Trump corta las alas a los halcones de su Gobierno

En Oriente Próximo se están librando varios conflictos que tienen como consecuencia la inestabilidad en todo el mundo: la ocupación de Gaza por Israel, los bombardeos por Turquía de áreas del norte de Siria y de Irak, la guerra civil en el Yemen, donde los hutíes, con respaldo iraní, atacan el tráfico naval en el mar Rojo, y los bombardeos israelíes en Líbano y Damasco. Pero se está abriendo una puerta a la paz gracias a Donald Trump.
En su viaje a mediados de mayo a Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, del que quedó excluido Israel, el presidente de EEUU pronunció en Riad un discurso fundamental que rompe con la política exterior aplicada por la superpotencia en los últimos treinta años. En vez de amenazas de injerencia y de guerra, hubo invocaciones a la paz y la cooperación. En vez de tambores contra Irán y Siria, los malvados oficiales en Washington y Tel Aviv, manos tendidas. Y sus palabras fueron celebradas con aplausos por el gobierno saudí, que hace poco deshacía los lazos de la alianza con Estados Unidos.
La prensa de papel española, superviviente del desastre empresarial gracias a las subvenciones, se ha fijado sólo en las descomunales inversiones y tráfico de petrodólares anunciado. Algunos corresponsales y tertulianos incluso han reprochado a Trump que hiciera su primer viaje al extranjero a las monarquías árabes, tan poco democráticas para sus gustos, y bromearon con la erección de Torres Trump. Toda esa prensa ha omitido el importantísimo componente ideológico del discurso, que enuncia la Doctrina Trump.
El neoyorquino afirmó que “los llamados constructores de naciones destruyeron muchas más naciones de las que construyeron, y los intervencionistas intervinieron en sociedades complejas que ni siquiera ellos mismos comprendían”. En una invitación a un futuro pacífico, dijo que “Oriente Próximo se define por el comercio, no por el caos; donde se exporta tecnología, no terrorismo; y donde personas de diferentes naciones, religiones y credos construyen ciudades juntas, en lugar de bombardearse mutuamente hasta destruirlas”.
Repudió a los “constructores de naciones, neoconservadores y organizaciones liberales sin fines de lucro, quienes gastaron miles de millones de dólares en el fracaso del desarrollo de Kabul y Bagdad, y tantas otras ciudades”.
Entre los grupos más o menos secretos a los que se atribuye un gobierno oculto permanente, desde la masonería a la orden secreta Skull and Bones, hay uno que se desveló para el gran público con motivo de la guerra de Irak de 2003: los neocones. Una banda de académicos y burócratas, financiados por la industria armamentística, con tribunas a su disposición en la prensa y nombrados para importantes cargos públicos, que penetraron en los ámbitos del poder en la época de Ronald Reagan.
Han conseguido convertirse en el piloto automático de la política exterior de Estados Unidos, sobre todo desde los ataques terroristas del 11-S, con independencia del partido que ocupa la presidencia. Promueven la hegemonía mundial de Estados Unidos, mediante todos los medios posibles, incluidos los militares. Impulsaron la invasión de Irak y el rediseño de Oriente Próximo con regímenes democráticos impuestos por la fuerza si es necesario.
Actualmente, algunas de sus principales figuras son Bill Kristol (furibundo enemigo de Trump como demuestra en su cuenta de X), los hermanos Kagan, Victoria Nuland (casada con uno de los anteriores, Robert, y célebre por su Fuck the EU!), John Bolton (consejero de Seguridad Nacional durante diecisiete meses en el primer mandato de Trump) y el senador republicano Lindsey Graham. En los últimos años, sus propuestas, que no tienen escrúpulos en basar en exageraciones y mentiras, consisten en apoyar a Ucrania a fin de desangrar a Rusia, calificada de enemiga de Estados Unidos, y en reclamar sin pausa una guerra que arrase Irán.
Otro político que los han padecido, como Ben Rhodes, asesor de Barack Obama, define a este microcosmos que monopoliza la política exterior de EEUU como el “Blob”, aunque incluye en él a más personalidades, como Hillary Clinton y Robert Gates.
A pesar de los fracasos en que han concluido todos sus planes cuando la Casa Blanca los ha aplicado, los neocones siguen gozando de un incomprensible prestigio en el país que venera el éxito. Semejante paradoja seguramente se debe a sus patrocinadores y a los periódicos donde escriben. El único presidente que se ha separado de sus directrices belicistas es Trump, quien en su último discurso de inauguración, en enero, declaró que medirá su éxito no sólo por las batallas que gane, “sino también por las guerras que terminemos y, quizá lo más importante, por las guerras en las que nunca nos metamos. El legado del que me sentiré más orgulloso será el de un pacificador y unificador”.
Por esto, los neocones, el Blob, en definitiva, todos los que juegan al Risk con el mundo a la vez que se enriquecen, detestan a Trump. Un pacificador supone menos poder y menos dinero.
La primavera árabe, animada por Obama, los neocones y otros líderes irresponsables, dio paso a una larga década de caos y matanzas, desde Libia al golfo Pérsico. Quizás ahora, con aburrido realismo y no con sueños guerreros, aflore la paz.