Opinión

Todos, menos Iglesias y Montero, somos Mahsa Amini

Uno de los países más desagradables del mundo es Irán. No porque no sea bonito, que lo es. No porque su cultura no provoque fascinación, que la provoca y en cantidades industriales. Tampoco porque sus habitantes exhiban una antipatía patológica, que en general no la exhiben aunque, como en botica, hay de todo. El drama de la sociedad persa es que son víctimas de una cruel dictadura desde hace 43 años. No hay libertad de expresión, los partidos políticos son poco menos que una entelequia salvo las diferentes variantes del régimen y, pese a ser una de las grandes potencias petrolíferas de Oriente Medio, las penurias están a la orden del día. Hay miseria por doquier.

Con todo, los que se llevan la peor parte de la violencia del régimen son los homosexuales y las mujeres. Los hombres que mantienen relaciones con otros hombres son condenados a la pena capital. Tristemente célebres son esas imágenes de jóvenes colgados de grúas por el mero hecho de haber desarrollado libérrimamente su condición sexual. Pero a quienes tiene ojeriza de verdad la teocracia iraní es a las 42 millones de mujeres de un país con 84 millones de habitantes. Lo desgraciadamente habitual en cualquier estado musulmán aunque en el caso que nos ocupa elevado a la máxima potencia. La repugnante legislación local obliga a lapidar a las mujeres adúlteras. Como en el caso de los gays, los hechos probados dan igual, basta una mera sospecha. Vomitivo en cualquier caso. De ese Salman Rushdie que ha pasado las de Caín, condena a muerte incluida por parte de Jomeini, por osar criticar el Corán no les voy a contar nada porque seguro que ustedes lo saben ya todo.

Cuando estuve en la antigua Persia en el cambio de siglo una de las cosas que más me llamó la atención era cómo se dirigían los varones a las féminas: a gritos. El trato era peor aún que el que dispensan a esos perros a los que las culturas musulmanas consideran «seres impuros». Al punto que la tiranía liderada por el ayatolá Alí Jamenei se plantea prohibir las mascotas. El nivel de sumisión de las mujeres provocaba vergüenza ajena, no por ellas naturalmente, que se ven obligadas a pasar por el aro so pena de pagarlo con su propia vida, sino por esos hombres déspotas, chulescos, irrespetuosos y machistas nivel dios. No vi una sola mujer que no fuera cubierta de una y otra manera. Unas, las más, con hiyab, otras con chador, bastantes con niqab y bastantes menos con burka.

Cuando estuve en la antigua Persia me llamó la atención cómo se dirigían los varones a las féminas: a gritos

El régimen no se anda con contemplaciones con los intentos de igualar al hombre y a la mujer. La Policía de la Moral vigila, entre otras muchas cosas, que no sobresalga un solo pelo del rostro de ellas. Cada vez más jóvenes desafían puntualmente las prohibiciones pese a tener meridianamente claro el evidente riesgo que conlleva desafiar las medievales leyes locales. Mahsa Amini era una muchacha iraní de origen kurdo a la que detuvieron las SS de la moral por no vestir el hiyab tal y como marcan los cánones. Fue detenida en una estación de metro de Teherán y conducida a comisaría con la excusa de someterla a un curso de «reorientación islámica». En los calabozos fue tan salvajemente torturada que tuvieron que trasladarla a un hospital de la capital donde expiró apenas 48 horas después. El deceso se produjo el 16 de septiembre. Tenía 22 años. Una niña o casi.

Las protestas no se hicieron esperar. La mecha de la indignación prendió por todas las urbes de Irán. Mujeres y hombres, jóvenes en su inmensa mayoría, se echaron a la calle para exigir el fin de la brutalidad de una tiranía que ya nadie entiende ni respeta. Especialmente ese 40% de sus 84 millones de ciudadanos que aún no ha cumplido los 30 años. Irán arde con manifestaciones prácticamente diarias que el Gobierno ha reprimido sin contemplaciones: cerca de 1.500 mujeres han sido arrestadas y las víctimas mortales se cuentan ya por centenares. Así se las gasta esta chusma islamofascista.

La valentía de las iraníes merecería el Premio Nobel de la Paz: emociona ver a veinteañeras incinerando ese hiyab que constituye uno de los más famosos símbolos de la sumisión mujer-hombre o cortándose el pelo en público retando a una satrapía que, como digo, no perdona ni una. Por cierto: curiosidades de la vida, el término «sátrapa» viene de la antigua Persia. Igualmente impactante ha resultado contemplar a políticas de todo signo como Cuca Gamarra, la mujer del presidente, Begoña Gómez, o la ministra Raquel Sánchez, empresarias como Patricia Benito, juezas como Ana Ferrer, y actrices españolas y extranjeras como Marion Cotillard, Juliette Binoche, la gran Jane Birkin, Penélope Cruz, Amaia Salamanca o Aitana Sánchez-Gijón raparse unos mechones en solidaridad no sólo de la difunta Mahsa Amini sino de las cientos de mujeres asesinadas del 16 de septiembre a esta parte por osar poner en cuestión estas reglas de la vergüenza. Quien dio el primer paso fue la eurodiputada sueca Abir Al-Sahlani.

La valentía de las iraníes merecería el Premio Nobel de la Paz: emociona ver a veinteañeras incinerando el hiyab

A quien hemos echado en falta es a Irene Montero, que tanto pontificar sobre igualdad y, al final, cuando llega la hora de la verdad, se lava las manos cual patética Poncio, Poncia o Poncie Pilatos. Ni una sola reacción de la ministra de Igualdad en la primera semana transcurrida desde el crimen de Mahsa Amini. Ni una sola mención crítica, por leve que fuera, a esa teocracia iraní que mantiene aterrorizados a sus compatriotas. Los reproches no se hicieron esperar y al octavo día resucitó la feminista ministra con un comunicado light en el que se limitaba a pedir una investigación del asesinato de la mujer iraní. Se le olvidó un recuerdo a las otras decenas de mujeres fallecidas en las protestas, a ese millar largo de encarceladas por osar decir «¡basta ya!» o a las decenas de miles que han caído en las cuatro últimas décadas víctimas de la siniestra Vevak, los servicios secretos, y de la Policía de la Moral. Y, ya puestos, ¿por qué no exigió la abolición de símbolos machistas como el hiyab, el chador, el niqab o el burka? Para ese viaje no hacían falta semejantes alforjas. ¿Para qué coño sirven entonces los 560 millones de los contribuyentes que tiene a su disposición? Está claro: para repartir a amiguetes varios con informes tan surrealistas como el que analizó «el machismo en los algoritmos» o ese más reciente encargado para determinar si «las mujeres tienen mejores orgasmos masturbándose o con su pareja [sic]».

No era cuestión de meterse con los ayatolás iraníes. ¿Por qué será? Adivina, adivinanza. No hace falta ser Steve Jobs ni Premio Nobel, tampoco el número 1 en la oposición a abogado del Estado, para determinarlo. Su pareja, Pablo Iglesias, en particular, y Podemos en general han sido financiados rumbosamente por dos dictaduras hermanas: la venezolana, obvio, y la iraní, no tanto. Al delincuente que comandó el partido morado a cara descubierta y, que tras el ayusazo, lo hace entre bambalinas, le han regalado un potosí para desestabilizar la democracia en España. La productora televisiva Global 360, que producía esas basuras llamadas La Tuerka y Fort Apache, recibió 9 millonazos del Ejecutivo iraní. Cómo serían las cosas que hasta el teléfono personal del pájaro se abonaba con dinero sucio procedente de la teocracia persa. Está todo probado, más allá de toda duda razonable, en ese informe PISA que, por mucho que diga el mainstream mediático, es un fidelísimo relato de un estratosférico caso de corrupción. El que paga, manda. Y en Iglesias mandan Maduro y los ayatolás. Estos últimos se sentirían orgullosos de la frase que retrata mejor que ninguna otra su enferma psique: «Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase».