Microbios que comen plástico: avances reales y falsas promesas
Los plasticos son un verdadero problema para el medio ambiente. ¿Es real que ya existen microbios que comen plástico?
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El plástico, ese material que parece estar en todas partes, es uno de los inventos más útiles y al mismo tiempo más problemáticos del último siglo. Lo tenemos en botellas, juguetes, ropa, autos, envases de comida y hasta en instrumentos médicos. Su éxito se debe a que es barato, ligero y resistente. Pero ahí está el gran problema: es tan resistente que puede tardar cientos de años en degradarse. Montañas de residuos se acumulan en vertederos y océanos, y sabemos que reciclar solo cubre una pequeña parte. Frente a este panorama, la ciencia explora soluciones que hace unas décadas parecían impensables, como los microbios capaces de comer plástico.
La idea, a primera vista, parece sacada de una novela futurista: bacterias diminutas que transforman la basura en algo inofensivo. Y sí, se han descubierto organismos y enzimas capaces de degradar ciertos plásticos. Sin embargo, entre lo que realmente se ha conseguido y lo que a veces venden los titulares, hay un espacio enorme. Conviene distinguir los avances reales de las promesas exageradas.
El hallazgo que lo cambió todo
En 2016, un equipo japonés anunció el descubrimiento de una bacteria sorprendente: Ideonella sakaiensis. Este microorganismo, encontrado en un vertedero, podía descomponer el PET, el plástico más común en botellas y envases. Lo hacía gracias a enzimas específicas que cortaban las cadenas de polímeros en fragmentos más pequeños y manejables.
Los titulares fueron inmediatos: “Bacterias que comen botellas de plástico”, “El fin de la contaminación está cerca”. Sin embargo, la realidad era mucho menos espectacular. El proceso era lento, solo funcionaba en condiciones de laboratorio y estaba limitado a un tipo de plástico. Una cosa es degradar una lámina de PET controlada, y otra muy distinta enfrentarse a las millones de toneladas que flotan en mares y ríos.
La carrera por mejorar las enzimas
El descubrimiento abrió una línea de investigación apasionante. Desde entonces, varios grupos científicos han intentado mejorar esas enzimas mediante ingeniería genética. En 2018, un equipo británico-estadounidense logró que la llamada PETasa trabajara más rápido. Poco después se identificó otra enzima, la MHETasa, que completaba el proceso y convertía los fragmentos en compuestos reutilizables.
Más recientemente, se han creado “superenzimas” capaces de desintegrar plásticos en días o incluso en horas. Esto, que hace poco sonaba imposible, ya se prueba en laboratorios. La visión es clara: plantas de reciclaje biológico que usen estas enzimas para transformar botellas y envases en materias primas listas para nuevos productos.
Lo que sí y lo que no
Ahora bien, conviene ser sinceros. No existen bacterias milagrosas que podamos lanzar al océano para que limpien toda la basura marina. Los microbios descubiertos funcionan bajo condiciones muy específicas: temperatura, humedad, oxígeno controlados, y plásticos relativamente puros. En ambientes naturales, donde los residuos están mezclados con metales, aceites o barro, las cosas se complican bastante.
Además, no todos los plásticos se comportan igual. El PET es más manejable, pero otros como el polietileno o el polipropileno, presentes en bolsas y envoltorios, siguen siendo un dolor de cabeza. Pensar que un solo microbio resolverá todo es, por ahora, una ilusión.
El riesgo de ilusionarse demasiado
Parte del problema está en cómo se comunican estos hallazgos. La idea de “microbios que comen plástico” vende mucho y suena casi heroica, pero puede llevar a malentendidos. Algunas personas creen que pronto podremos soltar bacterias en vertederos y asunto resuelto. Eso sería irresponsable y hasta peligroso, porque introducir organismos modificados en ecosistemas abiertos podría alterar equilibrios naturales de formas imprevisibles.
Otro riesgo es más sutil: usar estos avances como excusa para no cambiar nuestros hábitos. Si creemos que la ciencia lo arreglará todo, podríamos sentir menos urgencia por reducir, reutilizar o reciclar. Y la verdad es que ningún microbio sustituye la necesidad de producir menos plásticos de un solo uso.
Avances que sí tienen futuro
Lo esperanzador es que, en paralelo, se están desarrollando proyectos reales con aplicaciones prácticas. Existen ya plantas piloto donde enzimas degradan plásticos y los convierten en bloques químicos que se pueden reutilizar, evitando así depender siempre del petróleo. También se experimenta con métodos híbridos que combinan técnicas químicas, mecánicas y biológicas para acelerar la descomposición.
Este tipo de soluciones podrían transformar el reciclaje. En lugar de convertir botellas en materiales de menor calidad, se podría recuperar un material casi idéntico al original. Eso sí sería un paso hacia una economía circular.
Nuestra parte en el problema
Aunque la biotecnología prometa mucho, no podemos olvidar que la crisis del plástico también es un problema cultural y político. No basta con esperar a que los laboratorios inventen la enzima perfecta. Hace falta reducir la producción de plásticos de un solo uso, promover envases reutilizables y mejorar los sistemas de gestión de residuos.
Los microbios y enzimas son aliados, pero no reemplazan nuestra responsabilidad colectiva. Pensar que la tecnología sola nos salvará es tan ingenuo como creer que plantar unos pocos árboles compensa la deforestación masiva.
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