Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. El PSG es un equipo demasiado hecho para un Real Madrid que está a medio construir. No hubo partido y sí un repaso mundial del equipo de Luis Enrique a lo que fuera que plantó sobre el campo Xabi Alonso, que fue cualquier cosa menos un equipo. Asencio y Rüdiger regalaron dos goles indignos que metían al PSG en la final del Mundial de Clubes en cinco minutos. El Madrid desapareció ahí y sólo las intervenciones de Courtois evitaron una goleada mayor. En el segundo tiempo los parisinos levantaron el pie y los madridistas sólo mostraron impotencia.
A Xabi Alonso los enanos le crecieron tanto que se le volvieron batusis. A la sanción de Huijsen se le unió la baja de última hora de Trent, que provocó un efecto dominó en el once del Real Madrid. El plan inicial de Xabi era poner a Tchouaméni de central, jugar con cuatro atrás y que Gonzalo fuera el cuarto centrocampista por la derecha. Pero sin el ex del Liverpool en el lateral derecho tuvo que arrastrar ahí a Fede Valverde y retocarlo todo. Asencio, que iba a ser suplente tras liarla parda en los dos primeros partidos, pasó a ocupar el sitio de Huijsen y Tchouaméni volvía a ser central-mediocentro. La otra gran novedad era el estreno cantado de Mbappé como titular con el morbo extra de tener enfrente al PSG, el club que le hizo entender que los ricos también lloran.
El Real Madrid tenía enfrente un monstruo con siete cabezas, el PSG de Luis Enrique, un equipo de autor cocinado a fuego lento durante dos años con y sin Mbappé. Un equipo temible, trabajado y con mejor físico que un concursante de La isla de las Tentaciones. Vamos, que eran favoritos. Tenía Lucho la baja de Pacho –cacofónico esto, ¿eh?– y la de Lucas, que dijeron hasta luego a la semifinal por sendas rojas ante el Bayern. Pero volvía al once Dembélé y estaba el resto del arsenal: de Achraf a Kvaratskhelia, pasando por el imponente Vitinha y el todocampista Fabián. En dos palabras, un equipazo.
Retrasóse diez minutos el inicio de la semifinal por un accidente en el túnel de Lincoln (el de la mítica película de Stallone) que provocó un atasco morrocotudo en el que tantas veces vive esa M-30 entre Nueva Jersey y Manhattan. Así que a las 21.10, hora peninsular española, arrancó el Real Madrid-PSG, final anticipada del Mundial de Clubes que dirían los clásicos.
Dibujó de salida el Real Madrid un inesperado 4-3-3. Tchouaméni era el eje escoltado por Bellingham y Güler. Arriba, aunque no se lo crean, Vinicius jugaba por la derecha, Mbappé por la izquierda y Gonzalo era el nueve. Apretaron los de Xabi Alonso con una presión que sorprendió de salida al PSG. Respondieron los de Luis Enrique con un disparo venenoso de Fabián que hizo mancharse los guantes a Courtois. Y volvió a percutir el PSG, esta vez en las botas de Dembélé, que desperdició un gol cantado a dos metros de Courtois. El meta del Madrid sacó un pie salvador que abortó el 0-1.
Asencio y Rüdiger cantan a dúo
No habían pasado ni cinco minutos y el partido era un encierro de sanfermines. No pintaba bien la cosa para el Real Madrid y menos con Asencio en el campo, un defensa mediocre al que se le ven cada vez más las costuras. El central perdió una pelota estúpida en su propio área tras un control de Tercera Regional. Se la regaló a Dembélé, que dribló a Courtois y la pelota cayó en los pies de Fabián, que sólo tuvo que empujarla para hacer el 0-1.
Rüdiger se unió a la verbena de la defensa del Real Madrid y se puso el traje de la mujer barbuda. Quiso a emular a Asencio y vive Dios que lo consiguió. Se pegó un tiro en el otro y regaló el balón a Dembélé, que sólo tuvo que cabalgar en solitario para batir a Courtois, encarrilar el pase del PSG a la final y, de paso, acariciar el Balón de Oro para disgusto de Lamine Yamal.
Xabi Alonso no daba crédito. Su equipo había tirado el partido en diez minutos por dos cantadas intolerables de sus centrales. El Real Madrid, que no había encarado mal la semifinal, estaba sonado. El PSG se gustaba y se sentía más cómodo que Ávalos en una whiskería. Achraf y Mendes campaban a sus anchas por los costados, mientras que Valverde y Fran García no paraban de achicar agua.
Se veía venir el tercero. Y vino. Fue en el 24 en una jugada magnífica que trenzaron entre Achraf, Vitinha y Fabián. El Real Madrid, absolutamente descosido, retrocedió como en los tiempos de Ancelotti. Incluso alguno se constipó. Ni Bellingham, ni Tchouaméni, ni Rüdiger hicieron nada por regresar. Courtois, indignado, ni siquiera se tiró. Los primeros 27 minutos del equipo de Xabi Alonso estaba siendo una oda a la impotencia.
El rondo del PSG
Las caras de los jugadores del Real Madrid, los del campo y los del banquillo, eran una balada de Álex Ubago: pura tristeza. El PSG se había quedado la pelota y el partido era un rondo. Ninguno de los (presuntos) cracks de Xabi Alonso quería la pelota. Sin noticias de la BMV (Bellingham, Mbappé y Vinicius) ni tampoco de Güler. Kvaratskhelia retrataba a Fede Valverde y a Asencio en cada jugada. Ambos estaban pasando las de Caín. Era un repaso colectivo en toda regla.
El Real Madrid pedía a gritos el descanso. Que llegó con el 3-0 casi como mal menor. Vamos, que si no es por Courtois el PSG se va al intermedio con un set en blanco. Los dos regalos de sus centrales habían condicionado el partido pero el repaso posterior no admitía asteriscos ni coartadas. Y no es comprensible ni tolerable la parálisis del equipo de Xabi Alonso durante los siguientes 40 minutos.
El segundo tiempo arrancó en la misma línea. Cayó el cuarto en el 47. Menos mal que no valió porque Dembélé estaba en fuera de juego. La presión del PSG seguía siendo demasiado alta para un Real Madrid hundido y superado. Calentaba Modric para despedirse de blanco en el verde. También Militao, cuyo regreso necesita Xabi como el comer. Hubo que esperar al 52 para ver la primera jugada medio decente del equipo blanco. La culminó Mbappé al cielo de Nueva Jersey.
Fue un espejismo porque el partido era del PSG. Que jugaba con doce porque Asencio era uno de sus mejores delanteros. El partido (y el Mundial) del canterano hace replantearse muy en serio si tiene nivel para jugar en el Real Madrid. Quien esto escribe cree que no. No lo tiene. Ni de lejos. Puede ser fondo de armario en la plantilla pero muy al fondo.
Adiós a Modric
En el 61 metió Xabi Alonso al campo a Militao, Modric y Brahim. Se fueron Asencio, Bellingham y Vinicius. No había partido por dos razones: que el PSG no quería y que el Real Madrid no quería. Lo intentó, eso sí, impulsado por un Modric que quería despedirse a lo grande. Se asomaron los de Xabi al área de Donnarumma, a quien cito aquí por vez primera. Luis Enrique pegó un bocinazo a sus jugadores, que empezaban a sestear en exceso.
Otra alegría para el Real Madrid: minutos para Carvajal, que entró por Gonzalo. En el 71 perdonó el cuarto Gonçalo Ramos, al que había asistido Achraf, amo y señor de su banda. Los de Xabi buscaban un gol (casi) imposible que les devolviera al partido. Pudo venir en los pies de Fede Valverde en el 73. Su disparo pintaba a gol pero se topó con la espalda de Beraldo.
Eran ya los minutos de la basura que sólo sirvieron para que Lucas Vázquez se despidiera del Real Madrid en el campo y para que Gonçalo Ramos firmara el cuarto del PSG ya en el 87. Así se despidió el equipo de Xabi Alonso del Mundial de Clubes, una competición que ha servido para ver hacia dónde quiere ir el nuevo entrenador pero también las carencias de un equipo que, le guste o no le guste al club, necesita más fichajes que Álvaro Carreras. Y alguna salida que otra, también.