Opinión

La rueda de la economía

Pasan las semanas desde el inicio del decreto del nuevo estado de alarma -en ocasiones, como en el primer estado de alarma, parecía, en realidad, más un estado de excepción encubierto- y cada jornada que ha transcurrido del último año ha sido un día en el que han cerrado muchas empresas que ya no volverán nunca a abrir sus puertas, por no hablar de las 6.412 compañías que diariamente sucumbieron en diecinueve días de marzo de 2020, como se puede extrapolar de los datos de la Seguridad Social. Cada uno de los días del encierro total, asomó a la destrucción diaria de 19.178 puestos de trabajo, que son los que, jornada a jornada, se perdieron en los cuarenta y nueve días que hubo del doce de marzo al treinta de abril del año pasado, hasta contabilizar 939.709 puestos de trabajo destruidos durante ese tiempo del encierro domiciliario y la parada por decreto de gran parte del sector productivo que se le impuso a la sociedad y economía españolas. Cada día que pasamos con ese encierro, es el que hizo que 23.555 autónomos al día en esos mismos cuarenta y nueve días, necesitasen la prestación extraordinaria por cese de actividad al verse obligados a cerrar sus negocios por decisión gubernamental, hasta sumar 1.154.195 autónomos. Y cada día que pasó en ese período, vimos cómo se incrementaron diariamente en 62.744 las personas afectadas por un ERTE por fuerza mayor en ese período, hasta sumar los 3.074.462 españoles en esta situación, que se añadieron a las 312.323 personas afectadas por ERTE no derivado de la situación del estado de alarma, hasta sumar un total de 3.386.785 personas afectadas que han llegado a estar afectadas por un ERTE, según se puede comprobar en los datos de la Seguridad Social. Hoy todavía permanecen en ERTE de todo tipo 782.915 personas.

Actualmente, se siguen destruyendo 295 empresas cada día; 1.187 personas van al paro diariamente; otras 987 han perdido cada día su empleo en el último año; y hay 319 jóvenes que cada jornada engrosan las filas del desempleo en estos últimos doce meses. Son unas cifras que producen escalofríos: con 3.888.137 personas desempleadas, más de setecientas ochenta mil todavía en ERTE, sin perspectivas de ir a salir de él y con elevada probabilidad de que ese número, con las últimas restricciones, aumente y con un tejido empresarial, especialmente el de la hostelería, el turismo y el comercio, extenuados, sin capacidad, ya, para aguantar más con las restricciones cambiantes que cada semana las administraciones públicas les imponen. Cuando se han adaptado a una de las restricciones impuestas, vuelven a apretarles y dar otra vuelta de tuerca, sin valorar el deterioro que les hacen y, con ello, que hacen a toda la economía. Muchas personas están a punto de perder sus pequeños negocios y, con ello, se eliminarán los empleos que mantienen. Son casi ocho millones de personas que no saben si tienen futuro o no -los casi cuatro millones de parados, los casi un millón en ERTE, y los casi tres millones que trabajan en estos sectores más afectados. De esa manera, no saben si en los próximos meses y años podrán pagar su hipoteca o el alquiler; si podrán dar un futuro mejor a sus hijos; o, simplemente, si podrán tener recursos para alimentarse.

Mientras corren riesgo de desmoronarse nuestro tejido productivo y empresarial y tantos millones de puestos de trabajo como los señalados anteriormente, la consigna oficial, convertida cada día más en propaganda, intenta hacer ver a la sociedad que hay que infravalorar la crisis económica, tratando de extender un engañoso velo con el que confundir a los ciudadanos, que pretende convencerles de que, cuando se supere la situación sanitaria, económicamente habrá una recuperación que no tardará mucho en llegar. Para ello, recurren a la emoción de las personas y al miedo que impregnan en ellas empleando las altas cifras de fallecidos por coronavirus que sufre España por el fracaso rotundo en la gestión de todas las administraciones, con el Gobierno de la nación como principal responsable. Hemos pasado del “esto lo paramos entre todos”, a “nadie va a quedarse atrás”, la “fiscalidad justa”, con la que pretenden insinuar que “los ricos” serán quienes paguen la factura, cuando ellos saben que eso no da ni para una semana de gasto sanitario y de prestaciones por desempleo, a imponer ahora, de nuevo, restricciones que agotan la capacidad de resistencia de nuestra economía. Probablemente, en la mente de algún dirigente del Gobierno esté encerrarnos de nuevo tras las elecciones catalanas del catorce de febrero, si finalmente se celebran, como hicieron tras el ocho de marzo. Puede que no lo hagan, pero da la sensación de que esa estrategia está sobre la mesa.

Todo es cálculo político y propaganda, y nada de eficiencia. Si atrás no se queda nadie será porque todos estaremos detrás, empobrecidos. La economía es una rueda en la que todas las actividades están conectadas. Si una cae, el resto irá cayendo. De esa manera, pasaremos del círculo virtuoso de la economía al círculo vicioso, donde el empobrecimiento será enorme. Parece que quienes gobiernan no se dan cuenta: cuando dicen que no se salga o que se trabaje desde casa, cortan de raíz el negocio de tantos bares y cafeterías que son esenciales en nuestro entramado económico. Si hacen que ellos caigan, detrás irá el resto de los sectores, porque todo está conectado.

Para cimentar su posición, enseguida atacan a quien discrepa con que no se puede anteponer la economía a la salud, con el falso y retorcido argumento que se basa en que quien está con ellos, salva vidas, y quien no, las pone en peligro por su visión codiciosa de la vida. Tratan de mover así, con esa falsedad, a una sociedad a la que mantienen con la libertad cercenada y, con ello, en gran parte anestesiada, pues aunque las dificultades y penurias ya empiezan a sufrirlas, desgraciadamente, muchas familias, todavía el desastre no se percibe en toda su intensidad, pero de seguir así llegará y con incremento de las anteriores cifras negativas, ya desastrosas por sí mismas.
Miente quien diga que alertando de la crisis económica se antepone la economía a la salud, como miente quien dice que es necesario ceder nuestra libertad para que un Gobierno paternalista gobierne con poderes casi absolutos para protegernos. Los paternalismos gubernamentales siempre hay que tomarlos con mucha prudencia, pues del paternalismo a la extinción de las libertades puede haber una línea muy fina, que esperemos que en España no se pase -y que no debemos, en ningún caso, dejar que eso suceda-. En cuanto a la economía, no se antepone a la salud, sino que es necesaria para que haya salud, para que haya sanidad, ya que sin prosperidad habrá menos sanidad, menos salud, menor esperanza de vida y mayor tasa de mortalidad derivada de la ruina económica. Una destrucción de empresas como la actual, muestra la verdadera dureza de la crisis económica, a la que se está infravalorando con la ayuda propagandística del Gobierno.

La crisis sanitaria está siendo durísima -probablemente, mucho más dura por no haber sido previsor el Gobierno y anticiparse desde enero de 2020 con medidas más suaves que habrían podido servir para que no se incrementasen tanto ni los contagiados, ni los fallecidos ni que hubiese sido necesario adoptar a la postre medidas económicas mucho más severas que tanto daño están haciendo en la economía-, pero si se sigue por la actual senda, en la que la economía parece no importar, o se emplea por parte de las administraciones como arma arrojadiza para llamar desalmados a quienes denuncian la situación de ruina próxima, la crisis económica va a ser mucho más dura que la sanitaria, pues seguiremos teniendo virus y tendremos, además, empobrecimiento.

No nos queda otra que, con prudencia, convivir con el virus sin descuidar nuestra actividad productiva mientras se vacuna la población. Ahí es donde la Administración ha de ser ágil, que no lo está siendo, y lograr que la mayor parte de la población esté vacunada antes de verano. Si no logramos hacerlo, entonces el sector turístico, el comercio, la hostelería y el ocio estarán perdidos y, con ellos, a través de la rueda de la economía, del círculo económico, toda la economía nacional estará sumamente empobrecida durante varios años, con una merma de la prosperidad y millones de puestos de trabajo perdidos. Los políticos tienen que agilizar la vacunación, organizarla bien, para que cuando las farmacéuticas estén a pleno rendimiento de producción, pueda vacunarse con mucha celeridad y se llegue a la campaña de verano con un alto gran de población inmunizada. Es lo que tiene que hacer el Gobierno; no tiene otra cosa mejor que hacer.