Opinión
Apuntes Incorrectos

La ruptura entre Ayuso y Vox

Reconozco que cuando me enteré de que la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, rompía la semana pasada todos los lazos con Vox, sentí un cierto escalofrío. Sobre todo, porque el hecho se produjo inmediatamente después de la moción de censura en la que Sánchez se esforzó por establecer una unión inmarcesible entre el PP y el partido de Abascal, y el comportamiento de Ayuso parecía un sometimiento a esta trampa y un reconocimiento, que jamás será en cualquier caso reconocido, de que se plegaba a sus exigencias. Luego uno se va enterando de los sucesos previos y se da cuenta de que las desavenencias entre Ayuso y la señora Monasterio vienen de lejos, y de que el hartazgo de la presidenta madrileña había rebasado todos los niveles tolerables, a veces sin justificación, porque siempre me ha parecido muy bien la presión ejercida por Rocío Monasterio para desmontar lo más rápidamente posible las concesiones que la predecesora Cristina Cifuentes hizo en favor de las leyes de género, la condescendencia con el movimiento LGTBI, y su pasión por lo políticamente correcto, el movimiento woke y el resto de las estupideces de estos tiempos que prácticamente siguen intactos.

Me parecía inexplicable que Ayuso, que es el gran descubrimiento de la política española de los últimos años y la que, con más saña, acierto y gracia ha combatido al petimetre que nos gobierna acabara dándole la razón. Pero desgraciadamente, las razones del conflicto tienen causas más profundas y todas ellas que ver con el desconocimiento flagrante de la formación de Abascal del hecho económico, de las leyes del mercado, de cómo resultan más eficientes y favorables los sistemas fiscales y de todo lo relacionado con la libre competencia y la sana disputa entre ciudadanos para lograr el mayor progreso posible.

Y no es que Vox carezca entre sus filas de gente experta en estas lides, que están a la altura del pensamiento liberal de toda la vida. El problema es que esta gente está postergada, y que, en lo que se refiere a la economía, el partido está secuestrado por un puñado de dirigentes admiradores del paternalismo franquista, cuando no del falangismo puro y duro. Ya fue temerario hace unos años que patrocinara un sindicato adicto sin reparar en que no hay ninguno, ya sea el propio, que entienda las relaciones laborales sino en términos de enfrentamiento y de lucha dialéctica entre el trabajo y el capital al modo en que lo consagró la teoría marxista. Este desconocimiento de las relaciones económicas en un marco de libertad es lo que ha empujado a la señora Monasterio a rechazar la propuesta de Ayuso de rebajar la fiscalidad del capital extranjero estableciendo ventajas para que pueda deducirse hasta el 20% del total de la inversión en cualquier tipo de activo, tanto inmobiliario como financiero en un periodo máximo de seis años.

El argumento de Vox para oponerse ante una medida tan oportuna, que venía a resolver la agresión perpetrada por Sánchez al establecer el impuesto a las grandes fortunas precisamente para combatir la exención del Impuesto de Patrimonio que rige en Madrid, es pedestre y ridículo: «Esta medida es una concesión de privilegios a los extranjeros, que debería extenderse a todos los madrileños». Suena muy bonito, pero es una soberana estupidez, heredera, además, del afán proteccionista de orden franquista que como digo anima a los que mandan en Vox. Todos los países sensatos del mundo, los más desarrollados, los más dinámicos, los más ambiciosos tienen un régimen especial para las inversiones extranjeras por la sencilla razón de que el flujo de capitales contribuye a la capitalización del país, la generación de riqueza y la creación de puestos de trabajo.

Por eso la decisión de Vox, lo mismo que su negativa a aprobar los presupuestos de la Comunidad, hará un daño inmenso a la región a la capital del Estado, y al interés que han tenido sus dirigentes por situarla en un lugar preeminente en la escena internacional. También consagrará el avieso tributo de Sánchez contra las autonomías gobernadas por el PP y en particular contra Madrid, territorio fieramente hostil, resistente y rebelde a sus postulados para alegría de la mayoría los ciudadanos que vive aquí y que en las próximas elecciones revalidaremos una amplísima mayoría para la señora Ayuso.

He ensalzado muchas veces en esta columna las enormes virtudes que atesora Vox, la primera de las cuales es haber afrontado con determinación sin límites la guerra cultural, combatir hasta la extenuación lo políticamente correcto, pelear contra la política de la cancelación y el movimiento woke en general oponerse fabulosamente al cambio climático de origen antrópico, todas ellas cuestiones todavía pendientes para el PP, aunque en menor medida para la señora Ayuso. En esta ocasión creo, sin embargo, que se ha equivocado gravemente en perjuicio de todos los madrileños a los que dice defender. La señora Monasterio debe todavía empaparse del lema que defiende el gran Javier Fernández-Lasquetty, consejero áulico de la presidenta: «La libertad es el principio de todo, el que justifica todo y al que debe dirigirse todo». Que es algo que ya le dijo hace siglos el Quijote a Sancho. Amén.