Regeneración popular… o populismo
Pocos factores han influido más decisivamente en el auge y consolidación de Podemos que la corrupción del Partido Popular. Entre el vasto océano de corruptelas, delitos e imputados, basta con citar los últimos casos: Rus, Acuamed o Rato y su testaferro. Todos ellos han servido para inflamar los ánimos de unos ciudadanos que han hecho de la indignación el combustible de un día a día que durante los últimos siete años se ha movido entre la preocupación por una economía menguante y la lacra del desempleo. Tanta corrupción ha embadurnado a la formación de Génova 13 que ni sus indiscutibles méritos económicos en 2015, ni el crecimiento del país al 3,2%, ni siquiera el mejor año del mercado laboral español en toda su historia han conseguido atenuar el eco infinito que entre la población tienen escándalos como el que ha estallado en Valencia.
Podemos, a pesar de tener a la Udef pisándole los talones por sus vínculos con Irán y Venezuela, ha gestionado a merced ese descontento gracias a su cinismo. Cada caso de los populares ha hecho más fuerte ante los votantes al partido dirigido por Pablo Iglesias. Así, se autoproclamaron «padres» de un movimiento popular como el 15M y que a la postre, con una calculada y maquiavélica estrategia, les ha granjeado millones de votos. Negar que las irregularidades del PP y la subida de los podemitas funcionan a modo de vasos comunicantes sería como no reconocer que los populares aún tienen margen de reacción de cara al futuro. Una tabula rasa que, inevitablemente, ha de pasar por una profundísima regeneración con la que acercarse a un nuevo perfil de votante así como sentar las bases de una lucha efectiva contra cualquier cepa delictiva que se encuentre oculta en el sistema inmunológico de un partido que llegó a ser la formación política más importante en la historia reciente de España.
Un buen ejemplo sería Cristina Cifuentes, que ha hecho de la autocrítica un interesante punto de partida: «Al Partido Popular le ha faltado humildad y le ha sobrado corrupción». Unas declaraciones con las que la presidenta de la Comunidad de Madrid ha abundado en la línea iniciada por José María Aznar en el último Comité Ejecutivo Nacional del partido. Entonces, el expresidente señaló la necesidad de un congreso donde puedan votar los 865.000 afiliados de la formación —su gran activo— y que debe ser la voz conjunta y principal que designe a la persona destinada a llevar las riendas de un partido fundamental para la estabilidad de una nación que comenzaba a ver la luz al final del túnel y que ahora está sumida en una duda de gobernabilidad que puede ser mortal.
El Partido Popular necesita a España casi tanto como España necesita a aquella formación que hace no tanto era ejemplo de liberalismo en toda Europa. No obstante, para volver por sus fueros debe eliminar todas las manzanas podridas del cesto. Es la única manera de ser otra vez una referencia en la defensa de la unidad de España, el libre comercio y las libertades fundamentales de todos los españoles. De lo contrario, y si siguen coleccionando casos como los que han surgido en las últimas semanas, los ciudadanos acabarán mirándolos con la abulia propia de unos zombies anestesiados y se entregarán sin pensar a los cínicos cantos de sirena procedentes de la mentira populista.
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