una lucha personal en un agravio, ya sea colectivo o personal.

Pues entonces tienes el nivel de rechazo en el 12.

Claro, pero es que estamos atravesando un ciclo de ñoñería espantosa. Un sentimentalismo que, al menos aparentemente, tiene muy buenos réditos entre la opinión pública.

Fíjate que tú tienes apariencia de dulce.

(Ríe) Sí, es cierto que suelo tener una apariencia de algo enclenque porque físicamente soy muy delgada y hay gente que me considera muy dulce. Eso está muy bien, la verdad, porque me permite llevar la contraria a alguna gente que dice que ¡siempre tengo mala cara! Me gusta llamar a las cosas por su nombre y ser honesta, intento no dejarme llevar por la turba que últimamente nos arrastra.

De eso precisamente trata Darío Villanueva en su último libro ‘Morderse la lengua’. Dice que por pudor o por cortesía se calla ciertas cosas, pero no por corrección política.

Ya, bueno, eso me gustaría haberlo visto a mí en Villanueva mientras presidía la RAE. Pero, dicho esto, sí, la corrección política siempre ha existido en los márgenes del sentido común y la convivencia, pero ahora se usa como instrumento de reivindicación, de lobby ideológico, incluso te diría que hay una corriente que usa la corrección política como un arma ideológica y como un mecanismo de control.

¿Se puede ser incorrecto y educado a la vez?

Sí, por supuesto. De hecho, tengo grandes amigos que lo hacen como, por ejemplo, Miguel Ángel Aguilar. Tiene un humor que es casi británico, es de una ferocidad tremenda, pero jamás pierde ni la elegancia ni las buenas formas. El estilo lo es todo.

¿Cuál es la crítica que más te ha hecho crecer aunque no te haya gustado?

Creo que cuando alguien me dice que soy muy impaciente. Uno no es capaz de darse cuenta hasta que no se lo dicen y, en mi caso, es la prisa y la impaciencia.

¿Cuántos libros te llegan en un día?

Alrededor de 50 o 60 en una semana.

Vamos, que te los lees todos.

(Reímos)

Sí, claro, todos, todos. Al final, te obligas a elegir muchísimo más las entrevistas que haces.

¿Y cuál es el criterio?

La calidad, sin duda. Si un autor ha escrito un gran libro es una urgencia leerlo y es una urgencia comentarlo.

Pero, todos los autores creen que su libro es el mejor.

Ya, pero para eso están los lectores, para hacer de contrapeso contra el amor propio de los autores, que en muchos casos suele ser muy alto.

¿Estás curada del ego del escritor?

¡El ego de los periodistas es muchísimo peor! Somos más ególatras que los escritores y muy pesados, sólo nos conocemos entre nosotros, pero creemos que no. De hecho, mi madre, que es una lectora voraz y aventajada de prensa, jamás se fija en la persona que firma los reportajes o las noticias. Cuando me comenta y le pregunto quién lo firma, siempre me dice: “¡No me acuerdo! En eso te fija tú”.

¿Qué lees ahora?

Acabo de terminar de leer un libro que me ha cambiado la vida y la forma de ver la novela: ‘La saga de los Forsyte’ del autor británico John Galsworthy. Hacía mucho que no leía algo tan incontestablemente diferente y aventajado.

@MaríaVillardón