El último socialista con sentido de Estado
El fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba es una hora triste para el socialismo español, pero también para nuestra democracia. Escribimos hoy sobre uno de los políticos españoles más importantes de las últimas décadas; alguien que lo fue prácticamente todo en el PSOE, llegando a la Secretaría General del partido, y en los Gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero, de los que formó parte como ministro y vicepresidente.
La figura de Rubalcaba encarna un estilo, una manera de entender la actividad pública que ejemplifica lo que de un tiempo a esta parte, sin fundamento alguno, se denomina vieja política. Hombre culto (doctor en ciencias químicas y profesor universitario; hubiese llegado a catedrático de no optar por la carrera política), excelente deportista en su adolescencia, educado y siempre cordial en las distancias cortas, era dueño de una finísima inteligencia que resultaba igualmente perceptible tanto en su forma de comunicar -clara, didáctica y con un deje de suave ironía- como en su acción política, donde le rodeaba un aura de maquiavélico –fama que a él le divertía bastante.
Generacionalmente era hijo de la Transición; si a ello le sumamos su larga trayectoria como servidor público, tal vez podremos encontrar aquí -además de en su carácter- la clave que explique su enorme sentido de Estado. Quizás porque en su juventud experimentó lo mucho que había costado llegar en España a la democracia, valoraba en enorme medida nuestro Estado de Derecho, y en las horas difíciles supo defenderlo con responsabilidad y acierto, anteponiendo el bien de España a particulares intereses ideológicos que, como socialista de pro, los tenía; y en enorme medida, además.
En el momento actual, cuando amplios sectores de la izquierda española parecen dominados por la superficialidad y el populismo -de ahí la consiguiente tentación de alcanzar pactos con el mundo independentista-, perfiles como los de este político madrileño se echan de menos. Descanse en paz.
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