La vida de nuestros pilotos no es negociable
La muerte de un piloto de la Patrulla Águila, el comandante Eduardo Fermín Garvalena, al estrellarse contra el mar su avión C-101 mientras realizaba un ensayo programado en la zona de La Manga del Mar Menor es la cuarta que se produce en el Ejército en apenas seis meses, después de que en septiembre un comandante instructor y una alumna perecieran en la misma zona en el accidente de una aeronave de la Academia General del Aire -por un fallo en el motor instantes después del despegue-, apenas semanas después de que otro comandante del Ejército español perdiera la vida en idéntico lugar . La sucesión de tragedias ha reabierto el debate sobre la obsolescencia de algunas de las aeronaves de nuestras Fuerzas Armadas.
La estadística es demoledora: En los últimos cinco años, sietes aeronaves -dos cazas Eurofighter, un caza F-18, dos reactores C-101, una avioneta E-26 y un helicóptero AS 332 Super Puma- han sufrido accidentes en los que han perdido la vida diez militares de las Fuerzas Armadas, un trágico balance que obliga a una reflexión sobre el grado de fiabilidad y seguridad de algunos de nuestros aparatos con demasiadas horas de vuelo encima.
La inversión en Defensa, cuestionada hasta el paroxismo del absurdo por una izquierda cada vez más dogmática, es una necesidad imperiosa. El papel de garantes de la defensa nacional que cumplen nuestras Fuerzas Armadas obliga a un esfuerzo presupuestario paralelo al esfuerzo y sacrificio de sus profesionales, gente abnegada de probada capacidad y vocación, porque su seguridad personal es una premisa que no puede depender de la falta de medios. La vida de nuestros pilotos no es negociable bajo ningún concepto y el Gobierno está en la obligación y ante el deber moral de garantizarla cueste lo que cueste.
España es es el segundo país de la OTAN que menos proporción de PIB invierte defensa (no llega al 1%), un porcentaje ridículo para acometer el reto de la modernización del Ejército, una asignatura pendiente. No se trata de establecer una relación causa-efecto entre la falta de recursos y los accidentes registrados, porque sería injusto, pero sí de subrayar lo obvio: que unas Fuerzas Armadas bien dotadas de medios suponen un plus de eficacia, seguridad y fiabilidad. Más aún cuando hay vidas en juego.
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