El socialismo siempre acaba igual
Jamás olvidaré el 3 de marzo de 1996. Me tocó cubrir como reportero la noche electoral en Ferraz, el entonces y ahora cuartel general del Partido Socialista en el distrito madrileño de Moncloa-Aravaca. Felipe González perdió a los puntos y pronunció una frase que permanece indeleble en mi cerebro:
—¡Una semana y un debate más y ganamos las elecciones!—, apuntó el presidente más longevo en el cargo de la historia de la democracia.
Con todo, aun teniendo en cuenta el nada insignificante detalle que escuchar a Felipe es un deleite se esté de acuerdo —que no era mi caso— o no con él, lo mejor estaba por llegar. Y llegó cuando su comitiva abandonó ese garaje que tanto gusta a Pedro Sánchez para dar esquinazo a las cámaras y a la ciudadanía. El histórico secretario general del PSOE hizo parar su blindadísimo Peugeot, que aquel día sustituía al habitual Mercedes —al más puro estilo Romanones iba a Ferraz en un coche de gama más baja—, se subió al quicio de la puerta y saludó a los 5.000 fieles congregados. Jamás vi semejante éxtasis ante un líder político, cualquiera diría que se trataba del Maradona que pisó Buenos Aires con la Copa del Mundo en julio de 1986 o el Martin Luther King de la Marcha sobre Washington de 1963 a los pies del Monumento a Lincoln.
Para variar, aquel primer domingo de marzo del 96 el PP rebajó en las urnas las expectativas que marcaban las encuestas. Se tuvo que conformar con 156 escaños, sustancialmente por debajo de los pronósticos, y el PSOE se quedó en 141. Felipe González tenía la oportunidad de repetir en la poltrona que ocupaba hacía 13 años y medio con relativa comodidad aliándose con Izquierda Unida, que obtuvo 21, o con CiU, que se anotó 16, Coalición Canaria (4), y Unión Valenciana (1). Con algunos de ellos o con todos ellos. Pero entendió que la voluntad popular había señalado un inequívoco giro a la derecha y dejó gobernar al más votado, tal y como era costumbre desde la vuelta de la democracia.
El tardofelipismo salía a corruptela por día, no había semana en la que España no amaneciera indignada por el trinque de fondos públicos
Igualito que Pedro Sánchez, que se alió con lo peor de cada casa para gobernar, desde los asesinos de 856 españoles ahora blanqueados con el nombre de Bildu, hasta los protagonistas del 1-O, pasando por los comunistas de Sumar. Por cierto: Feijóo derrotó a Sánchez, le metió un escaño más que Aznar a Felipe, pero terminó gobernando el corrupto marido de la pentaimputada Begoña Gómez en lo que constituye un acto tan legal como ilegítimo.
El desenlace de la legislatura 1993-1996 fue diferente en la legislatura que se inició con las elecciones del 23 de julio de 2023. Entonces gobernó quien ganó los comicios de 1996, ahora quien los palmó y encima de calle. Pero todo lo demás resulta clónico, comenzando por la campaña de las generales de 1993, que se celebraron un calurosísimo domingo de junio, el día 6 concretamente. José María Aznar ganó por goleada el primer debate presidencial de la historia, celebrado en Antena 3 con el arbitraje de Manuel Campo Vidal.
El segundo fue un fiasco para el candidato popular que arribó al de Telecinco con Luis Mariñas de moderador como absoluto favorito en todos y cada uno de los sondeos. Uno de los dos gurús aznaristas, Pedro Arriola —el otro era Miguel Ángel Rodríguez—, le aconsejó aunque, visto lo visto, cabe colegir que más bien le estrelló:
—Presidente, ganaste las elecciones en el cara a cara de Antena 3, ahora no vayas al ataque, no arriesgues, simplemente deja que pase el tiempo y ya está. ¡Está hecho!—.
Aznar se aplicó el cuento arriolesco olvidando que Felipe era mucho Felipe. Y que cuando vas a empatar el partido de vuelta porque el de ida lo has ganado holgadamente siempre corres el riesgo de que el rival te devuelva la goleada y te termine eliminando aunque sea por la mínima. Tiene delito que el primer presidente popular, futbolero de pro, madridista para más señas, olvidase este elemental principio de un deporte que es una perfecta recreación de la vida misma.
El presidente socialista salió en tromba, como el mejor Real Madrid de don Alfredo Di Stéfano, le echó en cara haberle llamado «pedigüeño» por solicitar más fondos estructurales en una cumbre de la Unión Europea. El golpe de efecto, unido al miedo a la derecha ejemplificado en un rabioso dóberman, funcionó. Vaya si funcionó. Al punto que el Partido Socialista se acabó imponiendo en las urnas in extremis vapuleando todos los vaticinios en una España en la que somos unos maestros en miles de cosas pero no en demoscopia precisamente.
Al primer presidente socialista no le quedó más remedio que convocar elecciones cuando certificó que la catarata de corrupción era imparable
Felipe gobernó aunque, visto lo visto, seguro que habría deseado que su carrera política en la cumbre hubiera finiquitado aquel 6 de junio. Llovía sobre mojado. Si los dos años previos a los comicios fueron una pesadilla, con los casos Juan Guerra (1990) y Filesa (1991) como epítome, los tres posteriores fueron La Matanza de Texas en versión política. El tardofelipismo salía a corruptela o corruteptelaza por día. No había semana en la que España no amaneciera indignada por el trinque de fondos públicos o nuevas revelaciones sobre el terrorismo de Estado.
Las exclusivas sobre las actividades de los GAL fueron permanentes descubriéndose que el Gobierno de España había organizado una trama clandestina dedicada a la eliminación física de miembros de una banda terrorista ETA que asesinaba a no menos de medio centenar de personas al año, con el atentado de Hipercor (21 fallecidos) en 1987 como más siniestro símbolo. El Ejecutivo de Felipe González figuraba detrás de la desaparición de casi 30 terroristas de ETA.
Suma y sigue. Con todo, el gran aldabonazo fue el caso Roldán, más que nada, porque a los españoles no les importaba demasiado que se matase a quienes nos mataban pero sí, y mucho, que se afanase dinero público. El director general de la Guardia Civil se hizo un patrimonio archimillonario cobrando comisiones por la adjudicación de obras en cuarteles y sisando, incluso, a los huérfanos del benemérito cuerpo. La publicación de este escándalo fue el punto de no retorno del felipismo. Nada sería igual. La cuenta atrás se había activado. La fuga del zaragozano fue la puntilla definitiva para un Ejecutivo felipista que ya jamás se recuperaría de este golpe.
Luego Luis Roldán tiró de la manta, destapó el caso de los fondos reservados, que tanto se parece a muchas de las mangancias que estamos contemplando anonadados estas jornadas. El dinero cash que se guardaba en las cajas fuertes del Ministerio del Interior para comprar confidentes o pagar operaciones antiterroristas encubiertas se lo llevaban crudo sus máximos responsables para adquirir fincas, casoplones, joyas o relojes de lujo.
Hace 2 años auguré que este mandato sería clónico al último de Felipe y, para desgracia del PSOE y suerte para España, no me estoy equivocando
El tarro de las esencias corruptas también se destapó en el ámbito financiero con el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, operando con información privilegiada a través de cuentas secretas en Ibercorp, el banco de la beautiful people capitalina. El cristo que se montó fue de los que hacen época. El encargado de velar por la fortaleza y la limpieza en el sistema financiero era el primero que se pasaba por el arco del triunfo sus propias directivas. Le faltó tiempo para dimitir. El espionaje del Cesid, el CNI de la época, a los grandes mandamases de este país, Rey Juan Carlos incluido, dejó noqueado a Felipe González al que la destitución de Narcís Serra y Julián García Vargas sólo sirvió para ganar tiempo.
Cerdán tuvo su sosias paisano hace 30 años en el ex sacerdote Gabriel Urralburu, presidente del Gobierno de Navarra que mordía hasta por respirar. También hubo comisiones en las obras del AVE Madrid-Sevilla, en la Expo 92, con obra pública en Andalucía (caso Ollero) e incluso con el papel del Boletín Oficial del Estado (BOE). Hasta el embajador de Alemania en España, el madrileño Guido Brunner, se ensució con el cobro de convolutos por recalificaciones y adjudicaciones varias.
Al primer presidente socialista no le quedó más remedio que convocar elecciones cuando certificó que la catarata de corrupción era imparable. Que era el cuento de nunca acabar. El CIS le pasaba encuestas, encuestas y más encuestas, pero él se negaba a emplear su unipersonal prerrogativa de disolver las cámaras porque no le salían las cuentas. Hasta que vio un espacio de oportunidad y se lanzó. La proverbial habilidad del PP para meter la pata cuando están a punto de arribar a la orilla también se cumplió esta vez pero no hasta el punto de dejarlos de nuevo a las puertas de la gloria.
Que la historia se repite de tanto en cuanto es una cuestión empírica, que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo un consejo de los sabios que conviene no tomar a beneficio de inventario. Hace dos años auguré que este mandato sería clónico al último de Felipe González. Y, para desgracia del PSOE y suerte para España, no me estoy equivocando. Salimos a mangancia diaria. Ábalos, Cerdán, Leire, Tito Berni, Plus Ultra, Correos, la SEPI, Zapatero y Venezuela y la cada vez menos presunta financiación ilegal nada tienen que envidiar en calidad y en cantidad a los roldanes, los veras, las escuchas del Cesid, los marianos rubios, los brunner, el BOE y las filesas y malesas. Dos diferencias: aquí y ahora no hay terrorismo de Estado, que sepamos al menos, y allá y entonces no saltó a la luz ningún caso de abuso sexual, al menos públicamente, y desde luego Carmen Romero jamás fue imputada o megaimputada por la sencilla razón de que era y es una persona impecablemente honrada. Y Felipe tampoco vio cómo procesaban por dos delitos a sus tres hermanos pese a que acusaron a su cuñado Francisco Palomino de toda suerte de irregularidades que jamás pasaron a mayores judicialmente hablando.
Intuyo que la política de tierra quemada sanchista es tan bestia que la suma de PP y Vox puede otorgarles una holgada mayoría absoluta
A pesar de todos los pesares, la sombra de la cárcel jamás persiguió a Felipe González. Las cosas como son. Circunstancia de la que no puede presumir Pedro Sánchez, entre otras elementales razones porque a su mujer la acusan de haber percibido comisiones por el rescate de Air Europa. A Begoñísima se le ponen más feas las cosas por momentos con una sospecha cada vez más grande en el horizonte: la de ser la testaferro de su maridísimo. Todos sus trinques tienen una incontrovertibles base: ser la cónyuge del presidente del Gobierno. Ergo…
Y para Alberto Núñez Feijóo las cosas comenzaron en 2023, su primera contienda en las urnas, como para José María Aznar en 1993: con gatillazo. Hace 32 años el PP se quedó compuesto y sin Moncloa por no jugársela en el segundo debate y hace dos años volvieron a caer en la misma trampa de la confianza al dar plantón al de TVE. El dóberman de la época es el Vox de ahora. Basuresca, bulesca y miserable agitprop de los spin doctors socialistas para meter el miedo en el cuerpo a la ciudadanía olvidando que la derecha de los 90 era tan impecablemente constitucional como el partido de Santiago Abascal. Es más, Aznar y el líder verde son setenta veces siete más demócratas que Pedro Sánchez y no digamos que sus compañeros terroristas, sediciosos y chavistas.
Aunque no desprecio la proverbial capacidad del PP para pifiarla en el último minuto, sospecho que esta vez no bastará para dejarles con la miel en los labios. E intuyo que la política de tierra quemada sanchista es tan bestia que la suma de PP y Vox puede situarse en número de diputados por encima de los 183 de Aznar en 2000 y de los 186 de Rajoy en 2011. E igualmente tengo meridianamente claro que Feijóo va a emular a Aznar siendo más eficaz presidente que candidato. Y eso que el gallego de Los Peares es de largo el aspirante más efectivo de todos los que ha presentado Génova 13 en casi medio siglo de historia: ganó a la primera, algo de lo que no pueden presumir ni Fraga, ni Aznar, ni Rajoy. El día después su reto no será otro que superar al que para mí es, sin discusión alguna, el mejor primer ministro de todos los tiempos: José María Aznar López.
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