Opinión

Vox aspirante a la Alcaldía de Palma y escudero en el Parlament

La jornada de reflexión, bajando del autobús encontré en la marquesina un cartel electoral del PSIB-PSOE que proclamaba: Per guanyar més drets. Me asaltaron multitud de preguntas sin encontrar las respuestas. Menos mal que ahora ya no importa, una vez las urnas acaban de dictar que el Pacte de Progrés deberá hacer las maletas y abandonar los despachos del poder.

Esta es una excelente noticia porque se acabó la pesadilla de los últimos ocho años. Si el centroderecha lo hace bien puede que asimismo acabe la alternancia contra natura repetida cada cuatro años desde la década de los 90 del siglo XX. Ese todos contra uno que ninguneaba a una amplísima base social. Todo parece indicar que los errores del PP a partir de la legislatura 2011-2015 ya han sido amortizados y se regresa a los resultados que siempre le han acompañado, necesitando el apoyo parlamentario de Vox.

La severa caída de Unidas Podemos y que tanto Ciudadanos como El Pi se han convertido en fuerzas extraparlamentarias han contribuido a configurar un sólido perfil del centroderecha que le llevará a gobernar holgadamente.

Exceptuando a Més, que como buena secta mantiene intocada su parroquia, lo cierto es que el resto de la izquierda ha perdido votos y escaños. Ahora, de lo que se trata es de mantener el centroderecha la cabeza fría y dejarse de complejos, frente a un nacionalismo tóxico refugiado en la Part Forana.

Como era de prever, ningún partido ha conseguido la mayoría absoluta, así pues toca negociar. En el último sondeo se le daban al PP 22 escaños en el Parlament de les Illes Balears, por debajo de sus marcas habituales que por regla general le situaban en el entorno de los 25 diputados electos. La cifra era y es impensable para el principal partido de la izquierda, el PSIB-PSOE que en su mejor momento –las Elecciones de 2019- solo llegó hasta los 19 escaños, su mejor marca electoral. Esta vez los sondeos solamente le daban 16 escaños que finalmente se han quedado en 18 que unido a la afortunada caída de Unidas Podemos obliga a los socialistas a meditar sobre si merecía la pena su radicalización, llegando al extremo de podemizarse.

Estos resultados acaban con la carrera política de Francina Armengol, llega el momento de refundar el partido, de recuperar la cordura y quién sabe si regresando a los postulados socialdemócratas que jamás debió abandonar.

Es igualmente relevante el empujón que el electorado le ha dado a Vox con un resultado que prácticamente triplica el número de escaños, aunque en mi opinión insuficiente para exigir entrar en el Govern. Cosa distinta ocurre en el Ayuntamiento de Palma donde sí puede aspirar a gobernar con el PP. Las inevitables negociaciones en los despachos tanto en Palma como en Madrid puede que acaben cediendo a Vox la Alcaldía de Palma, mientras el partido liderado por Jorge Campos deberá asumir papel de escudero en la Cámara.

Vox, en principio, está obligado a permitirle al PP que forme un Govern sin recurrir a coaliciones y desde la oposición vigilar posibles desvíos que a la postre resulten nocivos como ocurrió con la Ley de Normalización, cuando presidía Gabriel Cañellas, o el Decreto de Mínimos, en la etapa de Jaume Matas, que derivó en la inmersión. Digo, en principio, porque preocuparon en su momento aquellas declaraciones de Alberto Núñez Feijóo anunciando que el día después iba a llamar al PSOE para tenderle la mano, un completo dislate en el caso de Baleares vistos los desarrollos del Pacte liderado por Armengol.

El PP de Marga Prohens ha de tener muy claro que su Govern monocolor se lo deberá a Vox, que está obligado a ejercer una oposición desde la lealtad institucional y la responsabilidad de saber cómo las gasta la izquierda con su maquinaria propagandística; de tal manera que ante los presuntos titubeos de la «derechita cobarde», que diría Santiago Abascal, Vox debe mantenerse con firmeza en la inaplazable batalla cultural.

Hasta el cierre de urnas, el empate técnico de bloques no hacía posible ver de qué lado iba a decantarse el escrutinio. Cosa distinta, es lo que podría ocurrir en Cort, porque el hartazgo de los vecinos de Palma ya presagiaba la derrota de un Pacte de Progrés que en estos últimos ocho años ha dañado gravemente la imagen de la capital del archipiélago, por mucho que Neus Truyol, de Més, diga que los resultados son una mala noticia para Palma. Todo lo contrario: es una excelente noticia ver cómo la izquierda radical se va por el desagüe. Ahora, le toca al centroderecha ser consciente de que su victoria se debe al voto útil; una confianza prestada y por tanto frágil si no responde a las expectativas de un electorado mayoritario, que reclama un cambio que vuelva a situar Baleares y Palma en el mapa de la prosperidad «lejos de la ideología y el sectarismo», en palabras de Fulgencio Coll.