Opinión

Rojo begoñil

Echamos mucho de menos a la imputada Gómez Fernández, que está de vacaciones, suponemos que practicando su resabido tráfico de influencias en otros menesteres más íntimos y placenteros: «Pedrito, tráeme más champán a la piscina, que así me transformo en una nadadora social más competitiva». Risas cómplices después de besarla. «Qué bien te queda ese bikini rojo, eres un genio y un modelo eterno de gracia. Me quedo embelesado mirándote, fascinado, fulminado por tu perfección inquietante, ¿cómo se llamaba el cirujano?».

Se acerca la criada Lucila, una chica delgaducha, de cabello castaño claro, tostada por el sol. Se muerde el labio inferior con sus dientes resplandecientes, tiene una mirada fija, suplicante. «Le han traído una carta, señora. ¿Se la tiro a la piscina?». Gómez, enfadadísima, comienza con las maldiciones y el éxtasis. El presidente, divertido por la escena, interviene: «Primero bebes las estrellas, luego gruñes en el fango; así el fango tendrá algo de las estrellas y las altas estrellas estarán fragantes del fango». A continuación, suelta una de esas típicas carcajadas suyas que
inundan la escena de un cinismo místico e inquietante.

La Mareta, el casoplón en el que se encuentra el matrimonio, acaba de ser remodelado con mejoras a costa de nuestras arcas: más de seiscientos mil euros para que la parejita tenga más seguridad y mayor eficiencia energética en sus instalaciones, además de la transición verde, que no es más que añadir más hierbabuena a los mojitos y más orégano a las ensaladas.

No puedo pasar por alto la sensualidad integral de fondo rojizo de esta pareja. Pues con la eficiencia energética conectada a sus cerebros, están decidiendo algún eslogan para el nuevo curso. Ella propone el siguiente: «¿Qué ángel severo me ataca así, por la espalda, cuando vuelo al paraíso?». Pedro aplaude la propuesta, pero dice que la palabra ángel le parece poco progresista, que podrían sustituirla por expertise. De la emoción, ella derrama el champán sobre su cuello y escote para que él lo beba. No llega a tiempo y se desparrama por la piscina. «Lucila, por favor, cambie el agua de la piscina, que se ha manchado de champán. Tiene que estar perfecta para
esta noche, que vienen a cenar varios jueces y catedráticos de los míos».

Conforme sale de la piscina, el rostro se le va deformando, el traje de baño despinta rojo sangre, aparece todo muy velludo, nadie entiende lo que está sucediendo. Una especie de ley fatal se ha apoderado de ella.

Pedro, al verla, siente arcadas, y vomita la mariscada del mediodía junto al champán y los frutos rojos. Consuela sus sentidos, reasegura su alma. Se acerca a ella, que sigue deformándose, se abrazan, se calman. Él se arrodilla y comienza a llorar: «Perdóname, por un momento, te vi horrorosa y me desenamoré. Ahora tengo de nuevo un hormigueo de ideas, de perspectivas nuevas, como nuestra eterna novela sádica, escrita con gran sequedad”.

Ella lo observa y dice: «Limitémonos a constatar que somos la versión más elevada de la especie humana, lo demás no me importa». Los albañiles, que se habían detenido ante la escena, continuaron sus trabajos de expertise instaladores energéticos, mientras Lucila espolvorea purpurina roja sobre la piscina de los pecadores.

«Recoja todo, Lucila, ya sabe que en cualquier momento puede venir la policía. Soy una primera dama imputada, roja como la manzana de Eva, como los cachetes de un bebé rollizo, como las uñas de mis pies, como la bandera de mi partido, como la esperanza de mi inocencia». Lucila, sorprendida, no puede reprimirse y rebate: «Señora, la esperanza es de
color verde». Mirándola sin piedad y elevando la voz, le dice: «¡Qué sabrás tú de la caza implacable de las vírgenes verdes, de la Armada Negra, del libertinaje inglés! Sal de mi casa, estás despedida». Silencio absorto: ni oleadas farfullantes en la playa, ni batir de alas por el cielo, ni rumor de langostas. El rojo begoñil ha vuelto a hacer de las suyas. Una noche yerma,
tras un día yermo. Vaya veranito en La Mareta. Suerte la nuestra porque el juez Peinado está reposando por la gracia de Dios en algún lugar de paisaje inspirador con destellos de verdadera calma reponedora. Ya queda poco, apenas diez días. Aprovechémoslos.