Opinión

El «progresista» Frente Popular, el ‘Frankenstein’ de Sánchez, Otegi y Puigdemont

Las noticias diarias que conocemos acerca de la evolución de las guerras, con epicentro en Ucrania -que va camino de su tercer año y sin ninguna iniciativa procedente de EEUU y Rusia para acabarla- y en Oriente Próximo, que ya ha comenzado su segundo año, no dejan excesivo margen para el optimismo. En otras circunstancias un refugio informativo podría ser la política nacional, pero es evidente que -si cupiera, que no cabe- la situación nacional no resulta más aleccionadora precisamente.

Sin pretender comparar las trágicas consecuencias de las guerras, con las derivadas de tener al frente del Gobierno de España a quien tenemos, no podemos minusvalorar tampoco éstas otras. El presidente del Gobierno es una persona cuyo principio básico de actuación no es el de trabajar por el interés general de España y el bien común de los españoles -como es su obligación-, sino el de la permanencia en el poder al precio que sea. Claro está que mientras ese precio no lo pague él, sino España y los españoles.

Para ello se ha dotado de un partido convertido de facto en un partido sanchista, el PS, como mera plataforma para subsistir políticamente, que actúa cual si fuera el partido de Xi Jinping en China o el de Maduro en la actual Venezuela, convertidos sus militantes en aplaudidores oficiales del régimen. Sin capacidad de autocrítica ninguna, y repitiendo sus dirigentes en el Gobierno la consigna oficial del día, que provoca vergüenza ajena escuchar.

Debe reflexionarse para intentar despertar del letargo a esa militancia, sobre lo que representa que el Gobierno de España esté en manos de Puigdemont, un dirigente político que encabezó un golpe de Estado para romper la Unidad Nacional que es precisamente el fundamento de la Constitución. Y que es un prófugo de la justicia ante quien -en nombre de Sánchez- le rinde cuentas en su residencia de Waterloo, Santos Cerdán, personaje que es su mano derecha en ese Partido Sanchista, lo que es una situación que proyecta una imagen de España tercermundista en términos de autoestima y dignidad nacional.

Pero no acaba ahí la ignominia sino que quien reside en La Moncloa lo hace también gracias a los votos que compra al partido de ETA blanqueándola y excarcelando a sus presos, y a nacionalistas separatistas como ERC, sin olvidar a los vascos del PNV. En definitiva, formaciones sin otro vínculo político entre ellos más que el de pretender destruir España. Si pudieran. Y, entre tanto, ir desgajando su arquitectura institucional y su identidad nacional, a la espera de otra ocasión más propicia que la de 2017, cuando culminó su fallido procés.

La degradación política ha llegado al extremo de que La Moncloa sea la oficina central de la organización creada por su mujer para dar lecciones, entre otras materias, sobre cómo conseguir fondos públicos para financiar proyectos diversos. Y por cierto, con la lamentable connivencia de una Universidad como la Complutense, cuya reputación y prestigio han quedado seriamente dañados y por lo que alguien deberá asumir la correspondiente responsabilidad personal.

Para que no falte de nada a ese cocktail político del sanchismo, no debe olvidarse a Sumar, esas siglas tan progresistas lideradas por Yolanda Díaz, la vicepresidenta sanchista, que es extraparlamentaria en el Parlamento de Galicia, ya que sus paisanos la conocen bien. Y que prologó el libro editado por el PCE en 2021 para conmemorar el centenario de su fundación, sobre el Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848, con un canto del mismo tan apologético como cursi.

En definitiva, el Partido Sanchista tiene de socialista y progresista lo que poseen Yolanda, Otegi y Puigdemont sus principales avales, sin olvidar a Marta Rovira y el PNV, también reconocidos progresistas. El sanchismo pasará, pero lo que no pasará será la huella dejada por esas diversas siglas que lo han hecho posible integrando ese Frankenstein político, otro Frente Popular que enlaza con su antecesor de la Segunda República, el del golpe de Estado revolucionario y sangriento de 1934 y del pucherazo electoral para acceder al Gobierno, previo a la Guerra Civil de 1936.