Opinión

‘Sus políticas nuestros muertos’

Si pensábamos que el nivel de demagogia de la clase dirigente reaccionaria había llegado a sus límites estábamos equivocados. Estamos acostumbrados al espectáculo en el Congreso de los Diputados: grescas, insultos y salidas de tono. Por ejemplo, aquel “usted tiene las manos manchadas de cal viva”, refiriéndose al ex presidente del Gobierno Felipe González. O el “a usted se la bufa”, en alusiones al actual presidente de Gobierno Mariano Rajoy. Un no parar que parece no tener fin. Los radicales, como hemos comprobado a lo largo de la historia desde los jacobinos hasta los leninistas, no se sacian con nada, sino con su imposición de su realidad, fundamentado en un profundo relativismo moral en dónde todo vale, sin respeto a nada, y pasando por encima hasta de los muertos.

Así lo vivimos este sábado pasado en la manifestación por la paz y contra el terrorismo que tuvo lugar en Barcelona. Una vez más, los que defendemos el Estado de Derecho sufrimos otra bochornosa estampa teatral y soez que tenía mucho de político y poco de ser una concentración contra el terrorismo: abucheos al jefe del Ejecutivo, pitos al jefe del Estado y pancartas que no tenían que ver con el motivo del acto, como la que refería ‘Sus políticas nuestros muertos’. No era un acto político y sí por la paz. El radicalismo independentista ha pasado del «España nos roba» al «España nos mata». Decía Puigdemont que España no permitía que Cataluña tuviera 500 unidades más de Mossos en una afirmación que poco tiene de rigor y mucho de populismo. El objetivo es conseguir un rédito político sobre las víctimas del terrorismo.

Algunos decían que los pitos y abucheos fueron espontáneos. Sin embargo, en democracia el que calla otorga, y los entes organizadores no sólo callaron sino que promovieron la supuesta espontaneidad. ¿Cuál fue el papel de la ANC —Asamblea Nacional Catalana— en la organización del acto?  Los fanatismos, al igual que lo hacen con sus manifestaciones verbales y físicas, buscan conseguir por las vías de hecho, lo que no consiguen en las urnas. Lo del sábado era una concentración por la paz en honor y respeto a las víctimas. Sin embargo, paso de todo menos de eso. Se aprovechó un acto de la sociedad civil, de la ciudadanía, de la gente, una vez más para politizarlo todo, instrumentalizando hasta con los muertos. Con el debido respeto a la libertad de expresión, no era ni el momento ni el lugar. No todo vale en esta vida.

Atenas sucumbió ante el auge del Imperio Romano en una época en la que la decadencia moral lo invadía todo. Como decía Pericles, ya no se respetan ni a los caídos. ¿Qué esperar de unos dirigentes que sumidos en su fin último, que no es otro sino el de romper el Estado español, lo pisotean todo, inclusive la memoria de los muertos? Triste observar la estampa que en lugar de la unidad y el respeto fue más propio del mitin político clásico, del escrache a las ideas y el olvido del bien común. Los insultos no fueron al Rey ni al Gobierno, sino a nuestro sistema constitucional y toda la sociedad civil allí concentrada, a lo que ésta representa, en definitiva fue una vez más la exaltación de la intolerancia y el fanatismo radical frente a la razón.