Opinión

Polonia pide ayuda a la OTAN, incluida España

"En caso de que el Consejo del Atlántico Norte concediese apoyo a Polonia, qué haría Sánchez"

En España vivimos tan bien y somos tan felices que no nos preocupa la crisis del estado del bienestar reconocida por los gobernantes alemanes y franceses. La crisis de la vivienda debe de afectar a un puñado de jóvenes quejicas que derrochan su dinero en suscripciones a Netflix y viajes en Ryanair. Y como los inmigrantes vienen a pagarnos las pensiones, tenemos más tiempo para estar en las terrazas.

Entre las vacaciones y los pleitos de su familia, el presidente Sánchez debe de aburrirse tanto que ha buscado un asunto internacional con el que entretenerse, y ha escogido la guerra de Gaza. Los palestinos monopolizan el debate público. Ni los saharauis ni, por supuesto, la frontera oriental de la OTAN, que nos interesa, porque, mire usted, España es miembro de esa alianza militar desde mayo de 1982. Y en las últimas semanas, en esa frontera se han producido diversas alarmas.

El miércoles 10, Polonia denunció la violación de su espacio aéreo por diecinueve drones rusos. Una de las medidas de precaución fue el cierre del aeropuerto de Varsovia. Y aunque Rusia negó que esos aparatos le pertenecieran, el Gobierno del liberal Donald Tusk invocó el artículo 4º del Tratado de la OTAN, que establece una consulta entre los miembros de la alianza (hoy treinta y dos) cuando uno de ellos considera que está amenazada su integridad territorial, su independencia o su seguridad.

El sábado 13, el Gobierno rumano denunció que había detectado un dron ruso en sus cielos. Ambos países desplegaron cazas para enfrentarse a los aparatos y recibieron ayuda de otras naciones.

El domingo 14, el presidente, Karol Nawrocki, enfrentado a Tusk, firmó un decreto que autoriza la presencia de tropas de los Estados miembros de la OTAN en el país como parte del operativo defensivo denominado Centinela del Este.

Como ya contamos, los drones se han convertido en el arma estrella de esta guerra y se han incorporado a las estrategias de los mandos ruso y ucraniano. Los rusos han aumentado el ritmo de fabricación de estos aparatos (se calcula que en 2026 podrían ascender a 60.000 unidades) para emplearlos en grandes oleadas contra las líneas ucranianas y alcanzar ciudades alejadas de los frentes. Los ucranianos, por su parte, los usan contra refinerías y otras instalaciones, aunque en cantidades menores.

La aparición de estos drones en Polonia y Rumanía ha coincidido con unas enormes maniobras del Ejército ruso, denominadas Zapad-2025, desarrolladas entre el 12 y el 16 de septiembre en suelo de Bielorrusia, una antigua república soviética de 200.000 kilómetros cuadrados y de menos de diez millones de habitantes. Su presidente, Aleksandr Lukashenko, que la gobierna desde 1994, aprovecha su posición entre la OTAN / UE al norte y oeste, Ucrania al sur y Rusia al oeste, para mantenerse en el poder y recibir fondos de todos. En estos momentos, y dados los intentos de la UE de derrocarle, sus relaciones son más íntimas con Vladímir Putin.

En esta situación, cobra mayor importancia el oblast de Kaliningrado, un enclave de 21.000 kilómetros cuadrados, situado entre Lituania y Polonia, y que Stalin arrebató a Alemania en 1945. Su capital es la antigua Könisberg, ciudad natal del filósofo Immanuel Kant. Como estaba asignado a la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, al desaparecer la URSS se traspasó a la Federación Rusa. En él hay una guarnición militar y varias unidades navales y aéreas, a las que Moscú envía suministros por medio de trenes. Kaliningrado se encuentra a unos setenta kilómetros de Bielorrusia y uno de los temores de la OTAN es una operación relámpago rusa que corte la franja de Suwalki y aísle a los países bálticos. Semejante ataque podría desencadenar una guerra abierta entre Rusia y la OTAN.

En esta escalada, se ha producido un hecho llamativo: la aparición de varios oficiales del Ejército de Estados Unidos como invitados a Zapad-2025, junto con delegaciones de otros miembros de la OTAN, como Hungría y Turquía. Unos días antes, el jueves 11, el representante del presidente de Estados Unidos, John Coale, se reunió con Lukashenko. Después de esta reunión, la segunda en tres meses, Coale declaró el interés de Trump de reabrir la embajada en Minsk, cerrada en 2022, al comenzar la invasión de Ucrania.

¿Un intento por parte de Washington de tranquilizar a sus aliados, comprensiblemente preocupados por el expansionismo ruso (el ex presidente Dimitri Medvédev acusó hace unos días a Finlandia de prepararse para atacar a Rusia y le amenazó con la destrucción) y de reducir la tensión?

En respuesta a la aparición de drones rusos en Polonia y Rumanía, Trump declaró en Truth Social que está dispuesto a imponer mayores sanciones a Rusia, con la condición de que los países europeos de la OTAN estén de acuerdo y «dejen de comprar petróleo a Rusia». Las compras de gas natural y crudo las realizan desde Turquía y Eslovaquia a España y Francia.

En caso de que el Consejo del Atlántico Norte concediese apoyo a Polonia, ¿qué harían Sánchez y Margarita Robles, la ministra de Defensa?, ¿se levantarían del Consejo de Ministros, armados de indignación moral, los pacifistas rojos Yolanda Díaz, Urtasun, Bustinduy y Rego? Los militares españoles, ¿arriesgarían sus vidas para proteger la invulnerabilidad de las fronteras polacas y finlandesas mientras colaboran en el acarreo de pateras en el Atlántico y el Mediterráneo? De nada de esto se habla en las tertulias de las televisiones.

El Gobierno de Sánchez puede presentarse como abanderado de la causa palestina frente a Israel (y la mayoría de los países árabes, que han pedido a Hamás que se rinda), porque España apenas importa un comino en el escenario internacional. Para los amos del mundo es más serio y fiable Marruecos.

Una revolución pendiente consiste en convencer a los españoles que la política exterior tiene consecuencias en su vida cotidiana, desde la venta de aceite de oliva a Estados Unidos al precio de las hipotecas.