Opinión

¿Qué hacer para que la Iglesia se reforme?

Es una muy triste evidencia. Como, en su día, dijo Alfred Loisy, «Jesús anunció la venida del Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia». Ni cuando se formuló esta valoración, ni siquiera en el momento presente, resulta fácil, por muchos matices que se señalen, negar su adecuación a la realidad. Condensa y expresa una imagen cierta e indisociable de lo que ha ocurrido en «el misterioso taller de Dios» (Goethe). Y sigue ocurriendo, sin duda.

La Iglesia oficial, presidida por Francisco, es muy consciente de su situación en el mundo. Ya no genera cultura y es muy poco escuchada. Ha perdido a chorros su credibilidad y es víctima de un abandonismo creciente a todos los niveles. Sabe del dicho de Jesús: «Todo reino dividido será desolado» (Mt 12, 25). No puede ignorar la efectiva marginación del evangelio en la vida de los que dicen ser sus creyentes, incluso en aspectos trascendentales. Esta es la verdadera situación actual.

Un colaborador habitual de RD, tan ponderado como José Antonio Pagola, ha entendido que «una de las herejías más graves es hacer de la Iglesia el sustitutivo del Reino de Dios». Hasta tal punto esta situación del pueblo de Dios es ahora una realidad palpable que incluso se ha hablado del «abismo entre la fe y la vida» (Joseph Tobin, arzobispo de Newark). En definitiva, la Iglesia Católica parece que, en el devenir del tiempo, ha venido olvidando algo frente a lo cual Francisco ha adoptado, dada su gran trascendencia, una posición no exenta de connotaciones obsesivas: subrayar que la coherencia necesaria entre la fe y la vida pertenece al ADN del cristianismo.

¡Aquí le duele! ¡Y, mucho, muchísimo! Tal estado de cosas, brevemente insinuado, repercute directamente en el modo cómo se viene ejerciendo la autoridad en su seno: «Exigir de los otros cosas, también justas, pero que ellos no ponen en práctica en primera persona. Tienen una doble vida» (Francisco). Lo cual se manifiesta como «…una herida en la Iglesia y en la que la autoridad no es: yo mando, tú haces. No, es otra cosa, es un don, es una coherencia» (Ibidem). Doble vida, rigidez patente, polarización extrema, esquizofrenia pastoral: «Dicen una cosa y hacen otra» (cfr. Delgado, La despedida de un traidor. La búsqueda personal de Dios, Barcelona 2023 págs. 95-106). En este contexto, José María Castillo ha calificado la situación institucional presente como de grave crisis moral y de fe, a la vez que ha denunciado la escandalosa marginación del Evangelio, incluso en cuestiones trascendentales.

Por si las anteriores pinceladas no fuesen suficientes, el propio Francisco, en la Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (29.06.2019) realizó el siguiente diagnóstico:

«Hoy, sin embargo, coincido con Ustedes en lo doloroso que es constatar la creciente erosión y decaimiento de la fe con todo lo que ello conlleva no sólo a nivel espiritual sino social y cultural. Situación que se visibiliza y constata, como ya lo supo señalar Benedicto XVI, no sólo en el Este, donde, como sabemos, la mayoría de la población está sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia y, a menudo, no conoce en absoluto a Cristo, sino también en la así llamada región de tradición católica [donde se da] una caída muy fuerte de la participación en la Misa dominical, como de la vida sacramental. Un deterioro, ciertamente multifacético y de no fácil y rápida solución, que pide un abordaje serio y consciente que nos estimule a volvernos, en el umbral de la historia presente, como aquel mendicante para escuchar las palabras del apóstol: no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina (Hch 3,6)» (Carta, cit., n. 2).

Este acertado diagnóstico papal -¿quién se atreverá a negarlo?- es extensible, haciendo los cambios necesarios, al conjunto de toda la Iglesia. La grave situación que la configura en la actualidad se detecta a lo largo y a lo ancho de la misma. También, por supuesto, en Baleares. A todos preocupa y ocupa, aunque desde posiciones muy encontradas y con fuertes dosis de polarización. ¡Vaya vergüenza! ¡Vaya contra testimonio evangélico!

La situación real, en definitiva, es tan grave que son pertinentes preguntas como las siguientes: ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontar esta realidad de crisis, tan vieja y escandalosa por antievangélica? ¿Cómo actuar una radical revisión de todo el entramado institucional y doctrinal? ¿Cómo sentar unas bases mínimamente sólidas para intentar recuperar la credibilidad perdida? ¿Por dónde empezar?

Creo, sinceramente, que, una vez más, se está equivocando el camino. ¿Por qué no se parte de una evidencia: la diversidad y pluralidad existentes? ¿Por qué se da por buena la uniformidad impuesta en los inicios y que ha perdurado, por desgracia, hasta ahora mismo? Se quiere construir en torno a reformas orgánicas siempre instrumentales. Se quiere construir sin abordar en serio la problemática del estilo de vida de los que dicen ser discípulos de Jesús. ¿En qué quedamos? ¿No dicen que se evangeliza por el testimonio de vida? Creo, sinceramente, que caminamos en la contradicción. ¡Apañados están!

(Continuará)