Durante décadas nadie pudo explicar por qué estas piedras se movían solas: ahora un físico ha descubierto la verdad


En el desierto de Mojave, situado en el Parque Nacional del Valle de la Muerte en California, se encuentra uno de los fenómenos geológicos más enigmáticos y desconcertantes del planeta Tierra. Se trata de las llamadas «piedras viajeras» o «piedras deslizantes», que parecen moverse sin intervención humana o animal, dejando rastros visibles sobre la superficie del suelo. Durante décadas, este misterio ha fascinado tanto a científicos como a curiosos, generando especulaciones que van desde lo sobrenatural hasta lo estrictamente físico. Éste insólito fenómeno se ha documentado desde mediados del siglo XX.
La primera referencia oficial data de 1948, cuando se empezó a investigar el movimiento de estas rocas que varían en tamaño y peso. Lo más intrigante es que, aunque las marcas en el terreno son claras y evidentes, las piedras parecen desplazarse de manera esporádica. Uno de los patrones más sorprendentes es que las trayectorias suelen ser paralelas, y, en ocasiones, los cambios de dirección parecen sincronizados entre varias piedras. Estos detalles han llevado a los investigadores a preguntarse cuál es el mecanismo detrás de este fenómeno, descartando en un principio cualquier intervención externa evidente.
El enigma de las piedras errantes en el Valle de la Muerte
Las primeras teorías intentaron dar respuestas basadas en condiciones atmosféricas y características del terreno. Se sugirió inicialmente que fuertes remolinos de viento podrían ser los responsables, empujando las rocas sobre la superficie desértica. Para probar esta idea, se llevaron a cabo experimentos con motores de avión, demostrando que algunas rocas pequeñas podían desplazarse cuando la velocidad del viento superaba los 20 metros por segundo, siempre que el suelo estuviera húmedo. Sin embargo, muchas piedras eran demasiado pesadas para que el viento pudiera moverlas, lo que hacía que esta explicación fuera insuficiente.
Otra hipótesis sugería que el crecimiento de algas sobre la superficie del suelo podría reducir la fricción y permitir el desplazamiento en condiciones de humedad. Aunque interesante, esta teoría perdió fuerza al analizar el entorno: el terreno en el Valle de la Muerte pasa la mayor parte del tiempo seco y, aunque se inunda ocasionalmente en invierno, el agua se suele congelar. Además, los vientos requeridos para mover algunas de las piedras más grandes habrían tenido que ser extremadamente intensos, alcanzando hasta 80 metros por segundo, lo que parecía poco probable.
Con el paso del tiempo, la hipótesis más aceptada fue la que involucraba placas de hielo. Se propuso que durante las noches invernales, el agua acumulada en el suelo se congelaba, formando una capa de hielo lo suficientemente gruesa como para reducir la fricción. De esta manera, cuando el viento soplaba, las piedras podían deslizarse con mayor facilidad.
Sin embargo, había un problema fundamental con esta idea: nunca se había observado el fenómeno en acción. Los registros se basaban en la comparación de fotografías tomadas en distintos momentos, pero ningún investigador había presenciado el desplazamiento de las piedras en tiempo real.
La solución definitiva
Finalmente, en 2014, un grupo de científicos liderado por Richard D. Norris, del Instituto Scripps de Oceanografía, logró captar por primera vez en la historia el movimiento de las piedras en vivo. Utilizando dispositivos GPS de alta precisión y cámaras de monitoreo, pudieron registrar cómo y cuándo se desplazaban las rocas, confirmando la verdadera causa detrás de este enigma.
Los resultados fueron sorprendentes: el movimiento no ocurría debido a placas de hielo gruesas, sino a delgadas láminas de hielo que se formaban sobre el agua estancada durante las frías noches invernales. Con el amanecer y el aumento de temperatura, estas capas de hielo comenzaban a fracturarse y a deslizarse sobre la superficie aún húmeda. Con la ayuda de ligeras brisas, las piedras congeladas eran empujadas suavemente sobre el terreno, desplazándose durante periodos de hasta 16 minutos.
Este descubrimiento explicó por qué el fenómeno es tan poco frecuente y por qué algunos años no ocurre en absoluto. Se requiere una combinación de condiciones muy específicas: suficiente agua para que se formen las láminas de hielo, temperaturas lo suficientemente frías para generar el congelamiento, y luego un deshielo gradual con vientos suaves que permitan el deslizamiento. Si alguno de estos elementos falta, las piedras permanecen inmóviles por años, incluso décadas.
Gracias a estas investigaciones, el misterio de las piedras viajeras del Valle de la Muerte finalmente se ha resuelto. Sin embargo, el fenómeno sigue siendo uno de los más fascinantes dentro del mundo de la geología, un testimonio de cómo la naturaleza es capaz de sorprendernos con procesos que desafían nuestra percepción.
Lo que alguna vez fue considerado un evento inexplicable, incluso sobrenatural por algunos, ahora se entiende como una combinación excepcional de factores climáticos y geológicos. El Valle de la Muerte sigue siendo un lugar de extremos y maravillas, y el fenómeno de las piedras errantes es sólo uno de los muchos misterios que esconde éste inhóspito pero fascinante rincón del mundo.