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Encuentro científico CNS Exeltis Day

¿Nuestro cerebro tiene conductas agresivas si se encuentra ‘estropeado’?

Neurólogos y psiquiatras han abordado de forma conjunta el estudio de las conductas agresivas

El alcohol es la sustancia más estrechamente asociada a la agresividad

Hace varios años que psiquiatras y neurólogos se reúnen para abordar de forma conjunta las últimas novedades en el conocimiento, el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades que muchas veces ambas especialidades comparten. En una jornada conocida como CNS Exeltis Day (el acrónimo viene del inglés ‘Sistema Nervioso Central’), estos científicos y clínicos comparten evidencias científicas y conclusiones sobre diversos temas. Uno de ellos ha sido el de las conductas agresivas.

Alberto Villarejo Galende, del Servicio de Neurología del Hospital Universitario 12 de Octubre ha ofrecido en el encuentro una reflexión inicial señalando dificultades para estudiar estas conductas: “Se trata de un conjunto heterogéneo de comportamientos, puede ser la manifestación de numerosas enfermedades con mecanismos fisiopatológicos diversos y en el cual se deja sentir la influencia de factores de diferente índole, entre culturales, ambientales y biológicos; las causas de la agresión son complejas y están interrelacionadas (genéticas, culturales, propias del entorno o de enfermedad). Es una realidad enormemente compleja”.

Este experto advierte contra el error de “ver el cerebro como si estuviera en formol, mirando únicamente sus estructuras”. Es algo dinámico. Considera que la agresividad es sobre todo una respuesta a un estímulo, y a la hora de tratar hay que tratar ese elemento. De hecho, el circuito cerebral de la agresividad es el mismo que el del miedo u otros fenómenos, y se solapan, añade.

Cuando se concentran en el funcionamiento del cerebro, los expertos han identificado mecanismos inhibitorios de la agresividad deteriorados por enfermedades y, sobre todo, una relación muy estrecha con el abuso de sustancias (drogas y alcohol). La agresividad se presenta en trastornos del neurodesarrollo (5-10%), enfermedades neurodegenerativas (7-28%), traumatismo craneoencefálico (10-30%) y otras, entre las cuales se han identificado encefalitis, tumores, etc.

En su repaso a esta cuestión, se ha detenido en el “gran malentendido histórico” de la relación entre epilepsia y agresividad sobre los conceptos de epilepsia psíquica o larvada, crimen como “equivalente epiléptico”, “personalidad epiléptica” y la mención de las agresiones durante “estados crepusculares” tras las crisis. Las manifestaciones violentas en epilepsia  aclara- suelen ser parte de automatismos breves, fragmentarios, reactivos y no sostenidos. Están documentadas en muy pocos casos, con una frecuencia de 1 de cada 1.000 crisis.

David Huertas Sánchez, Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Guadalajara, ha centrado su intervención en la relación entre violencia y psicopatología, “una asociación consistente y relevante, pero siempre controvertida y sometida a debate”. Ha recordado que, tomados en su conjunto, solamente el 10% de los actos violentos que tienen lugar en el mundo pueden explicarse por una enfermedad mental.

“Hablamos de un porcentaje pequeño, aunque relevante”, señalaba. Respecto a la neurobiología de la agresión, “de forma muy simplificada”, y en línea con lo que el Dr. Villarejo expresaba, este experto recuerda que el cerebro equilibra las funciones de “encendido y apagado” de los impulsos  agresivos.

Este especialista ponía sobre la mesa “un concepto denostado, pero que merece la pena abordar”: ¿Pueden ser algunos trastornos causa suficiente del comportamiento violento? Su respuesta es un contundente “sí”. Diversos trastornos mentales alteran la capacidad de autocontrol y provocan agresión recidivante. La desinhibición sobre la agresión aumenta significativamente con el abuso de sustancias. Por eso, la desinhibición de la conducta agresiva se multiplica cuando hay patología dual (trastorno mental en concurrencia con abuso de sustancias).

Al alcohol se refiere como “la droga más consumida en el mundo”, con un patrón de abuso o dependencia que alcanza al 7,5% de la población en Europa, y “la más vinculada con la violencia”, por sus conocidas asociaciones con agresiones indiscriminadas, accidentes de tráfico, laborales y episodios de violencia contra la pareja.