Opinión

ZPedro

Zapatero fue un presidente por accidente. Ganó aquellas primarias entre las bambalinas de la traición de los barones a Bono y ocupó Moncloa tras el peor atentado terrorista de la historia de España. Sin esos dos golpes de suerte, hoy sería una anécdota parlamentaria. Su paso por la presidencia nos dejó al gobernante más nefasto que hemos tenido en democracia, un compendio de efectismo permanente y ocurrencias de talante descompuesto. Apenas unas medidas sociales que, con la conveniente propaganda, nos obligó a asumir que estábamos ante un líder planetario sin parangón. Desde que dejó de repartir prebendas en el BOE, Zapatero ha demostrado sus capacidades por el mundo, asesorando a líderes “democráticos” como Maduro o Evo Morales. Para eso ha quedado y en eso se ha convertido, como aquel jarrón chino de González que nadie quiere pero que debes exponer por decencia patriótica.

A Moncloa ha llegado, de nuevo, una mala copia de Zapatero. Su versión caricaturizada, grotesca. Y otra vez a destiempo, como un capricho puñetero de la historia, que se ceba con España para demostrar a Bismarck que tenía razón cuando nos dibujó como el país más fuerte del mundo, a prueba de autodestrucciones. ¿Qué nación admite en el plazo de 14 años dos presidentes que no creen en ella y que prefieren el pacto con sus enemigos antes que con sus naturales aliados? ¿Qué nación soportaría en tan escaso periodo de tiempo dos enjuagues ilegítimos de consecución del poder? Sólo España, que en su infinita paciencia sistémica, admite que un tipo que ha sacado los peores resultados parlamentarios de la historia de su formación, acabe dando un golpe de censura para ocupar un lugar que no le favorece, puesto que no le pertenece. Su política de Acuarius demuestra que el PSOE no tiene un plan para España. Este es un gobierno fake impuesto por los enemigos de la nación, un presidente fake que hace demagogia con la inmigración y sube los impuestos sin control a los ciudadanos que dice gobernar para pagar las deudas de sus venenosos socios. Y un gabinete fake que prefiere la venta mediática antes que el trabajo constante para solucionar la coyuntura peligrosa en la que estamos.

El inquilino ilegítimo actual de Moncloa ha instalado la política actual en una constante tentación demagógica basada en un falso efectismo, que busca réditos cortos a cambio de larga estabilidad. Pero España no es un campo de pruebas de marketing norteamericano, ni un show fotográfico de personalismos soberbios. Tampoco el late night que la demagogia social populista desea. Es una nación en problemas. Por el norte, con los separatistas, por el sur, por esa oleada de inmigración que amenaza el control de nuestras fronteras externas. En ambos casos, Sánchez, de vacaciones. A quienes amenazan la libertad y la convivencia de todos los españoles les tiende la mano —su reunión con el otro presidente fake, Torra, pasará a los anales como el mayor esperpento político y periodístico desde la explicación de Zapatero a Chirac sobre los bonsáis de González—. Y a quienes garantizan nuestra seguridad en las calles —Policía y Guardia Civil— les da la espalda.

Pedro Sánchez representa un cargo que acabará siendo una carga para España. Ni estaba preparado para serlo ni es capaz de gobernar sin dejar de imponer su corta visión y peligrosa ideología. Un gobierno que impone el colectivismo a la libertad individual, que pacta con las minorías totalitarias que alteran la convivencia de los ciudadanos y que hace demagogia constante con la crisis de las pateras es un Gobierno abocado a la derrota final y total. En esa huida hacia adelante, entre conciertos y chiringuitos, quiere superar su mejor versión de sí mismo, es decir, replicar a Zapatero, pero sin la pompa del talante. ZPedro es la replicada broma del destino, donde ya conocíamos que detrás de cada sonrisa se esconde siempre una asumida falta de talento.