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EL CUADERNO DE PEDRO PAN

¿Una nueva etapa para el Festival de Pollença?

La 63 edición del Festival Internacional de Música de Pollença ha marcado sin hacer apenas ruido un antes y un después

La 63 edición del Festival Internacional de Música de Pollença ha marcado sin hacer apenas ruido un antes y un después.

De entrada, lo más notorio ha sido que por primera vez en su medio siglo largo de historia deja su conexión directa con Alcaldía pasando a depender de la concejalía de Cultura, en buena parte debido a la reciente creación del Consejo Cultural –desconozco si ya está activado-, que persigue poner en valor el municipio como generador de sinergias encaminadas a convertir Pollença en un referente integral en la materia. Conviene recordar que recientemente se reconocía la capitalidad cultural de Inca en el ámbito de la Part Forana, cuando Pollença tiene méritos más que sobrados para ello.

Ahora está por ver el camino que recorrerá este Consejo Cultural de nueva planta, que en palabras del alcalde, Martí March, tendrá el Festival como su principal referente. El camino será largo y probablemente muy ambicioso. Esperemos que no se quede en simple declaración de intenciones, porque su objetivo y deber será poner los cimientos de un gran proyecto de futuro.

Regresando al Festival de Pollença, personalmente entiendo que es un mal comienzo de esta nueva etapa, además de un agravio histórico, el hecho de suspender la relación directa de Alcaldía con el Festival porque su origen  fue consecuencia de la providencial decisión tomada por el alcalde Siquier el año 1962, encarnando así un compromiso que después continuaron los alcaldes que le siguieron. La prueba imborrable de aquella tarea inicial ha quedado plasmada en los muros interiores del Claustro de Sant Domingo, los cuatro rehabilitados por otros tantos alcaldes en un proceso continuado en el tiempo. La figura del alcalde, en este sentido, queda engrandecida por su condición de garante de la personalidad del Festival.

En tiempos recientes esta responsabilidad ha recaído, especialmente, en los alcaldes Bartomeu Cifre (de centroderecha) y Miquel Àngel March (de izquierdas), hermano del actual primer edil. Cifre fue en su primer mandato firme defensor de la continuidad del Festival en tiempos extremadamente  difíciles debido a la crisis económica, mientras en el segundo, coincidiendo con la pandemia, apostó fuerte para que el Festival no cerrase puertas en la edición de 2020 siendo de los pocos en España, incluso en Europa, que le plantó cara, una vez más, a la adversidad.

March jugó un importante papel a la hora de recuperar el espíritu original cuando se encontró con la pérdida progresiva de identidad tras el paso de Joan Pons y Joan Valent al frente de la dirección artística, impulsando entonces una comisión artística encargada de reconducir la situación y abrazar de nuevo aquel espíritu original que le deberá siempre, Pollença, a Bartomeu Siquier y al violinista inglés Philip Newman; ellos que fueron los padres fundadores de esta inmensa proeza convertida 63 años después en un referente internacional indiscutible. 

Por cierto, Cifre fue quien confió en Pere Bonet para asumir la dirección artística y no sería una mala decisión teniendo en cuenta que Martí March le ha ratificado. Pere Bonet desde el pasado abril preside la Asociación Española de Festivales de Música, FestClásica, lo que cabe considerar un reconocimiento tanto al Festival de Pollença como a la gestión de Bonet.

Otro dato relevante en la presente legislatura ha sido crear una comisión asesora que coordina el propio Pere Bonet. La novedad por tanto es que la comisión tendrá dependencia orgánica de la dirección artística, que no es asunto menor. Me parece digno de mención que entre sus integrantes está Joan Company, un peso pesado en definitiva.

El Festival de Pollença ha contado a lo largo de estas décadas de recorrido con tres comisiones de tales características, las dos mencionadas y además una tercera –en realidad fue la primera- que se creó el año 1965 a raíz de la inesperada muerte de Philip Newman. Su vigencia duró no más de dos años hasta que Eugen Prokop, amigo personal de Newman y violinista como él, asumió la dirección artística, permaneciendo 35 años en el cargo. Prokop siempre fue considerado «el continuador de la obra de Newman».

Volviendo a Pere Bonet, su llegada al Festival cabe considerarla capital por el hecho de haber sabido hacer una lectura correcta del espíritu fundacional que compartieron Newman y Prokop. El único inconveniente que yo le veo es su decisión de ignorar una de las grandes aportaciones de Eugen Prokop: introducir de manera periódica una mirada a las otras músicas, más allá del estricto rigor de la música clásica.

El flamenco y el jazz fueron las mejor acogidas, aunque yo me quedo con la visita de Ravi Shankar en 1996 para presentarnos a su hija Anoushka como su digna sucesora al sitar, y poco después en 1999, la posibilidad de mirar de cerca el teatro Noh japonés con la visita durante dos noches (estuve en las dos) de la compañía de Kioto, líder en esta modalidad: Kokoromi Noh Kai. Una presencia tan enigmática, como fascinante y embriagadora, con su cascada de sonidos remotos. 

Para ir terminando debo contarles el gran privilegio que tuve entre los años 2000 y 2005 al ser requerido por Prokop para acudir a su casa de Pollença al objeto de participarme los contenidos del Festival, meses antes de su presentación a los medios. Fui testigo de su preciosa sensibilidad a la hora de programar, y lo más importante, observarle mientras me relataba los contenidos en una suerte de éxtasis que evidenciaba lo interiorizado que tenía el Festival, que como norma tenía la tendencia a especializarse en música de cámara. De Prokop es la frase, «la música de cámara es a la música clásica, lo que la poesía es a la literatura». Buena definición.

En la edición de este año, el sinfonismo ha tenido su protagonismo a través de la Filarmónica de Luxemburgo y la orquesta titular del Palau de les Arts, lo que no dejaba de ser el eco de los años dorados, entre finales de los años 80 y comienzo de los 90, cuando el Festival de Pollença vivió su plenitud. 

Una anotación final. En la imagen que ilustra este Cuaderno vemos a Philip Newman, al violín, ofreciendo un recital en los inicios del Festival. La foto fue tomada por MICER –fotógrafo oficial del Festival- en la capilla adjunta al Claustro de Sant Domingo, utilizada hasta finales del siglo XX como un plan B en caso de inclemencias del tiempo. Allí tuve ovación de escuchar a The Hiliard Ensemble, el cuarteto de contratenores, a capela, que un tiempo después acudió al centro Cultural Costa Nord dialogando con el saxofonista noruego Jan Garbarek en una noche absolutamente memorable.