Objetivo: derribar a la princesa
Mi amigo y colega Rafael Vallejo Valdivia ha escrito un pequeño pero sugestivo libro –al fin y al cabo la princesa apenas tiene biografía más allá de sus connotaciones de nacimiento y ubicación– bajo el título Leonor, estadista ante revoluciones. La obra en cuestión permite situar a la heredera de la Corona en el tiempo que vive y que probablemente le tocará vivir.
Es un retrato constreñido respecto a lo que fue, es y será España. Lo hace desde una prebiografía. Y todo ello con el horizonte deseable para reforzar España como el mejor país ante un futuro de enormes convulsiones y transformaciones, subraya el propio autor.
Pues bien, si finalmente –como parece– se consuma el nacimiento del Gobierno Frankestein II, agravado por la total dependencia de los enemigos de España –que lo son–, el rol de la princesa de Asturias se hará todavía más dificil; cierto es que tiene en su padre un gran maestro para aleccionarle en estas lides, porque desde que es jefe de Estado no ha tenido ni un sólo día de asueto y tranquilidad institucional.
Para nadie es un secreto que van a por la institución. De hecho, una conspicua podemita de cuyo nombre ni recuerdo, ha dicho que su principal misión en la vida política será impedir que Leonor llegue a lucir la corona. ¡Valiente desideratum!
No es sólo la dama de morado en cuestión. Si se observa bien lo que hace y lo que escribe el nuevo mandamás del país, Puigdemont, convendrán en que no desaprovecha ocasión para tratar de zaherir al actual Rey. Que lo consiga es otra cosa, porque en su día –cumpliendo con sus obligaciones constitucionales– decidió alertar a los españoles de la revuelta secesionista.
De modo y manera que los españoles tendrán que estar preparados para asistir a un perpetuo aquelarre contra la Corona. Les sirve cualquier cosa, aunque acusen a la institución de oscurantismo en los dineros cuando son ellos los que no informan siquiera del coste que tienen para los contribuyentes sus viajes en Falcon o gastos de representación para lucimiento y disfrute personal. También les gusta hablar a lo caduco de la monarquía, mientras ellos chapotean en ideologías caducas superadas por la propia historia. Hace falta recordar esto ahora que se cumplen 34 años de la caída del Muro de Berlín. El columnista, que allí estuvo, recuerda que los alemanes siempre huían en una misma dirección. Lo escribo para que conste.
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