La pobreza energética es culpa tuya, derrochólico
Pablo pone la calefacción al máximo para poder ir por casa en calzoncillos, Ana va en coche hasta a por el pan y apura mucho las marchas, Jesús en cuanto hay tres platos pone el lavavajillas; y un señor mayor con la cabeza gacha por la vergüenza, reconoce que votó en contra de instalar placas solares en su comunidad de vecinos. Son derrochólicos, adictos a malgastar energía que al menos han dado el primero de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos y reconocen que tienen un problema. El segundo paso es confiar en un poder superior que pueda devolverles el sano juicio. Para los que siguen el formato original este poder superior es Dios, pero en la nueva campaña de publicidad del Ministerio para la Transición Ecológica de Teresa Ribera, quien únicamente te puede devolver la cordura es Pedro Sánchez, el dios del socialismo moderno, el más guapo, alto, fuerte y listo del PSOE actual; ese que deberíamos besar el suelo por donde él pisa.
Las adiciones son un grave problema social que destroza la vida de los adictos y sus familias. Hacerse adicto es un proceso gradual, un pozo sin fondo en el que se van hundiendo poco a poco, sin darse cuenta. Hace tan solo cuatro años, cuando Pedro Sánchez no era un dios sino un simple líder de la oposición que no se subía al Falcon para llevar a su churri a un concierto, sino que ponía su propio utilitario para visitar las sedes del PSOE en su campaña por la Secretaría General del partido; Pablo, Ana, Jesús y el señor mayor arrepentido todavía no eran adictos a malgastar la energía sino las víctimas inocentes de las políticas de un Gobierno que en aquellos años estaba en manos de malditos neoliberales de derechas que, por su egoísmo y maldad, permitían que las grandes empresas eléctricas los quisieran asesinar hundiéndolos en la más absoluta pobreza energética.
Con el precio de la energía 5 veces más barata que ahora, Pablo Iglesias pedía en el Congreso que se guardara un minuto de silencio por las víctimas de la pobreza energética en respuesta al minuto de silencio que todos los diputados habían guardado por Rita Barberá, cuya muerte se conoció mientras la Cámara baja celebraba uno de sus plenos. Irene Montero se manifestaba en las calles para «defender los Derechos Humanos contra la pobreza energética y los abusos de las eléctricas» y culpaba a Rajoy de 7.000 muertes al año por un precio de la luz 10 veces más bajo que el actual. Y el mismo Pedro Sánchez tuiteaba que «la subida de la luz del 8% prueba el fracaso de la reforma eléctrica de Rajoy, y alerta del riesgo de más gente sufriendo pobreza energética». En 2018 no había derrochólicos, sino neoliberalismo asesino y empresas genocidas.
Pedro Sánchez llegó a la Moncloa en junio de 2018, con el megavatio-hora en el mercado mayorista a 58,46 €. Tres años después, en junio de 2021 había subido ya más del 40% hasta los 83,3 €. Y en diciembre de 2021, dos meses antes de la invasión rusa de Ucrania, el megavatio-hora costaba en España 239,17 €, que representa una subida de más del 300%. Pero el dios Sánchez le echa ahora la culpa a Putin del descontrolado precio de la energía, olvidándose de que, justo cuando supimos que su teléfono móvil particular había sido espiado por algún Gobierno extranjero, él decidió inmediata y unilateralmente dar un giro de 180 grados en la que ha sido la posición histórica de España respecto al Sáhara Occidental durante más de 46 años, entregándoselo a Marruecos y provocando la ruptura de relaciones con Argelia, que en respuesta ha dejado de vendernos su gas barato.
Con el megavatio-hora a 55 €, Rajoy era culpable de haber convertido a Pablo, Ana, Jesús y el señor mayor en víctimas de la pobreza energética. Hoy, con precios 3 veces más altos, la culpa es nuestra, que somos unos derrochólicos sin solución. En realidad, no se conoce a nadie que suba la calefacción al máximo para ir en calzoncillos por casa, ni que ponga el lavavajillas con tres platos o coja el coche para ir a comprar el pan. Lo que sí conocemos es que hay ocho millones de españoles que no pueden pagar sus facturas de luz y gas mientras sufrimos a un presidente del Gobierno que se cree un dios y sólo se baja del Falcon para subirse al Super Puma, mantiene 521 asesores en Moncloa y en 2023 va a destinar 564 millones de euros a las políticas de odio de Irene Montero.
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