Opinión

El Rey don Felipe VI

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

A veces, el cronista no tiene otro remedio que hablar en primera persona. Ésta es una de ellas. De siempre he tenido abundante relación con El Rey don Juan Carlos. Algunas confidencias -bastantes- lealtad y, desde luego, información privilegiada sobre sus pensamientos, actividades incógnitas e incluso, sobre episodios privados no del todo edificantes. Con su hijo, nuestro actual Rey, no existe ni siquiera similar vínculo. No fui agraciado con una invitación a su boda con Leticia Ortiz, a pesar de que sí, con ella mantuve gran cordialidad en nuestros tiempos de Televisión Española. Todo se limita a intercambio de pareceres discretos con un par de miembros importantes de su Casa, la Casa del Rey, no la Casa Real, que a menudo se confunden ambas instituciones.

Me parece largo este personal prefacio, pero necesario para, de entrada, afirmar lo siguiente: mi postura sobre la necesidad y eficacia de la Monarquía, de la Corona, que tampoco es lo mismo, son idénticas con ambos reyes. Ni un ápice de distancia. Recuerdo un momento en el que, sin embargo, mantuve una fuerte discrepancia sobre la postura etérea que don Juan Carlos tuvo a raíz de la clamorosa corrupción protagonizada por el régimen de Felipe González. De aquellos tiempos retengo una confesión vendida de la propia Casa: “Entre bomberos, no nos pisemos la manguera”. Luego supe por un importante miembro de esa Casa, que entre el Rey y el presidente del Gobierno estalló en una ocasión un malestar a cuenta del desacuerdo en la recepción de alguna bagatela multinacional, llamémosla con eufemismo así.

A don Juan Carlos le perdonamos entre todos y él no supo arbitrar exactamente el nivel de su impunidad, más aún que de su inmunidad. Ahora, don Felipe ha estado de cumpleaños, ha cumplido una edad que ya empieza a considerarse como de “segunda madurez”. De él, domésticamente, no se conocen sus amigos y allegados y alguno a los que la Reina doña Letizia confió en su momento el secreto de su noviazgo, no parecen que frecuenten la Zarzuela. Ellos guardaron el sigilo y no han tenido recompensa por ello. Quiza, don Felipe, vistos los antecedentes parentales, ha roto ese círculo y ha disminuido, hasta casi la inexistencia, la pléyade de colaboradores y asesores que en la época de su padre fue realmente cuantiosa. Durante el reinado de don Juan Carlos, la Casa del Rey pedía con frecuencia “papeles” para las intervenciones más importantes y complicadas del Monarca, no sé -tampoco interesa saberlo- si este comprometido endoso se realiza en la actualidad, aunque la versión oficial es que lo que sale de la boca del Rey, sale también de su pluma o de su ordenador, como ustedes quieran.

Pero, salvo los cafeteros republicanos, los separatistas odiosos o los que vienen de otro reino, el de terror, nadie pone una pega al rigor con que don Felipe se ajusta a la Constitución. Al punto de renunciar a su familia. En todo caso, puede interpretarse que esta precisión, esta exactitud, la practica más por defecto que por exceso. Un ejemplo, para entendernos bien: ¿no es cierto que en muchos ambientes, incluso devotos de la Corona, se esperaba en navidades una mayor denuncia de la siniestra etapa que está conduciendo -por decir algo- el insoportable Sánchez? Voló el Rey muy hábilmente sobre la actualidad, pero no se mojó en ningún aspecto de los más polémicos. No volvió a referirse a la continuidad del desafío separatista catalán y tampoco -esto nos dolió mucho- a la complicidad del presidente del Gobierno con los leninistas de su gabinete y aún peor, con los terroristas que, uno a uno y sin la mínima comunicación pública, él y su repulsivo ministro del Interior, Marlaska, están soltando para viajar a su tierra de origen como paso previo a la excarcelación, de la que van a gozar en poco tiempo criminales tan abyectos como García Gaztelu, de alias Chapote o el francés Henry Parot, de alias Aitor, Unai, yo qué sé.

La prudencia, gran virtud en este Rey, sustituyó en este momento a la proclamación de la fortaleza. Don Felipe VI se debe, en todo caso, saber los ciento sesenta y nueve artículos de la Constitución del 78 de memoria; se ajusta a ella como un calcetín a una pierna, y no traspasa jamás una raya roja. Es cierto que si alguna vez tuviera esta tentación su destino más próximo sería un barco con destino a Marsella, como sucedió con su bisabuelo don Alfonso XIII.

Le están esperando con el trabuco de los bandoleros. Mi impresión -vuelvo al protagonismo personal- es que estos malvados individuos que aún okupan el poder le ponen tan bajo, tan bajo que un día no se le va a ver. El ninguneo a que le someten es demoledor para la Monarquía, el achicamiento de espacios es tan persistente que, con toda certeza enoja a su víctima. ¿Ha hecho algún movimiento de protesta don Felipe para quejarse de esta maniobra miserable? Lo pregunté alguna vez y, como de costumbre, la respuesta fue ambigua: “No todo lo que hace el Rey -me dijeron- tiene que ser para uso de la consideración pública”.  O sea, como en el cuento clásico, la gallina y no hubo más.

La interpretación más positiva es que, en efecto, nada de lo que sucede en España, incluidos los ataques a su persona, le es ajeno. Otra muy negativa sería que el Rey, bastante hace con esquivar los mandobles que le mandan al hígado, con resistir, con ejercer eso que ahora mismo se llama resiliencia,  un estúpido término casi inventado por el infame manipulador que es Pedro Sánchez.

Claro que se pueden colocar reparos al estricto modo de reinar de don Felipe, pero el balance es tan soberbio como el que cumplió su padre hasta Botsuana. ¿Qué poder moderador tendría aquí un presidente de la república de uno u otro color? Ninguno. En Italia ya están arrepentidos de no tener rey. Le queda a don Felipe, afortunadamente, mucho por recorrer en la sapiencia de que la izquierda barrenera de este país no se lo va a poner fácil, y que además intentará directamente su derrocamiento. Por esta constancia hay que pedirle: “Señor, no nos deje solos en la denuncia a esta destrucción de España, a este socavamiento de nuestros históricos valores, a esta sociedad manchada por la mentira asquerosa”. Nada más. Es estupendo, pero algunos deseamos más la representación del Rey que la fantástica que ha desarrollado este fin de semana Rafael Nadal Parera.