Lo ocurrido el 10N en Valencia es la izquierda avasallando la verdad
Lo siento. Me veo en la obligación de comenzar esta columna explicando a los votantes socialistas de Baleares, tantos como 151.786 el mes de julio de 2023, qué significa avasallar, según la RAE: «Sujetar, rendir o someter a obediencia». Dicho lo cual, vayamos a la manifestación de Valencia, donde el domingo 10 de noviembre se juntaron millares de simpatizantes de extrema izquierda a base de antisistemas y separatistas, exigiendo la dimisión a Carlos Mazón por la tragedia ocurrida el 29 de octubre. Convocaban Podemos y Compromís, que ya sabemos de qué pie calzan, acompañados por cómplices del norte, que anhelan ver a la Comunidad Valenciana, integrarse en los inexistentes Països Catalans. Su abanderado era Lluís Llach. Cómo no.
Soy columnista por casualidad, desde 1996 hasta nuestros días, porque así me lo propusieron sucesivos directores. Pero mi vocación es la de crítico de artes escénicas, tarea en la que llevo algunas décadas más. Debo reconocer, que Lluís Llach siempre fue mi debilidad, muy por encima de Joan Manuel Serrat. Todas y cada una de sus suites las encuentro maravillosas. Pero otra cosa es aceptar su trayectoria política. Se ha convertido en un simple pelele del independentismo, aunque por supuesto por convicción. Verle airado, el 10 de noviembre en Valencia, a mí particularmente me dio mucha pena, lo que no me va a impedir seguir escuchando Viatge a Itaca, Geografies o Campanades a Mort. Su retirada a tiempo me reconcilia con él, porque a partir de entonces, el músico-artista queda al margen de sus gilipolleces.
Comprendo perfectamente el analfabetismo funcional de las izquierdas por el hecho de que única y exclusivamente les une el odio, antes que la razón.
Después de la huida tan cobarde del presidente Pedro Sánchez en Paiporta, la prioridad era desviar la atención, trasladando las culpas al presidente de la Generalidad Valenciana y, por supuesto, obviando el delito criminal que había cometido el Gobierno socialcomunista de España al no proceder a la declaración del Estado de Emergencia, que era su obligación según dicta la Ley. Se produjeron actos vandálicos y presencia lo suficientemente masiva de manifestantes para intoxicar a la adormecida opinión pública. Se trataba de «someter a obediencia», avasallar en definitiva, a la opinión pública.
Probablemente, el presidente valenciano Carlos Mazón deba dimitir por no haber sabido estar a la altura y de igual modo deberían hacerlo una parte importante del Consejo de Ministros, con su presidente al frente, por igual y manifiesta incompetencia, y además con sospechas de criminalidad.
Es profundamente lamentable y triste que las encuestas de opinión después de la tragedia solamente reflejen la pérdida de seis escaños en el PSOE en caso de producirse elecciones ahora mismo. La inmundicia del PSOE deja a los socialistas, según estas encuestas, en torno a los 118 escaños, cuando en un país civilizado supondría su derrumbamiento electoral, como ocurrió en el pasado en Francia, Italia o Grecia. Aquí, no. El odio es tan grande que apenas afecta a su músculo electoral, de manera que, casi un siglo después de la Guerra Civil española, el Frente Popular sigue vivito y coleando.
Porque conviene no olvidarlo, ahora mismo vivimos la reedición del Frente Popular de 1936, y lo más trágico, en connivencia con abundantes medios de comunicación, que han vendido su credibilidad por un plato de lentejas. Qué lamentable espectáculo para los que venimos de la antigua escuela en la que todavía creíamos que la prensa era el cuarto poder.
La izquierda radical va ganando el relato, probablemente porque la derecha no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Lo hemos vivido en las Baleares estos primeros meses de legislatura, con el Govern de Prohens tan acomplejado ante la amenaza de separatistas si prospera la libre elección de lengua en la primera enseñanza, dejando entonces en manos de los centros el procedimiento a seguir, cuando saben perfectamente que los claustros no están por la labor y a eso se le llama avasallar la autoridad del Govern.
¿De dónde emana la facultad de legislar? ¿Del Parlament o de los centros? Pues eso. En consecuencia, es una actitud cobarde, que el Govern Prohens delegue la aplicación de la ley en el claustro de unos centros consagrados a la inmersión lingüística, sí o sí. Es un completo contrasentido.
Lo ocurrido el pasado 10 de noviembre en Valencia, donde nunca se pudo escuchar la exigencia de dimisión a Pedro Sánchez, es la escenificación de las querencias de una jauría que no entiende de convivencia, sólo entiende de imposición. Es la ausencia de un líder fuerte en la derecha, Prohens no parece serlo, lo que permite tanto avasallamiento, en lugar de afrontar los perversos relatos de la izquierda radical con absoluta determinación.
Lo ocurrido en Valencia el pasado 10 de noviembre puede reeditarse en los territorios de una derecha incapaz de entender que su poder territorial es el mayor de su historia, y precisamente por ello, debe defenderse con energía. Repito: lo ocurrido el 10N en Valencia es la izquierda avasallando la verdad.
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