Opinión

Pero ¿de qué se ríe este sujeto?

En los estertores del franquismo, cuando ya el llamado caudillo estaba en fase preagónica, aún existía un búnker burriciego que se negaba a prever lo que se le venía encima. El claro exponente de la resistencia se hallaba en la única, entonces, televisión: la Española. Sus dirigentes, una vez ejecutados, los enviados del aperturista ministro de Información, Pío Cabanillas, decidieron entrar a lo bestia, «entrar (frase de Franco a él debida) en la paz de vuestros hogares», y así engrasaban su agresiva retórica con unos editoriales que parecían extraídos del final de la Guerra Civil. Solía leer aquellas piezas (él no las escribía) un locutor avezado, que fuera naturalmente de cámara, se reía de sí mismo y de lo que le obligaban a transmitir: «No j… lo que digo, j… el tonillo». Pues bien, escuchando el martes con paciencia infinita el interminable alegato castrista autocomplaciente de Sánchez-Castejón en el Senado, no tenía más remedio que recordar el ‘tonillo’ del locutor De la Fuente, creo que se llamaba, ni tampoco su rictus de satisfacción, casi hilarante, con que se adornaba una vez leída la infumable papela que le habían redactado en la Dirección General de Prensa.

Lo de Sánchez, sus risas a mandíbula tensa, eran una copia clónica de aquello. De vez en vez, y exhibiendo una mala educación que le es propia, festejaba con la conversa Calviño («¿Qué ha sido de ti?», se preguntan en Bruselas) algunas de las ideas, propuestas, incluso réplicas de Núñez Feijóo. Se trataba de una forma perfectamente estudiada de intentar el deterioro político, profesional, hasta intelectual del presidente del PP. Ésa es la especie surgida de la fábrica tóxica de la Moncloa: «Feijóo es literalmente un imbécil y un monaguillo de Vox». Como suena, así, sin matización alguna. Todo para intentar que el público en general compre medianamente esa mercancía infestada: reírse de cuánto dice y hace su oponente máximo: Alberto Núñez Feijóo. Es una martingala para acrisolar que no se le tome en consideración, que es un alevín que no merece la atención del auténtico líder de la izquierda universal.

Poco importa que, como ocurrió en esta peripecia desigual de la Cámara Alta, el líder del centroderecha español dejara al aún presidente del Gobierno con las bragas en la mano, derrotado según han sentenciado las crónicas más imparciales. Menos todavía interesa al círculo de pastilina pegadiza que rodea a Sánchez-Castejón que el jefe compareciera el martes con tres lacras monumentales; con los trescientos delincuentes largos y condenados que ya se han beneficiado de la reducción de las penas de la ley perpetrada por Montero y bendecida por el mismo jefe de la coalición, con la constancia, siempre negada por el Gobierno, de que la economía española se arrastra con los malos resultados de la inflación y el paro, o con la noticia de que, contra los intereses y los pactos traidores de Sánchez, el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea ha dado la razón al juez Llarena porque Bélgica se extralimitó negando la extradición del fugitivo Puigdemont.

Realmente sólo con estas tres constancias comprobadas nos debemos preguntar: pero ¿de qué se ríe este hombre? Pues, con modestia, el cronista se atreve a adivinar su razón: porque cree a pies juntillas que el derroche de dinero sacado de nuestros impuestos, que va a utilizar antes de las elecciones para construir un nuevo escudo social, va a ser lo suficientemente jugoso para que una parte de los españoles le agradezcan el favor y aún le vuelvan a votar en mayo o en diciembre. Los oblicuos anuncios de prosperidad y bienestar que el martes formuló el felón para disimular sus taras, sobre todo la de los asesinos de mujeres ya sueltos o en trance de estarlo; sin embargo, de poco le van a valer. El cronista tuvo la semana pasada una experiencia notable: el viernes ocasionalmente escuchó a un grupo de profesionales jubilados la siguiente reflexión: «Este tío -decía el que parecía portavoz de todos ellos- piensa que va a comprar nuestra voluntad regalándonos unos cuantos euros; es un boberas – añadía- lo más seguro es que nos quedaremos con el dinero que nos llegue y luego votaremos a quien nos dé la gana». Claro está que los pensionistas de pega con los que Sánchez se jugó durante unos minutejos una partidilla de petanca, no le hablaron de cosas como éstas; aquello fue una función teatral que, lejos de ofrecerle un retorno positivo a sus organizadores, ha aparecido como un espantoso ridículo que refleja bien a las claras la suficiencia patológica del sujeto.

Ya se ve qué episodios como estos se están volviendo incluso contra sus productores. Días atrás, uno de los más cercanos (no sé si fieles) colaboradores de todavía presidente aseguraba a una periodista muy conocida que no tenía la menor intención de acercarse a los informadores neutrales, porque ellos no les daban nada. Así, como se lee. Se refugian en sus medios de cabecera, pero algunos de ellos empiezan a darse cuenta de que el tsunami de rechazo que concita el monclovita, les puede arrastrar también a ellos, no vaya a ser qué…, o sea, la cautela con que cualquier individuo mide su afección no vaya a ser que le perjudique a corto y medio plazo.

Dicho esto, los asesores en cuestión no cejan en su empeño ya descrito; a saber, construir la imagen de un rival que no tiene un pase político, que se ha creído, porque es un bodoque sin viajar, que las Cortes nacionales son idénticas al Parlamento de Santiago, y que Feijóo, al fin, no es más que un outsider cuyo cociente («coeficiente» le llaman ellos) supera por muy poco el borderline. En esa cuestión se encuentran pese a que los intentos -lo hemos dicho- por hacer masticable esa maldad se están quedando, como es historia que quedó Cagancho en Almagro. Pero no cejan: su risa, la de Sánchez el martes en el Senado, es el retrato de un sujeto preso de nerviosidad que se acoge a este rictus para que le celebre su bancada de paniaguados, para que le digan: «Qué bueno eres, presidente», y para cambiarlo de vez en vez por otro gesto que revela igualmente el estado de excitación en que se encuentra el sujeto: esas mandíbulas apretadas que parecen las de cualquier defensa de suburbio (tipo savic) cuando se apresta a limpiarle los tobillos a cualquier fino estilista. ¿De qué se ríe este sujeto?, preguntamos: lo tiene cerca, debería reírse de sí mismo. Da para mucho.