La ópera ‘L’Arxiduc’, una propuesta en permanente riesgo
El momento esperado ha llegado. Después de siete años. Parece ser que el origen de la ópera L’Arxiduc es un encuentro de Carme Riera con Antoni Parera Fons después de ver María Moliner. Ella, le dirá a él: «Debemos hacer una ópera». Riera autora del libreto, Parera Fons de la partitura.
Debe tenerse en cuenta que nunca hubiera sido posible este proyecto, de no coincidir con el centenario de la muerte del Archiduque Luis Salvador y las conmemoraciones concretadas en una exposición, después una novela y de paso dos obras de teatro, todo ello concentrado entre 2015 y 2018. En todo este proceso, el papel de Carme Riera es fundamental, complementado por Parera Fons, que había sorprendido a Carme Riera con el estreno de María Moliner el año 2016, su segunda ópera de gran formato en el caso de darle igual descripción a su creación de 2010 Con los pies en la luna.
Lo primero que debe subrayarse es el hecho de encontrarnos ante un caso insólito en los dominios de las artes escénicas aquí en Baleares, puesto que hablar de L’Arxiduc es hacerlo a propósito de asistir a la primera ópera en gran formato con exclusiva autoría y producción propias de Baleares. Todo un hito que sin duda pasará a la historia universal de las artes escénicas. Es una circunstancia incontestable y como tal debe ser entendida.
He asistido al estreno absoluto y la primera impresión que me llevo es la de asistir a una puesta en escena condicionada por el libreto, a pesar de que en el género operístico tradicionalmente siempre ha prevalecido la partitura, lo que no es necesariamente malo y mucho menos en esta ocasión al confiarse la autoría a una escritora con profundo conocimiento del personaje. Pero al mismo tiempo inevitablemente entran en juego las interpretaciones, puesto que hablamos de una obra coral, en la que deben armonizarse los puntos de vista de quienes –colegiadamente- están llamados a construir el edificio operístico que una vez concluido y solamente entonces cobrará vida propia.
Interesante el punto de partida, tanto de Parera Fons, como de Paco Azorín en su cometido de director de escena. «El reto era seductor», nos cuenta en sus notas al programa Antoni Parera Fons: «Una historia expresada con un lenguaje vivo, directo y poético me obligaba a ser muy preciso a la hora de dar a cada palabra el tono y la música que le correspondía». Paco Azorín, que era la tercera vez que colaboraba con Parera Fons, de inmediato siente fascinación por el personaje, dándole a la historia el carácter de «revisión culta del mito de Don Giovanni, ofreciendo una revisión contemporánea del mito». Me parece sintomático, en este sentido, que la autora después de ver el ensayo general, dijera que solo era la responsable del libreto «y que cada uno asuma su responsabilidad». Dejando dicho, previamente, que «la ópera tiene una calidad absoluta, a nivel internacional».
En realidad, asistimos a un relato en el que la música, efectivamente, viene a plegarse –literalmente- a imperativos del libreto desde el momento en que no hablamos de un dictado confiado a la batuta, que siempre había sido la norma. Los pasajes orquestales, en cambio, sí son de explosiva exposición de esa paleta sonora que tiene interiorizada el compositor, aquí buscando el equilibrio permanente entre la música absoluta donde convive el clasicismo y rasgos contemporáneos, intercalándose los pasajes solistas especialmente del archiduque joven (el tenor David Alegret) y el archiduque viejo (el barítono José Antonio López) con delicadas anotaciones ajustadas a cada palabra donde la contención es permanente, el susurro una constante, al contrario de lo que ocurre con el personaje de Catalina Homar (maravillosa la interpretación de la soprano María José Montiel) cuya expresividad es abierta y luminosa. Lo mismo cabe decir del coro como expresión del final de una era ocupando el papel del pueblo, mientras el relato sigue centrado en «ahondar en los contrastes y en las contradicciones» del archiduque. De ahí probablemente dos preceptos dominando la escena: Culpa, Deseo.
L’Arxiduc es en sentido estricto el recorrido biográfico a través de la figura de un personaje que encarna el epicentro de la caída de una dinastía de 300 años de historia y el hombre nuevo que a su vez encarna. De ahí el encanto de contraer el tiempo y dejar que ambos, el archiduque viejo y el joven, nos hablen en presente y también desde la memoria. La escenografía de Azorín entra en disputa dialéctica con el texto de Riera, dejando el arbitraje en las notas de Parera Fons. El equilibrio resulta imprescindible para no acabar la propuesta en un riesgo permanente. Aunque los personajes centrales son en sí mismos garantía de solvencia y de permanencia en el tiempo.
La plasticidad de L’Arxiduc contiene momentos sobresalientes, en especial el dedicado a la Gran Guerra –también el más arriesgado- donde imágenes bélicas proyectadas entran en contraste con una coreografía acertada en su intencionalidad. Asimismo, ese bellísimo pasaje donde la memoria y el presente se citan en el mismo plano y así recoger el encuentro de Luís Salvador con Catalina Homar generándose un cuarteto que conjuga a la vez el pretérito y el presente… con la leyenda de la corza blanca observando la escena, ella que acompaña los últimos momentos del archiduque viejo.
Las referencias al capítulo mallorquín van esparcidas cuidadosamente a lo largo de las tres horas en dos actos y sobresalen por su significado Catalina Homar y el rótulo con el nombre de Antoni Vives, además del coro que a modo de leitmotiv interpreta: «Oh, mar blava que ets de trista / En mirar-te, ploraré / M`has tret de sa meva vista /Aquell que era el meu bé».
Me siento comprometido y solidario con este proyecto, porque en el tiempo que llevo escribiendo sobre artes escénicas soy perfectamente consciente de que éste es un momento irrepetible en el capítulo de las artes escénicas en Baleares, salvo que por fortuna abra la puerta a ver crecer más proyectos de tanta envergadura. Vuelvo a destacar el papel confiado al coro, magnífico en sus intervenciones y asimismo la conciencia histórica del relato.
De la misma manera que la figura del narrador aquí se desglosa en un equipo del que forman parte cinco actrices y cuatro actores, que asumen roles propios de tramoyista pero al tiempo un equipo de investigación en tiempo presente que ahonda en el análisis de la historia del archiduque. No en vano al final aparecerá un rótulo que nos avisa de haber asistido a «una ópera analítica».
Por último, es obligada la referencia a la Orquestra Simfònica Illes Balears y a su director titular, Pablo Mielgo, porque han desarrollado una admirable labor que partiendo de la nada eleva a categoría superior la musicalidad que reclamaba el relato de Carme Riera y el pentagrama de Antoni Parera Fons.
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