Ser golpista resulta rentable
La noticia de la suspensión de los diputados golpistas, con ser positiva, llega tarde; en concreto, 22 días tarde, que son las jornadas que estos individuos cobrarán del Estado por ser el tiempo transcurrido desde su elección en las urnas hasta su actual cese. De este hecho se deduce una consecuencia práctica: es necesario reformar la norma para que un diputado no comience a percibir su generoso sueldo hasta que su juramento o promesa cobre valor efectivo. En la validez del rol de representación pública debería de estar unida la elección democrática con el compromiso firme, personal y unívoco de defender la Constitución. De esta forma, evitaremos de cara al futuro el bochorno que vamos a padecer en breve todos los ciudadanos cuando los cuatro irredentos golpistas –Oriol Junqueras, Jordi Turull, Josep Rull y Jordi Sànchez– además del aún senador Raül Romeva, cobren de las arcas públicas más de 20.000 euros.
En cualquier caso –como sostiene el refranero–, “no hay mal que por bien no venga”. Si de algo ha servido el espectáculo que hemos vivido en las Cortes durante toda esta semana ha sido para percibir que España es una democracia y un Estado de Derecho de un garantismo máximo. De hecho, el sistema político y jurídico español, lejos de parecerse a esa caricatura dictatorial y oscurantista que los independentistas quieren diseminar por Europa, más bien muestra niveles de tolerancia y paciencia muy notables. En democracias con mayor solera que la nuestra –pensemos, por ejemplo, en Francia o Estados Unidos– las astracanadas de los juramentos fake del Congreso hubieran sido sencillamente imposibles, por no hablar del trato benevolente que se está dispensado a unos sujetos que tienen el descarado afán de subvertir todo nuestro andamiaje de convivencia. A este paso, los presos golpistas acabarán trayendo a España –por la vía del show y la performance– la república, sí, que será de corte dadaísta y bananero.
Nuestra democracia –para desgracia de los españoles– aún es muy reciente, tiene poca tradición y menos rodaje práctico, y a veces las instituciones del Estado generan la impresión de comportarse con la inseguridad y la necesidad de aprobación propias de un adolescente. Confiemos, pues, en que esta crisis sirva para ganar confianza y aplomo ante nosotros mismos y ante el resto de los países del continente.
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