¿Otra trampa de ETA?
La palabra de los asesinos vale menos que el papel mojado. No es la primera ocasión en la que ETA dice «sí» a la paz —han declarado 10 treguas a lo largo de su historia— y después el transcurso del tiempo demuestra que era «no». Tantas veces ha sido una mera estratagema para coger oxígeno logístico y financiero que la credibilidad de estos apóstoles del terror es inexistente. Ahora, y gracias al trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, viven un momento de extrema debilidad y su «intención» de entregar el exiguo arsenal que le queda podría tratarse de un intento de limpiar su imagen a nivel internacional. El «plan de desarme» no se anuncia en las páginas de un periódico francés o a través de las imágenes de una televisión inglesa. Para que tenga algún viso de verosimilitud hace falta un comunicado oficial donde se comprometan a entregar las armas y también a su total disolución.
Hasta que no llegue ese momento, todo estará bajo la alargada sombra de sospecha que cubre inevitablemente cada paso de una organización criminal compuesta por extorsionadores y sicarios. Una banda que, en sus más de 50 años de existencia, ha asesinado a cerca de 900 personas y ha dejado rotas a otras tantas familias. No obstante, si la intención fuera cierta y se hiciera realidad, sería la mejor noticia posible para todos españoles. Sin embargo, y como ha señalado el propio presidente del Gobierno, la ley debe cumplirse de manera inexcusable. Especialmente cuando el rebrote de la violencia abertzale es una realidad que condiciona gravemente la convivencia cívica tanto en el País Vasco como en Navarra.
Los lobos no mutan en corderos por generación espontánea. Por lo tanto, no debe haber concesión alguna para los etarras por mucho que uno de ellos, Arnaldo Otegi, pida que España y Francia «no pongan obstáculos». El Estado no puede consentir el acercamiento de los presos ni cualquier otra medida que pudiera dañar a las víctimas del terrorismo, un colectivo que siempre hay que tener muy presente ante cualquier acuerdo de paz con aquéllos que han tratado de hacer política con el abyecto recurso de las amenazas y los asesinatos. El Ejecutivo, por tanto, ha de perseverar en su férreo trabajo de control y prevención contra esta lacra. Al menos hasta que certifiquen que la rendición es absoluta y que los terroristas pasan a ser el trágico recuerdo de una de las épocas más negras de nuestra historia.
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