Opinión

PNV, ‘los chinchetillas’: pinchan, ajustan y traicionan

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

No está claro, le dicen a este cronista desde el País Vasco, que Andoni Ortúzar, tantos años desde los sucesos de El Correo a la Presidencia del Euskadi Buru Batzar, quiera correr la misma suerte que le ha impuesto, del brazo de la poderosa Itaxo Atuxa, jefa del PNV de Vizcaya, y del sempiterno proetarra guipuzcoano Joseba Egibar, a un hombre que nunca soñó con ser lehendakari y sobre todo, que ni en los deseos más íntimos pensó en mantenerse años y años en Ajuria Enea, Iñigo Urkullu.

Ortúzar no parece que tenga a nadie que le apriete la soga como él se la ha apretado a Urkullu para, calculadamente, entonar la mandanga de que «hay que rejuvenecer el partido», él que lleva en la Casa de Sabino un par de quinquenios. Ortúzar, de chinchetilla por la vida y la política (ahora explico en qué consiste su definición), tiene poca bibliografía presentada porque a él le sacas de «Nosotros somos una nación» o el «PNV es el partido vertebrador de la sociedad vasca» y la verdad, el hombre da poco de sí.

Suele afirmar que los partidos españoles, singularmente el PP, son poco fiables, pero acumula tantos antecedentes de traición como él y los suyos. Clásica fue la operación de derribo que urdieron contra Rajoy tras haberle aprobado unos presupuestos muy filantrópicos para su región. Al poco tiempo de haber encumbrado a Sánchez se reunió Ortúzar con un grupo de periodistas de colmillo retorcido, y les dejó cuatro mensajes para este recuerdo de hoy. Estos, primero: «No nos arrepentimos de lo que hemos hecho»; segundo, contradictorio con el anterior: «No nos imaginábamos que lo que vendría sería esto»; tercero: «Nos tememos, porque la vemos venir, una crisis institucional»; y cuarto: «Cataluña está poniendo en solfa la textura constitucional de España».

Probablemente niegue el simpático y pícnico Ortúzar (nunca se ha puesto en plan serio a adelgazar) todas estas confesiones, pero ¡vaya si las dijo! Y como aquel día estaba extrañamente ocurrente y bocachancla, se presentó para él y para los suyos efectivamente como un grupo de chinchetillas y lo explicó así: «Valemos para todo, unas veces para pinchar» (Rajoy fue víctima de sus alfererazos letales) «y otras para ajustar» (Sánchez es protagonista de todos sus chantajes).

Nadie como su persona ha definido al partido del xenófobo, inaguantable y comesantos Sabino Arana con mayor precisión. Ahora se encuentra el PNV en una situación delicada: en su día, Ortúzar justificó su felonía contra Rajoy en función de que, textual: «No podemos quedarnos solos defendiendo tu corrupción». Eran los tiempos en que un juez torticero, sectario y embustero, introdujo una morcilla en una sentencia para condenar al PP a las tinieblas exteriores, o sea fuera del poder.

Al PNV, al que nadie le ha recriminado nunca sus golferías con las apuestas, las loterías y demás juegos vascos, odiaba la corrupción por aquel entonces (victoria de la moción de censura contra Rajoy) pero en el momento actual ha arrumbado aquellos escrúpulos y están callados como difuntos ante el escándalo que polariza en España el cuarteto formado por Sánchez-Abalos- Santos Cerdán- Koldo, el macarra de puticlub. Ni una palabra.

El martes, el Congreso de los Diputados se quedó estupefacto contemplando que Esteban Bravo, en la gran sesión sancionadora de las golferías del sanchismo, se refería a no se sabe qué cuentas pendientes con el poder central, ahora que han recibido los trenes de cercanías y qué sé yo cuántas dádivas más. Ni una palabra salió de la boca de don Aitor; ese día, su PNV no estaba pinchando, estaba ajustándose a la nueva realidad de la España de basurero.

La nueva realidad no es otra cosa que el temido 21 de abril, fecha en la que se abren las urnas de los tres territorios vascongados. De aquí a entonces, ya lo verán, ni el antiguo partido de Ortúzar ni el siniestro filoetarra Egibar, lanzarán un solo dardo de condena por la feria de corrupción generalizada que está personalizando su coequipier Pedro Sánchez.

Al PNV no le llega la camisa al cuerpo porque los brutales socios de Bildu, hijos reales de criminales como Antxón o Ternera, están a punto de comerles la merienda, han lanzado a un oscuro funcionario de pura raigambre castellana, Pradales Gil, para ver si pueden mantenerse en el machito un rato más, pero lo que no explicarán es por qué se están dando el pico con sus dos probables aliados, por un lado, el PSOE agónico cuyo cromo no es el desconocido Andueza, sino ese cómico Patxi López que aplaude a Sánchez («¿Tú sabes, Pedro, lo que es una nación?») y que brama con la auténtica furia de los conversos.

Ensayan también el acuerdo más que probable con el PSOE residual vasco y, digan lo que digan, se intercambia carantoñas con los hermanos separados de Bildu. A Pradales Gil, al que le sienta su nombre forzado de Imanol como a Esteban Bravo el de Aitor, le han recomendado los expertos en marketing del partido que vaya por las tres provincias con la humildad por bandera, pidiendo perdón por si en las Juntas Generales se ha portado mal con alguien. Hasta en los andares se parece, para segura desgracia suya, a Pedro Sánchez y eso, desde luego, no es fácil que le vaya a favorecer; no tiene la arquitectura aguileña de un vasco de Beasain, pongamos, por ejemplo, la pose mejor de un andaluz de Jerez, aunque le falten los rizos en la nuca.

Claro está que para contraponer, para dar una de cal y otra de arena, especialidad del PNV más que el bacalao al pil-pil, ya tienen a una señora costera, número dos de Egibar, que se llama María Eugenia Arrizabalaga, que va marcando denuestos contra todo lo que huela al odiado «Madriz». Ha tenido la señora la penosa tarea de justificar que el PNV esté alineándose con el PP en el rechazo a la Ley estatal de Vivienda, pero se ha cuidado mucho de poner esta coda barata y aldeana: «España se va a meter en nuestras casas, nos las va a decorar, pero, eso sí, se va a disculpar por si no queda bonita». Sublime declaración.

Los chinchetillas se disponen a guardar silencio mientras su socio de todos estos años, el PSOE del repulsivo sanchismo, se han forrado con las mascarillas, y en tanto no encuentran la ocasión de poner los cuernos a los chicos de La Moncloa, se divierten sacándoles los higadillos. En el Palacio ya no está aquel petardo explosivo de Iván Redondo que se ha ofrecido más veces al PNV («Mama es del partido») que cualquier entrenador extranjero al Real Madrid. Los chinchetillas pueden pegarse un porrazo en primavera en beneficio de Bildu y fíjense cómo son las cosas: en el resto de España habrá gentes en abundancia que se alegrarán. Y es que están/mos de chinchetillas hasta los colgantes del piso inferior