Opinión

Sánchez, el caudillo de la España del siglo XXI

Un caudillo no consulta a ‘su pueblo’ sobre las decisiones que va a tomar. Los caudillos obligan a ‘su pueblo’ a someterse a su voluntad. Los actos de caudillaje tienen como denominador común el profundo desprecio a la opinión de los ciudadanos y/o de sus representantes. Los actos de caudillaje de la era moderna suelen venir precedidos de propaganda, de exaltación al culto personal, de demonización del adversario convertido en enemigo.

Cualquier acto de caudillaje, bélico o no, resulta un peligro para la población civil. Hay caudillos como Putin que mandan a sus hombres a morir en el frente mientras bombardean ciudades y masacran a la población civil de países a los que no han podido someter. Y luego hay caudillos como Sánchez, adornados por una personalidad psicopática y narcisista, que pervierten las instituciones a las que han accedido gracias al sistema democrático. No hace falta invadir un país para comportarse como un caudillo; basta con recordar algunos de los hechos que jalonan la biografía de Pedro Sánchez al frente de Gobierno para comprobar que estamos ante un auténtico caudillo de la era moderna.  Este es el presidente que negó el riesgo de la pandemia de la Covid-19 y mantuvo las convocatorias multitudinarias cuando los países de nuestro entorno ya estaban confinados; es el presidente que mientras morían diariamente centenares de españoles tomó decisiones sin ningún tipo de consenso nacional ni científico; es el presidente que ocultó los muertos, que mintió sobre el número de contagiados y muertos del sector sanitario y que culpó a los ciudadanos y a otras administraciones por el desabastecimiento de medios materiales y humanos para proteger a la población.

Este es el presidente que durante un año ignoró en 1200 ocasiones la Ley de Transparencia; que cerró inconstitucionalmente el Parlamento para no rendir cuentas de sus actos; que utilizó los decretos de alarma para colocar inconstitucionalmente a sus secuaces en el Centro Nacional de Inteligencia; que negó la utilidad de las mascarillas porque no había hecho acopio de ellas; que se negó a contestar preguntas en las ruedas de prensa; que institucionalizó los bulos para acusar a sus adversarios y perseguir a los medios de comunicación y a los periodistas a los que no podía someter; que exigió silencio y obediencia a los partidos de la oposición; que, como Putin, descalifica y miente sobre todo aquel a quien no puede someter.

Es el presidente que se niega a bajar impuestos como han hecho todos los gobiernos europeos mientras la tarifa eléctrica y el precio del combustible ahoga a millones de españoles; que se va de gira por Europa mientras los Reyes presiden en Galicia un funeral en memoria de los marineros fallecidos en el último naufragio; que se negó en un principio a enviar armas a Ucrania para que se defienda del otro caudillo hasta que la OTAN le sitúa como un Gobierno “no fiable”…

Este es el presidente que en un último alarde de caudillaje y desprecio a la historia compartida, a las resoluciones de la ONU, a los pronunciamientos del Parlamento Nacional, a los derechos humanos de un pueblo que lleva decenas de años sufriendo y esperando una solución justa, ha decidido  someterse al Rey de Marruecos y entregarle la soberanía sobre el Sáhara Español, ese territorio pendiente de descolonización desde que Marruecos lo invadió con la Marcha Verde aprovechando el momento en el que Franco estaba muriéndose.

La cobardía del caudillo Sánchez solo es superada por la de los afiliados de su partido, que callan y  se someten con gusto a cada una de sus tropelías, que prefieren vivir bajo el caudillaje de uno ‘de los suyos’ que en una democracia representativa. Qué miseria y que cobardía se ha instalado en el PSOE, incapaz de reaccionar mientras su señorito, su caudillo, está hundiendo España y arruinando la vida y las expectativas de los españoles, incluso las suyas… Qué ceguera y cuanto sectarismo, cuánta decadencia y qué falta de empatía con el sufrimiento de la gente. Qué falta de cuajo democrático.

Los caudillos, cuanto más desesperados están, más peligrosos resultan. Y es evidente que Sánchez está desesperado porque las mentiras encadenadas, la ruina causada, el desprecio permanente a los ciudadanos ha hecho mella y su imagen ya no hay quien la levante. Y este acto de cobardía y sometimiento ante el Rey de Marruecos que acaba de perpetrar Sánchez tendrá duras consecuencias para España. ¿Alguien duda de que el siguiente movimiento del caudillo coronado de Marruecos no sea insistir en la reivindicación de las aguas territoriales de Canarias y el reconocimiento de la marroquinidad de las ciudades de Ceuta y Melilla?

Un último mensaje para quienes prefieren mirar para otro lado y repetir la cantinela del Gobierno y  la prensa concertada de que “eso no va a pasar”: eso ya está pasando. ¿O acaso creen que fue casual que apenas hace quince días el PSOE y sus socios se opusieran en las Cortes a la petición de Vox de  que la OTAN revisara sus protocolos de defensa sobre esas dos ciudades españolas? Con estos antecedentes, ¿quién va a frenar las pretensiones del Rey de Marruecos? ¿Alguien cree que Sánchez puede hacer un gesto, ni siquiera simbólico, para defender la soberanía de la Nación? No, no lo hará; Sánchez no es Zelenski.

En fin, que la historia nos ha enseñado que quien cede al chantaje  se convierte en esclavo para siempre. Hay que echarlos; en legítima defensa, hay que salir a la calle «hasta enterrarlos en la mar».