Opinión

¡La perversión del tamaño del estado!

«La teoría que construye los impuestos sobre la analogía de las cuotas del club o de la compra de los servicios de, por ejemplo, un médico sólo demuestra hasta qué punto esta parte de las ciencias sociales se encuentra alejada de los hábitos de una mente científica». Joseph Schumpeter

Existe una perversión en la extendida idea de «igualdad» y la dispar asociación existente entre las diferentes ideologías políticas, con respecto de la necesidad de la existencia de un «Papá» Estado redentor para unos y criminal para otros.

Si bien es cierto que el término «igualdad» suele esculpir la palabra libertad y progreso, lo cierto es que el igualitarismo no es más que un atajo intelectual para ordenar el caos de información que nos aturde a diario, y que se presta para racanear esfuerzos intelectuales y de ese modo posicionarnos en la aburrida y peligrosa polarización que nos dirige. ¡O eres de derechas o eres de izquierdas! ¿Acaso la política es tan simple como decantarse por «derechas» o «izquierdas»?

Claro está que las principales diferencias entre «zurdos» y «diestros» es la diferente actitud que asume nuestra sociedad frente a la idea de «igualdad». Sin embargo, yo creo que el debate no debería estrecharse ante argumentos tan banales y díscolos, un debate rico intelectualmente debería estar centrado entre estatismo y no estatismo. Puesto que en mi opinión, el mundo igualitario es un mundo de ficción, aunque ya no sé si de ciencia ficción o de terror. La desigualdad para empezar es una concepción genética y la única igualdad que me importa, es la igualdad ante la Ley. Como decía von Mises, precisamente la igualdad ante la Ley es lo que mejor explica las diferentes desigualdades entre los próximos. Al fin y al cabo, lo que resuelve la Ley es el precepto en los desencuentros entre las diferentes desigualdades del ser humano. Sin embargo, el igualitarismo no es más que el pretexto del estatismo de la cultura woke para llevar la obsoleta lucha de clases a otros terrenos como los diferentes conflictos entre hombres y mujeres, niños y adultos, blancos y negros, heterosexuales y homosexuales, cristianos y musulmanes,… Circula el igualitarismo a través de estos aspectos culturales y por ende, la necesidad de obtener el control de las herramientas del Estado para poder adoctrinar a sus ciudadanos.

No obstante, los problemas de los ciudadanos no se libran en el adoctrinamiento, sino en el libre mercado. Y es por ello que la gran batalla de nuestra sociedad contra el cáncer estatista no es más que la batalla cultural.

Vamos a desarticular los conceptos, por ejemplo, ¿qué es el sector público? El sector público se entiende en la actualidad como una amigable agencia de servicio a los ciudadanos. Para algunos estatistas más críticos, incluso una amigable aunque ineficiente agencia de servicios públicos. Sin embargo, si atendemos a criterios de la ciencia económica, el producto nacional no es más que la composición del sector público y privado. Por lo tanto, la discusión correcta sería ¿Qué puede hacer el Estado por nosotros? y, ¿cuál debería ser la proporción de cada sector? Saben que mi idea es clara, reducir el Estado a la mínima expresión como primer paso hacia el desmantelamiento total del Estado.

¿Y porqué adquirir esta idea tan radical?

Bien, en primer lugar porque comprendo que en realidad el Estado adquiere sus ingresos por la coacción y no por medio del pago voluntario. Por otro lado, la productividad del sector privado consiste en asignar los recursos propios para satisfacer las necesidades y deseos de los consumidores, a través del proceso de emprendimiento. El emprendedor incentivado y actuando libremente dirige sus energías en el libre mercado hacia la producción de aquellos productos que se verán más recompensados por los consumidores, digamos que la mejor democracia que existe es la del mercado, cuando la sociedad elige mediante el consumo cuál es la disrupción más adecuada para mejorar la vida de las personas. Sin necesidad de que ningún Estado sea el que imponga nuestras necesidades ni nuestros gustos. Nuestras preferencias son las que podemos elegir libremente y no tanto las que se nos impone de manera coercitiva. Por lo tanto, en realidad el sector privado es el agregado de la producción nacional (sector privado + sector público) que implica la decisión cualitativa de los consumidores. Y aquí es donde entra en juego la ley elemental del mercado, ¡la escasez! Los recursos así como los factores de capital son escasos y es el libre mercado el que los utiliza positivamente para dirigirlos en función de las necesidades de los consumidores.

Pensemos ahora en los problemas que están hundiendo a Alemania en una crisis industrial sin precedentes. El estatismo regulatorio es el que ha dirigido la producción energética hacia la energía verde, en la llamada transición energética. El desmantelamiento de las centrales nucleares, así como la dependencia energética del gas ruso, ha provocado el colapso de la industria alemana. Junto con la regulación que obliga a la otrora envidiada industria del auto alemán hacia el coche eléctrico. El consumidor no compra coches eléctricos alemanes, mientras que el Estado impone mediante coacción una cuota obligada de venta de coches eléctricos, en contra de la voluntad de los consumidores. El Estado obliga a unas conductas que no siempre son las más productivas, créanme. No se dirige la economía hacia donde quieren los consumidores en base a sus necesidades, sino hacia la voluntad del brazo ejecutor del Estado, lo cual es cinismo puro.

Y es que el sector público, lejos de ayudar al crecimiento del sector privado, vive a expensas de él, parasitando la productividad de dicho sector privado. Por lo tanto, me atrevería a decir que el impacto del Estado sobre el sector privado se obtiene restando del producto nacional el gasto público, puesto que el gasto público difícilmente es un añadido a la producción, por lo que el gasto público son recursos de la productividad nacional que se restan de la esfera productiva. Súmale las trabas de la maraña regulatoria, que no es más que un mecanismo que aleja el incentivo emprendedor y el alegre fenómeno de la disrupción, y voilà… ¡Así nos va! ¿Entienden ahora por qué creo que hay que reducir imperiosamente el tamaño del Estado?

Es cierto que existe una pretexto acerca de defender absurdamente la necesidad de incrementar el tamaño del Estado, justificado por las carencias del transporte público, la educación, la vivienda social, las listas de espera en sanidad, la delincuencia en auge o los juzgados saturados,… pero ¿Acaso no son estas las funciones de la amigable hoja de servicio del Estado? ¿No será que el problema no es tanto la falta de recursos sino la nefasta gestión y asignación de estos recursos cuando los gestiona el sector público? No olviden que la principal diferencia entre el sector público y el privado es que mientras el sector privado obtiene sus recursos del pago voluntario de los consumidores y la inversión también voluntaria de los inversores, el Estado obtiene sus recursos meramente de la coacción fiscal, sin importar las consecuencias económicas que la paupérrima administración de los servicios públicos pueda tener. El camino es simple, si el Estado necesita más recursos, ¡qué los pida! Coercitivamente, eso siempre…

Como decía Schumpeter, aquellos que construyen en el imaginario colectivo las bondades de los impuestos sobre la analogía de las cuotas de club sólo demuestran hasta qué punto se encuentran alejados de los hábitos de una mente científica. Y la mía, ¡es científica a rabiar!

Gisela Turazzini, Blackbird Bank Founder CEO.