EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Les Arts Florissants descifra el ADN del Festival de Pollença

Durante algo más de una hora seguimos la belleza musical confiada a un clavecín, una maravillosa voz y un archilaúd

Festival de Pollença 2022: feliz combinación de sinfonismo y música de cámara

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Actuación de Les Arts Florissants en el claustro de Sant Domingo. MICER

El pasado 6 de agosto se iniciaba la 61 edición del Festival de Pollença con espectacular exhibición de poderío de la Orquestra Simfònica Illes Balears (OSIB) bajo la batuta de Sergio Alapont y al piano como solista invitado Kristian Bezuidenhout. En el capítulo sinfónico aguarda noche memorable, el 27 de agosto, con el regreso de la Orquesta Nacional de España (ONE) después de permanecer cuarenta años ausente de la isla. No menos grato va a ser el encuentro con Il Giardino Armonico, el 24 de agosto, después de suspenderse su concierto por la lluvia el pasado 2020, en plena pandemia.

Pero si algo mágico ya ha sucedido, es la visita el 11 de agosto en formato trío de Les Arts Florissants, ausente del claustro desde 1992. Tan sublime velada merece recordarse como embajada honorífica de este 61 Festival y de ahí que me permita rememorar a toro pasado aquel singular encuentro.

La cita con Les Arts Florissants no deja de ser el reencuentro con el ADN del Festival de Pollença, y más teniendo en cuenta que ya estuvieron en el claustro de Sant Domingo en 1992, solamente trece años después de nacer como conjunto de cámara que, salvando distancias, alguna similitud ha de tener con Studium Aureum, en el sentido de integrar orquesta y un coro de cámara. El clavecinista estadounidense William Christie acabó enamorado del barroco francés entre los siglos XVII y XVIII –su edad de oro-, y acto seguido decidió seguir la senda de la interpretación historicista de la música antigua, es decir el empleo de instrumentos originales y la ejecución acorde con el espíritu de la época. La singularidad de la nueva visita es que ahora nos llegaba el nombre, su espíritu original, solo que en el formato de trío.

Esta circunstancia es la que casa con la naturaleza del Festival de Pollença, porque prevalece ante todo la fidelidad a un proyecto, en este caso además con la imprescindible variante de continuidad. En efecto, William Christie nos ha visitado acompañado de dos de sus pupilos aventajados y crecidos al amparo de su proyección de futuro. Son en cierto modo la encarnación viva del espíritu del Festival Dans les Jardins de William Christie, su cantera en definitiva, es decir el embrión cúspide para la continuidad de su legado.

De tal manera que esta vez en el claustro de Sant Domingo en apariencia lo que aparecía era una foto fija de las consecuencias de un recorrido histórico en los últimos 43 años: el maestro (Christie), dando la alternativa a Thomas Dunford (archilaúd o tiorba si se prefiere) y a Lea Desandre, mezzosoprano –jovencísima por cierto- llegada de improviso y sin complejo alguno.

Nada tiene que ver una cosa con la otra, pero conforme avanzaba el recital monográfico dedicado a breves historias de amor y desamor, y observando cómo iba evolucionando la noche, me raptó el recuerdo y me escapé a 1996 cuando nos visitó Ravi Shankar, entonces de gira para presentar su preciado legado: su hija Anoushka. Siempre el imaginario del maestro y el discípulo.

Para ser exactos al parisino Thomas Dunford de 34 años el barroco le viene de cuna, por ser hijo del violagambista estadounidense Jonathan Dunford, y de madre igualmente violagambista. Entró a formar parte de la orquesta de Les Arts Florissants cuando ya era una promesa consagrada en la Comédie-Française, además de firme admirador del barroco francés.

De su exquisita complicidad con William Christie sin duda fue buen indicio el juego de variaciones –en boga durante el barroco- que ponía a dialogar el clavecín y el archilaúd, regalándonos uno de los momentos consagrantes de la noche. Aunque momentos únicos los hubo permanentemente.

En cambio, el recorrido de la mezzo francoitaliana Lea Desandre ya es otra cosa: ella sí es un hallazgo del propio William Christie. En 2015, cuando tenía 22 años de edad, fue seleccionada para lo que se conoce como El Jardín de Voces de William Christie, anexo a su vez del Festival Dans les Jardins de William Christie y que en efecto cabe considerar un laboratorio para garantizarle continuidad a Les Arts Florissants. Desde luego, no tenía mal ojo William Christie, teniendo en cuenta que en 2017 Lea Desandre ya era reconocida en los círculos del barroco como Artista Lírica del Año, lo que volvería a suceder nada menos que el año pasado postpandémico.

Así pues, cuando el reloj de la parroquia Mare de Déu dels Àngels le daba a la campana para anunciarnos las 22.00, se descorría la cortina y accedía al escenario del claustro de Sant Domingo un trío singular; tanto, que no se podía imaginar el recorrido… hasta que se metieron en faena.

La propuesta, Les Recettes de l’amour, era la declaración de intenciones.
Porque este tratado del amor e infortunios, exhaustivo trabajo de archivo en definitiva, es la visita a multitud de autores a lo largo de dos siglos entre los que sobresalen por historia y en consecuencia derecho propio, los Rameau, Charpentier, Lully, Couperin, Lambert y Marais (los grandes referentes del XVII-XVIII). Y en absoluto contradice a los autores seleccionados del XIX y el XX y no lo hace por la universalidad de la temática elegida, adornada con verdades a medias a su vez conjugadas con declaraciones apasionadas, sórdidos engaños y jocosas jaculatorias. Todo ello, sostenido por la magia de la voz, y cálida expresividad, de una mezzo (toda ella feliz inmersión en un apasionante viaje al pasado), que precisamente alcanzaba la síntesis de la propuesta al interpretar una pieza del XX, Moi je m’appelle Ciboulette del venezolano radicado en Francia Reynaldo Hahn, repetida como tercer bis ya con el público completamente entregado y coreando las pullas.

Desde el primer momento se nos había dicho que el objetivo era asistir a la celebración del amor, también sus excentricidades, y deseándonos no tener que vivir sus desencantos igualmente narrados. Durante algo más de una hora seguimos con el corazón encogido y el ánimo descosido tanta belleza musical confiada a un clavecín, una maravillosa voz y un archilaúd. Pero queríamos más y llegaron entonces los bises que en definitiva eran armas emocionales para reivindicar el amor en sus formas más bellas.

Interesante la selección de los bises, puesto que los tres apuntaban al siglo XX que, imagino, era manera de reivindicar la conexión directa entre las tradiciones vocales cortesanas del XVIII y lo que dos siglos después iba a cuajar en la chanson française, que, paradójicamente, no dejaba de ser la continuidad de la tradición iniciada en el Renacimiento. Especial interés tenía aludir a la cantante icono de los 60 y 70, Barbara, eligiendo uno de sus temas emblemáticos: Ma plus belle histoire d’amour c’est vous del año 1966, una célebre melodía que todavía hoy recordamos.

Despidiendo este encuentro, aunque todavía faltase repetir a Hahn, con la referencia a uno de los grandes compositores franceses de bandas sonoras, acudiendo además a una película igualmente emblemática: Piel de asno (1970), de Jacques Demy. El propio Demy escribió el texto de Recipe for a love cake (Recette pour un cake d’amour) con partitura de Legrand. Pero lo curioso es que el guion era adaptación de un cuento de hadas de Charles Perrault (1628/1703) y desfilando en pantalla figuras emblemáticas de la escena al modo de Catherine Deneuve, Jean Marais o Jacques Perrin.

Aunque no parezca necesario, conviene recordar que esta visita al presente se producía empleando instrumentos antiguos y pese a ello hermanándose unas historias de amor que no caducan, que son patrimonio permanente.

En definitiva, y ya me despido, Les Arts Florissants ofrecieron una lección magistral de cómo la historia de la música es un cuerpo vivo y continuado en el tiempo, valiéndose para ello de un clavecín, un archilaúd, una voz de ensueño y la inmensa complicidad del público. Eso es precisamente lo que hace irrepetible al Festival de Pollença. Tal vez por ello, saliendo me fijé en la mascarilla mortuoria de su fundador, Philip Newman, y le guiñé un ojo.

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