Sánchez también quiere morir en la cama
Es envidiable la resiliencia con la que Sánchez acomete todo desafío a su persona, que él asimila siempre, en pleno despotismo iletrado, como un ataque al Estado, es decir, a España, mientras se siga llamando así. Es el último dirigente vivo que puede presumir de tener poder político, mediático e institucional sin tener poder social, porque la calle hace tiempo que le expulsa de sus límites. Nunca fue un líder con los pies en la tierra, y en vista del poco afecto que le desean en las plazas y barrios de España, decidió convertirse en un gobernante de altos vuelos. El despilfarro, que es la antesala de la malversación, vuela con él como la corrupción convive con el partido del que presume y al que ahorca con cada decisión política. Se siente a gusto siendo rehén de los ultras, aunque aprieta las fauces cuando se le llama a capítulo por dar forma a la autocracia que tanto desea y con la que humedece sus discursos.
Cuando se observa acorralado, o le dicen que los escándalos ya pasan de PSOE oscuro, se agarra a su dictador favorito, que murió cuando él apenas balbuceaba felonía. ¿Que le pillan encerrando a los españoles de manera inconstitucional en sus casas? Franco, calienta que sales. ¿Que el PSOE aparece en los peores escándalos de corrupción de las mascarillas, enriqueciéndose ministros y allegados mientras la mitad del país fallecía o enfermaba? Toque de corneta al Caudillo. ¿Que se negocia una amnistía ilegal, inmoral e inconstitucional con la extrema derecha independentista? Al Valle de los Caídos, a resucitar al Generalísimo.
Siempre que Sánchez visita a Franco lo hace con el orgullo de ver a un primus inter pares, un igual, uno de los suyos al que acude para pedirle consejo, honrando su memoria y proceder. Hasta se lleva al NO-DO que pagamos todos para que le haga un reportaje fetén. De historia no sabe nada y de decencia y respeto interioriza lo que le pasan como argumentario los lunes en Ferraz, cuando decide utilizar la osamenta de los muertos como arma política porque conoce la falta de escrúpulos y ética de quienes le votan. Y en ausencia de una izquierda civilizada, construye el guerracivilismo allí donde los votos no llegan. Le han contado que el 34 es replicable y que la historia comenzará de nuevo si consigue ganar la memoria de quienes olvidaron el fratricidio y la afrenta.
En un mundo todavía civilizado, los partidos políticos diluyen sus siglas y esconden sus principios para alzar el liderazgo de un candidato -o candidata- recién horneado. Las nuevas formas de conectar con el ciudadano ya no se traducen en la horma estructurada que te fabricaba el partido de toda la vida, donde uno nace, crece y se reproduce hasta que te dejan. Ahora esto va de personalismos, de nombres propios, de figuras aupadas en aras del cambio, la revolución o el populismo reaccionario.
Sánchez lo encarna todo a la vez, siendo la nada intelectual, y cuando ya ha dedicado sus mejores días a comprar la información, anestesiar las mentes y subsidiar la crítica, ahora actúa como siempre le ha gustado actuar. Por ello, visita a quien mejor refleja la autocracia de continuidad que nos pretende imponer. Su reescritura del pasado y condena del franquismo es una mera fachada estética para esconder su admiración por quién consiguió durante décadas lo que él aspira ahora a alcanzar.Y como aquel, también desea que el poder y la muerte le pillen en la cama.
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