Opinión

La solidaridad de Sánchez dura lo que dura un ‘photocall’

Pedro Sánchez se erigió en el gran receptor de refugiados de Afganistán, una gigantesca estrategia de marketing con la que trató de compensar su manifiesta inacción tras la precipitada salida de las tropas occidentales de  la nación sometida hoy por los talibanes. Aquellas imágenes del presidente del Gobierno visitando en compañía de la presidenta de la Comisión de la UE, Ursula Von der Leyen, el gran «hub» de recepción de afganos en el aeropuerto de Torrejón mostraban la cara más solidaria de un Ejecutivo que presumía de humanidad y se ofrecía a la UE para acoger a los miles de refugiados que huían de su país.

Apenas dos semanas después, una vez hechas las fotos de rigor, Sánchez apuesta ahora por derivar a otras naciones el flujo migratorio previsto para los próximos meses. El Ejecutivo socialcomunista está liderando un plan para la instalación de un gran campo de refugiados en Kosovo. España colaboraría en su gestión y construcción. O sea, daría apoyo para conseguir que los refugiados afganos que vengan a Europa no pisen España. Ese el objetivo del jefe del Ejecutivo. Después de la propaganda, emerge el verdadero rostro de Sánchez. Todo fue un elaborado plan de autobombo, una cuidadísima puesta en escena, pero a la hora de la verdad el presidente del Gobierno apuesta por levantar un gigantesco gueto en una nación lejana y no reconocida como Estado por España, que ya ha desmantelado la mayoría de infraestructuras instaladas en la base de Torrejón de Ardoz. Sánchez, por supuesto, no quiere que se vuelvan a poner en funcionamiento de cara a una segunda oleada de evacuaciones.

El esfuerzo humanitario del Gobierno de Sánchez dura lo que dura el tiempo del ‘photocall’, unos minutos delante del objetivo de los fotógrafos para presumir de solidaridad. Pero cuando los ‘flashes’ se apagan, Sánchez maniobra para quitarse el problema del medio. Las instalaciones militares madrileñas no volverán a ser puerta de entrada para los miles de afganos que huyen del espanto. El presidente no los quiere ver ni en pintura. Y está dispuesto a pagar con tal de que se vayan a miles de kilómetros de distancia