Opinión

De la traición y la ilegalidad a la corrupción y la infamia

Antes de irnos de vacaciones, y cuando se cumple un año de las elecciones generales, es momento de hacer un balance de la legislatura, una evaluación de desempeño en la consecución de los objetivos. Y cualquier análisis, inductivo o deductivo, empieza y termina con la misma paradoja: lo que para un observador imparcial sería una parálisis ejecutiva y legislativa que lastra la gestión y administración general del Estado y que imposibilita cualquier posicionamiento estratégico, ha sido, para casi todos los miembros de la coalición sanchista, el cauce adecuado para el logro de sus espurios y particularísimos intereses.

Lo que para la mayoría de los españoles, y no sólo para la oposición, se inició con una traición y ha sido una fuente constante de frustración, ha supuesto para el sanchismo un exitoso ejercicio de supervivencia. Se reconformó con la idea de mantenerse… ¡y ahí está! Éxito total, y, como decía la descacharrante canción de La Mandrágora, … lo demás a mi plin, a mi plin los demás.

Ojalá pudiéramos decir que se trata únicamente de un año perdido; lo cierto es que ha sido un desastre completo, se mire por donde se mire. Por elegir dos de las catástrofes más desoladoras, hay que señalar que, de ilegalidad en ilegalidad, se ha reabierto el procés catalán que el artículo 155, el Rey y el Tribunal Supremo habían cerrado, y que se ha culminado el asalto institucional del Estado, sirviendo como muestra el control activista del Tribunal Constitucional, la Fiscalía General, el Tribunal de Cuentas, la Presidencia del Congreso, el ente de RTVE, la agencia EFE y la totalidad de las empresas públicas.

Un año de continuada frustración para los españoles y de continuado envilecimiento para el régimen, que, en su huida hacia delante, va dejando atrás cualquier límite ético y estético y que ha asumido que para mantener viva la legislatura hará lo que haya que hacer. Las líneas rojas del Estado de Derecho y de la Constitución del 78, como son la igualdad, la soberanía o la separación de poderes, son ahora algo parecido a los semáforos de una carretera en obras: terminan pasando de rojo a verde y permiten trasladarse hasta el siguiente, profundizando así en la incesante descomposición del cuerpo institucional del Estado.

Y así ha pasado este primer año de legislatura: lo que pasa en un mes agrava lo del anterior, pero, por eso mismo, también contribuye a purgarlo; porque nada altera el camino de perdición y si se transige con lo más de hoy se transige con lo menos de ayer. Ha dado igual que a la agenda de inaceptables concesiones, que en renuncia de principios y compromisos previos se pactaron con cada uno de los socios, se haya unido la presunta corrupción que afecta al partido socialista, al gobierno y al entorno personal del presidente.

Es más, los problemas sobrevenidos por los casos de corrupción encanallan a Pedro Sánchez y a su gobierno, que, a falta de labor ejecutiva que llevar adelante, está concentrado en una defensa impropia de los afectados (especialmente de Begoña y del fiscal general del Estado) y en un inaceptable ataque a los jueces y tribunales que los están investigando. Por otro lado, los socios del sanchismo se envalentonan con las cuitas del presidente, y ahora ya no se conforman con lo que se les prometió en la investidura. Ahora están enseñoreados y, desde los sillones o los estrados que el sanchismo les ha asegurado, ejercen un descarado proselitismo independentista que no puede ser contestado a nivel institucional ni personal.

Con las celebraciones de la victoria en la Eurocopa hemos tenido que presenciar los desprecios de todos los socios del sanchismo a nuestra nación y a los futbolistas que tan brillantemente la han representado. Desde los agravios institucionales a los jugadores vascos y navarros a la persecución al bravo Carvajal o al heroico Mikel Oyarzabal, al que nunca perdonarán que tímidamente se tocará el escudo nacional nada más conseguir el gol de la victoria en la final. Esa infamia no es la de los separatistas que las materializan (éstos consideran un honor el realizarlas) si no, sobre todo, la del gobierno que se apoya en ellos y que con su silencio las consiente.

Conclusión del primer año de la XV legislatura de nuestra democracia: a la traición y la quiebra de la legalidad con que se inició se añade ahora la corrupción y la infamia. ¿Qué nos falta por ver?