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¿Qué santos se celebran hoy, miércoles 20 de agosto de 2025?

San Samuel es uno de los santos que se celebran en este día

¿Qué santos se celebran hoy, miércoles 20 de agosto de 2025? El santoral de la Iglesia católica, recuerda a varias figuras que vivieron su fe de forma muy distinta, cada una en su tiempo. Entre todos ellos, destaca San Samuel, profeta del Antiguo Testamento. Además, también se celebra a San Bernardo de Claraval que reformó la vida monástica y a Santa María de Matías, que en el siglo XIX, dedicó su vida a formar mujeres y acompañarlas con sencillez y firmeza.

Cada uno de los santos que hoy se conmemoran encarna una forma de fe que aunque representada de distinta manera, y en tiempos diferentes, siguen inspirado a muchos. Conocer su trayectoria no es mirar al pasado con nostalgia, sino encontrar claves que aún hoy pueden decir algo. Porque a veces, en las decisiones que tomaron otros, es posible entender mejor lo que uno tiene entre manos ahora. Por ello, descubramos a continuación, y al detalle, la historia de estos tres santos, además de enumeraros al resto de santos que se celebran en este día.

San Samuel

La historia de San Samuel empieza con una promesa. Su madre, Ana, llevaba tiempo sin poder tener hijos y, en un momento de oración profunda, le pidió a Dios uno. A cambio, prometió dedicarlo por completo a Él. Así nació Samuel, y así empezó una vida marcada desde el principio por la entrega.

Desde pequeño vivió en el templo, bajo el cuidado del sacerdote Elí. Fue allí donde escuchó por primera vez la voz de Dios, aunque al principio no supo reconocerla. Tuvo que aprender a escuchar, y esa capacidad fue la que marcó todo lo que vino después. Con el tiempo, se convirtió en una figura clave para su pueblo. Juez, profeta, guía. El que hablaba cuando hacía falta, pero también el que sabía retirarse cuando otro debía tomar el relevo.

Samuel ungió al primer rey de Israel, Saúl, aunque no sin reservas. También lo hizo con David. Supo decir que sí y supo decir que no. No buscó el poder ni actuó para sí mismo. Fue crítico, firme, a veces incómodo. Pero nunca se desvió de aquello en lo que creía. Su figura representa el paso de una época a otra, y su nombre sigue siendo símbolo de fidelidad, aunque el entorno cambie.

San Bernardo de Claraval

San Bernardo de Claraval nació en 1090, en una familia noble de Borgoña. Podía haber elegido una vida cómoda, con todo a su favor. Pero no lo hizo. Cuando apenas tenía veinte años, entró en el monasterio del Císter. Y no fue solo: lo acompañaron varios hermanos, un tío, y otros tantos que, movidos por su convicción, decidieron seguir el mismo camino. Desde entonces, su vida quedó marcada por una mezcla poco común: contemplación y acción, retiro y protagonismo.

Bernardo no fue un monje más. Fundó y dirigió la abadía de Claraval, escribió tratados que aún hoy se leen, predicó con fuerza en tiempos difíciles y aconsejó a papas, reyes y obispos. Se involucró en disputas teológicas y políticas, con firmeza pero también con una convicción que traspasaba los argumentos. Su intervención en el Concilio de Sens contra Pedro Abelardo o su apoyo decidido a la Segunda Cruzada son solo dos ejemplos de su peso en los debates de su tiempo.

Al mismo tiempo, vivió con austeridad. Mantuvo una profunda devoción a la Virgen María y alentó una espiritualidad centrada en la humildad, el amor a Cristo y la búsqueda sincera de Dios. Fue canonizado en 1174 y más tarde declarado Doctor de la Iglesia. La suya fue una vida de influencia, pero también de coherencia. No buscó brillar; simplemente no dejó de actuar cuando sintió que debía hacerlo.

Santa María de Matías

Santa María de Matías nació en 1805, en un pequeño pueblo del centro de Italia. Su vida no comenzó con grandes gestos ni decisiones espectaculares. Fue, más bien, una construcción lenta, desde lo cotidiano. Desde joven sintió el impulso de ayudar, de formar, de ofrecer algo más a las mujeres de su entorno. En un tiempo en el que ellas tenían pocas opciones, María empezó a abrir caminos.

En 1834 fundó la Congregación de las Hermanas Adoratrices de la Preciosísima Sangre. No tenía grandes recursos, pero sí una idea clara: la educación podía cambiar vidas. Y no solo en las aulas. Su congregación se dedicó a enseñar, sí, pero también a escuchar, a sostener, a ofrecer un lugar seguro. Atendían a niñas, a mujeres adultas, a madres. No desde la distancia, sino desde dentro.

María no trabajó sola. Supo rodearse, formar comunidad, y hacer que aquella obra siguiera adelante más allá de su persona. Murió en Roma en 1866. Fue beatificada en 1950 y canonizada en 2003. Hoy su labor continúa, en colegios y centros que siguen acompañando a quienes más lo necesitan.

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