Opinión

Si Puigdemont quiere show, será en la cárcel

El huido Carles Puigdemont quiere volver a España y montar el show. Cada día que pasa es más ajeno a la realidad, por eso cree que en todos los países encontrará el colaboracionismo vergonzoso y la exasperante laxitud legal que se da en Bélgica. Incluso se atreve a desafiar de nuevo al Estado y decir que no se atreverán a detenerlo cuando gane las elecciones. Debe pensar que campará a sus anchas de aquí a la eternidad sin dar cuentas ante el Tribunal Supremo por los más que probables delitos de prevaricación, rebelión y sedición como producto del Golpe de Estado. Los mismos que, por otra parte, mantienen en la cárcel a Oriol Junqueras, Joaquim Forn y los Jordis y que pueden conllevar penas de hasta 3o años de cárcel. No obstante, su disloque está a punto de acabar. Los propios golpistas catalanes lo han puesto entre la espada y la pared para que vuelva a España y haga campaña en persona antes del 21 de diciembre. Una provocación que no consentirá la justicia. Con efectivos policiales movilizados en la frontera con Francia y un trabajo en perfecta sincronía con el país galo, la aventura del expresident acabará tan pronto como ponga rumbo a nuestro país y traspase los límites de esa broma de territorio que ha demostrado ser Bélgica. 

El avión y el tren son medios de transporte totalmente descartados para efectuar su dislocado plan de retorno. Estaría arrestado en cuanto tratara de embarcar. Si finalmente decide hacerlo en coche, tendrá que pasar por Francia de manera insoslayable. Un país que, afortunadamente, es la antítesis de Bélgica. Allí la gendarmería estará esperando para abortar cualquier aquelarre golpista, ya sea en Perpiñán —donde Carod-Rovira se reunión con la cúpula de ETA en 2004— o en cualquier otra ciudad del sur de Francia, lo que ellos también consideran como «països catalans». Francia es un país donde la ley se cumple a rajatabla. Nada que ver con esa verbena jurídica que hay montada en Bruselas, donde son capaces de proteger a un golpista y tratar de dar lecciones de Estado de Derecho a España cuando como nación garante de libertades cualquier comparación resulta un drama para los belgas. El presidente galo, Emmanuel Macron, ha apoyado sin ambages la actuación de Mariano Rajoy. Igual que Manuel Valls. 

El que fuera primer ministro de los franceses ha dejado claro su apoyo al constitucionalismo y ha repetido en más de una ocasión que «los líderes europeos debieron tomar una postura más clara contra el separatismo catalán». Esas palabras institucionales se plasmarán en acciones concretas para que Carles Puigdemont no llegue a España como un falso mártir y haga de su detención un arma electoral para tratar de aumentar los votos entre los más radicales. La colaboración entre España y Francia también es una buena noticia para Europa, ya que refuerza así el sentido de solidaridad y cohesión entre los países miembros. Una esencia que casi destruye Bélgica con su irresponsabilidad en todo este asunto al convertir la euroorden en mero papel mojado. Algo que no se daría con Francia, ya que si detuvieran a Puigdemont lo enviarían a España en tan solo unas horas. Esa Unión Europea sí tiene sentido, donde los delincuentes son trasladados a su país cuando tratan de burlar la ley escondiéndose en otro que es socio. El retorno de Puigdemont antes del 21-D, por tanto, será el principio del fin para los golpistas. Si no vuelve, el efecto de su huida victimista quedará en nada. Si vuelve, la justicia lo estará esperando antes de que pueda poner el pie en un mitin y reírse otra vez en la cara de todos los españoles.